Hace más de quince días, Ruth trasladó a uno de sus vecinos de su domicilio a una clínica ubicada en la avenida Plan de Ayala de Cuernavaca. Durante el viaje, dice, todo parecía normal: el pasajero subió y bajó por su propio pie, pero apenas pasaron dos minutos de que terminó el servicio le avisaron que su cliente falleció, presuntamente de un paro cardiaco.
Lo extraño del caso dice Ruth -conductora de un taxi desde hace seis años- es que cuando le informaron sobre el fallecimiento de su cliente, los curiosos especulaban que fue por covid-19 y de inmediato se alejaron para evitar un contagio.
En ese momento no se pudo confirmar o descartar la causa del deceso, sin embargo, Ruth se aisló en su casa y dejó de trabajar durante 15 días para no exponer a su familia o a otras personas que le piden el servicio de taxi.
“Yo me espanté, me sentí mal porque todos los que estábamos ahí entramos en pánico. No sé de qué falleció, pero sin tener antecedentes alguno de ellos dijo que falleció por covid y entonces todos me dejaron sola con él; es una situación muy fea emocional y sentimental”.
Por eso, afirma, niega el servicio a las personas que no lleven puesto el cubrebocas, evita que usen el asiento del copiloto y durante el viaje obsequia gel antibacterial a sus clientes. Para mayor protección contra el virus colocó dentro de su vehículo un plástico que separa a los pasajeros del chofer, para evitar cualquier contacto.