Comienza este día una serie de eventos convocados por el Municipio de Cuernavaca sobre la obra y figura de Octavio Paz, el cuál es considerado por el Colegio Nacional como “uno de los más grandes escritores del siglo XX; renovador de la poesía y prosista excepcional”.
Especialistas se referirán en las próximas sesiones a las cualidades literarias de este galardonado con el Premio Nobel. Particularmente, haré breves comentarios sobre su influencia como pensador, como polemista que redimensionó la manera de enfocar a México y lo mexicano, con visión universal.
Para ser universal debe partirse de la tierra. Octavio Paz fue hijo de un escribano y abogado de Emiliano Zapata, quién fue representante del caudillo del sur en los EEUU: Octavio Paz Solórzano, por eso el pequeño Octavio fue llevado a ese país de donde regresó para iniciar su formación y fortalecer su liga con México.
Desde niño, gracias a las amistades familiares, estuvo en contacto, por ejemplo, con Manuel Gamio, considerado uno de los padres de la antropología mexicana, intelectual nacionalista interesado no solo por el pasado sino por el presente y futuro de los indios de México y del continente; con esa privilegiada guía, Octavio niño comenzó a visitar zonas arqueológicas.
En la prepa junto con su compañero Salvador Toscano, autor de la primera historia del arte mesoamericano, visitaba el Museo Nacional y zonas arqueológicas de los valles de México y Puebla. De esa iniciación temprana y privilegiada nació su fascinación por el arte, partiendo de la arquitectura, pintura y escultura prehispánica, de la que se decía hechizado.
Participó en la misiones culturales de Lázaro Cárdenas, trabajando en Yucatán, tarea de la revolución a la que visualiza como una reconciliación del mexicano “con su historia y su origen”, “búsqueda de nosotros mismos y un regreso a la madre”. Pero desde entonces aflora su sentido crítico y valor al decir: “a pesar de su fecundidad extraordinaria, no fue capaz de crear un orden vital que fuese, a un tiempo, visión del mundo y fundamento de una sociedad realmente justa y libre”
En 1937, el joven Paz viajó a España para solidarizarse con la República Española en contra del fascismo y en 1950 escribe la obra que tan gran influencia ha tenido en múltiples generaciones: El Laberinto de la Soledad, obra que nos hizo volver los ojos al filósofo Samuel Ramos y a Raúl Bejar, quién, desde el Centro de Investigaciones Multidisciplinarias de esta ciudad, en base a métodos de las ciencias sociales, analiza aspectos culturales y psicosociales que nos llevan a una reflexión acerca de trabajos como el de Paz, que para mí es esencial.
Octavio Paz no fue sociólogo, ni psicólogo social, ni antropólogo. Fue un hombre de gran cultura, un brillante pensador generador de espléndidos ensayos, valiosos como fuentes de hipótesis a analizar por los académicos para llegar a conclusiones y a tesis. Para Paz el Laberinto era una confesión, una manera de dilucidar el rostro de nuestro país, de sus semejantes, una declaración de amor.
Octavio Paz se percató, por ejemplo, de la singularidad de las civilizaciones mesoamericanas, como sociedades originarias, es decir, pueblos que evolucionaron, hasta el siglo XVI, sin la influencia de otros culturas; aislamiento en el que vislumbra el secreto de su grandeza, pero también de su vulnerabilidad, como lo afirma León Portilla.
Nos comparte su horror ante un zompantl (muro de calaveras), pero también la alegría transmitida por las caritas sonrientes. El no lleva, nos guía, nos propone e invita a nuevas líneas de investigación a los arqueólogos y antropólogos.
Octavio Paz fue un gran pedagogo pues no hace redireccionar la mirada, reparar en fenómenos que a veces no entendemos cuando encontramos fichas técnicas que se reducen a fechas o estilos (desde luego valiosa información) pero él agrega sentimiento y la belleza de conceptos y palabras que nos aproximan y nos estimulan a leer más.
Paz dedicó un canto triste (un icnocuicatl) a la caída de Tenochtitlan (Ciudad de la desesperanza) que bien pudo formar parte de la Visión de los Vencidos, recopilada por el citado León Portilla.
Octavio Paz aportó ideas para intentar entender lo sucedido hace siglos y la manera en que dichos sucesos se filtran y permanecen hasta nuestros días, por ejemplo, cuando nos alerta: Hay etapas de nuestra historia que glorificamos y otras que tachoneamos. Una de las más borroneadas es la etapa novohispana, Paz nos alerta ante esas versiones históricas que nos presentan dichos siglos como un túnel, como una etapa de tinieblas, que termina con la independencia, digo yo, como si las grandes catedrales o el barroco o el tequitqui (vocablo náhuatl, por cierto) no fueran obras de indígenas y mexicanos mestizos.
Si las pérdidas fueron enormes, dice Paz, las ganancias han sido inmensas, baste entrar en contacto, con Sor Juana, gracias a su obra Las Trampas de la Fe, para saber que estamos ante un valor al que nunca renunciaremos, cuando Sor Juana nos presenta nahuatlismos, mezclados con africanismos y oraciones castellanas, como lo haría siglos después Nicolás Guillén y eso es precisamente el México que se comenzaba a gestar y del que formamos parte. Un México de la tolerancia y la inclusión. Un México que corresponde al vocablo que identifica la serie televisiva de Octavio Paz: Edoctum: Nada humano me es ajeno.
Octavio Paz, como todo espíritu sensible, vio con entusiasmo e ilusión al socialismo, pero nos enseñó, con valentía, a no ser dogmáticos, cuando condena las masacres de Stalin, en época en que era políticamente incorrecto criticar a la Unión Soviética, y desde luego la lección de dignidad al renunciar a su cargo de embajador en la India por la matanza de Tlaltelolco. Gracias por la Postdata, maestro.
Yo no soy literato, pero si lector, durante largos años he fotografiado aspectos de la biodiversidad y pluralidad cultural de México; eso me valió un inesperado privilegio: haber sido invitado a charlar con el maestro Octavio Paz, dado que quería hacerme una serie de preguntas sobre los entornos, personas y sobre todo algunos fenómenos registrados; situación que me permitió disfrutar de su sabiduría, de su interés por México y su bonhomie durante dos horas en las que aproveché para agradecer las enseñanzas recibidas a través de la lectura de sus obras.
Por todo lo anterior creo que Cuernavaca, Morelos, México, los países de habla hispana y el mundo entero hacen justicia al rememorar a un hombre cuya vida fue consagrada al cultivo de los más altos valores del género humano.
*Texto leído por su autor el 31 de marzo, durante el inicio del ciclo de conferencias magistrales en honor del poeta mexicano, en el Museo de Cuernavaca.