Una mano que evolucionó para poder agarrarnos a las ramas de los árboles, nos sirvió también para sostener un hacha, un bolígrafo y el móvil o el ratón del ordenador, mientras con un dedo deslizas la página para poder leer este texto. El pulgar oponible, cerebros más grandes y andar a dos patas son de los elementos más característicos cuando hablamos de lo que nos diferencia como especie humana. Pero quizás no hayas escuchado tanto la parte negativa de estos atributos. A la larga nos hemos beneficiado más que perjudicado, pero la evolución del ser humano está llena de matices con cambios que no siempre fueron sinónimo de ventaja.
No venimos del mono
Todos somos simios (algunos más que otros). Según el estudio de la genética, la separación de nuestra rama, la de los humanos, se inició hace 13 millones de años, pero el entrecruzamiento pudo continuar hasta hace 7 millones de años. Solo somos una rama de un mismo árbol evolutivo, por eso, de la misma manera que nos tenemos por mamíferos, no es que vengamos de los simios, sino que somos simios.
Bipedismo: pros y contras
La aparición del bipedismo se dio mucho antes que el crecimiento de nuestro cerebro. Todavía antes que el Australopithecus, se piensa que Ardipithecus ramidus había desarrollado un primitivo bipedismo hace 4, 4 millones de años. Al contrario de lo que se suele contar, el bipedismo no fue una adaptación a los ambientes abiertos de la sabana. Sabemos que la cuna de la humanidad es el África oriental, pero cuando todavía los humanos estábamos en proceso de cocción, vivíamos en zonas forestales, en los árboles, vaya. Fueron los cambios geológicos y climáticos los que hicieron de nuestro hogar primigenio una sabana.
Pero el bipedismo nos dio ciertas ventajas: veíamos por encima de las hierbas altas; teníamos menos superficie del cuerpo expuesta al sol, lo cual ayuda a no tostarnos la espalda y mantenernos más frescos bajo el sol africano; y podíamos recorrer una mayor distancia gastando menos energía.
El primer bípedo por excelencia, y de ahí su nombre, fue Homo erectus: el primer hominino en salir de África y la especie que logró vivir durante casi 2 millones de años. Los sapiens llevamos aquí solo la décima parte y no nos acompañan buenas predicciones para igualar a H. erectus.
Pero no todo son ventajas para el bípedo. Las que más han sufrido este cambio en nuestra manera de andar han sido las mujeres. El parto de los humanos se hizo más difícil y peligroso por andar erguidos. Al caminar sobre las dos extremidades inferiores, el canal pélvico se fue estrechando, dificultando la salida de un bebé, justo cuando nuestra cabeza empezó a crecer. A diferencia de otros mamíferos, madres y bebes humanos necesitan ayuda en el parto. Para compensar la dificultad, nacemos de manera más prematura, más pequeños y aún por formar. Mientras que un gatito apenas necesita semanas para buscar comida por su cuenta, nosotros somos indefensos y dependientes durante años.
El tamaño sí importa
Los primeros humanos, de hace 2, 5 millones de años, tenían un cerebro de unos 600 centímetros cúbicos. Nosotros, en la actualidad, tenemos una masa cerebral con un promedio de 1200 a 1400 centímetros cúbicos. ¿Qué fue lo que impulsó la evolución de nuestro enorme cerebro? Siendo honestos: no lo sabemos con certeza.
Puede parecer que, a mayor tamaño de cerebro, mejor para la especie, pero la cuestión es más compleja. De hecho, el cerebro de los neandertales era mayor que el nuestro. Estas grandes máquinas de pensar suponen un 2 o 3 por ciento de nuestro peso total, pero consume el 25 por ciento de nuestra energía cuando estamos en reposo. El precio que pagamos fue tener que comer más y prescindir de buenos músculos. Antes éramos más fuertes físicamente. No se puede tener energía para un gran cerebro y músculos muy desarrollados a la vez. Por eso somos capaces de ganarle un debate a un gorila, pero no es recomendable llegar a las manos con él. Otra cosa es que el cerebro nos haya compensado para fabricar un arma con la que abatir a un gorila, claro. Pero en la cronología evolutiva eso ocurrió hace muy poco, hemos pasado muchos más milenios huyendo.
Cazadores sí, pero éramos todavía más recolectores
Solemos imaginar a las especies humanas prehistóricas con lanzas, trampas y estrategias para cazar grandes presas como mamuts, osos gigantes y bisontes más grandes que nuestras vacas actuales. Pero la realidad es que vivíamos constantemente atemorizados por los grandes depredadores del pasado y nuestra subsistencia consistía mayormente en recolectar plantas, comer insectos, cazar pequeños animales y aprovechar la carroña que dejaban carnívoros como el jaguar o el león de las cavernas.
Durante millones de años estuvimos en un punto intermedio de la cadena alimentaria. Pero hace unos 400 000 años la cosa empezó a cambiar y, en los últimos 100 000, ocupamos definitivamente el punto más alto de la cadena. En una evolución, quizás, demasiado rápida.
Vamos más rápido de lo natural
El salto evolutivo de Homo sapiens ha sido demasiado grande en tan poco tiempo. Nos hemos posicionado como la especie dominante en todo el planeta sin que el planeta haya tenido tiempo de adaptarse. El resto de especies que tuvieron su época de dominio necesitaron millones de años y, con ellas, el mundo alrededor también iba cambiando. En palabras de Yuval Noah Harari:
“A medida que los leones se hacían más mortíferos, las gacelas evolucionaron para correr más deprisa, las hienas para cooperar mejor y los rinocerontes para tener más mal genio”.
Pero el ser humano, siendo tan indefenso por sí solo, ha logrado con su intelecto y la vida en sociedad hacerse con el puesto dominante a pesar de sus inseguridades. Quizás esta sea una de las consecuencias que nos ha llevado a tener tantas calamidades históricas.