Si algún día conseguimos hablar con una civilización alienígena inteligente, probablemente será, al menos al principio, intercambiando mensajes en forma de señales de radio. Pero, ¿qué decirle a un extraterrestre ? Y más importante, ¿cómo decírselo? Porque comunicarse con un ser alienígena no sería algo trivial. No solo por las dificultades técnicas de intercambiar mensajes con un planeta situado a años luz de distancia, o de tener que esperar años para recibir cualquier tipo de respuesta. Una parte importante del problema estaría en los propios mensajes. En confeccionarlos de forma que tengamos por seguro que podrán entenderlo y de descifrar todo lo que recibamos.
Para comunicarnos con otra persona necesitamos tener algo en común con ella. Idealmente la lengua materna, pero al menos una lengua secundaria. Dos personas provenientes de, digamos, Huesca y Wurzburgo, serían incapaces de comunicarse utilizando sus lenguas maternas, pero podrían tal vez hacerlo si hablaran ambas en inglés.
Si estas dos personas no tuvieran ni siquiera una lengua secundaria en común, la cosa se complicaría, pero no resultaría inviable. Imagina por ejemplo que viajas a algún país lejano y visitas una zona rural donde sus gentes sólo conocen el idioma (o idiomas) local, sea este igbo, jémer o uigur e intentas pedir algún tipo de cosa. Ayuda, direcciones o consejo. No compartís ninguna palabra, no hay nada que podáis pronunciar que tenga sentido para ambos al mismo tiempo. Sin embargo podéis señalar, hacer mímica, sonidos e incluso dibujar. De esta forma probablemente podáis llegar a algún mínimo entendimiento. El simple hecho de ser humanos os da algo en común: vuestra interacción con el mundo, vuestras experiencias vitales. Pero ¿cómo hablas con alguien con quien ni siquiera compartes esto?
Con un extraterrestre no puedes esperar que entienda qué es un coche, una silla o un perro. Aunque tengan modos de transporte, sitios sobre los que descansar u otros seres vivos dependientes de ellos, probablemente no tendrán mucho que ver con los nuestros. No sólo eso, sino que de un ser que forma parte de una civilización desarrollada a años luz de distancia no puedes tampoco esperar que comprenda qué es un metro, un segundo o un kilogramo. Por supuesto serán capaces de medir distancias, tiempos y masas, pero lo harán con sus propias unidades, que nada tendrán que ver con las nuestras.
Entonces, ¿qué nos queda? La ciencia, por supuesto. Lo único que podemos presuponer de estos seres es que habitan el mismo universo que nosotros y que las leyes físicas que lo rigen son iguales allí que aquí. Nada de lo que hemos observado hasta ahora en nuestro estudio del cosmos nos hace sospechar que esto no deba ser así. La velocidad de la luz, la masa del protón o el periodo de desintegración del uranio-238 tendrán el mismo valor para ellos y para nosotros, independientemente de qué unidades usemos para medirlo y expresarlo.
Entonces por ejemplo si queremos hablar con ellos de tiempos podemos utilizar el periodo de desintegración de algún isótopo radiactivo o de alguna partícula. El neutrón tarda por ejemplo unos 879 segundos en desintegrarse de media (cuando no forma parte de un núcleo atómico). Eso equivale a casi 15 minutos. Por otro lado la vida media de muón está en torno a las 2 millonésimas de segundo y la del uranio-238 en torno a los 4 500 millones de años. También podría usarse el periodo de algún púlsar que, por cercanía, deberían conocer. Estos objetos, que no son más que estrellas de neutrones, oscilan a un ritmo muy preciso y constante en el tiempo, siendo muchísimo más estables que incluso nuestros mejores relojes atómicos.
Si quisiéramos hablarles de distancias podemos hacer mención a la longitud de onda de la luz emitida en algún proceso concreto. Por ejemplo la transición energética más básica que puede tener un átomo de hidrógeno neutro, la debida a la transición entre dos niveles hiperfinos del electrón en su estado base (1s), da una longitud de onda de unos 21,1 centímetros. Además podemos utilizar las medidas temporales mencionadas anteriormente, u otras distintas, junto a la velocidad de la luz para definir cualquier distancia que queramos. Dado el tiempo que dura cierto proceso, fácilmente podemos asociarle una distancia, definiéndola como la distancia que recorrería la luz en ese tiempo dado.
De esta forma podemos aprovechar los fenómenos más básicos y fundamentales de nuestro universo para comunicar a esos posibles extraterrestres dónde nos encontramos o las escalas espaciales y temporales propias de la condición humana: la estatura de un humano medio, la duración de nuestro día o de nuestra vida, el tamaño de nuestro planeta, etc.
Pero además deberemos llevar cuidado con cómo expresamos las cantidades que queramos compartir con ellos. No solo es que no entenderían nuestros símbolos, sino que no tienen por qué presuponer que los estamos expresando en base diez. Por tanto sería necesario, antes de nada, indicarles en qué base expresaremos nuestras cantidades. Es decir, cuántos símbolos diferentes utilizaremos hasta que repitamos alguno de ellos. Los humanos usamos base 10 muy probablemente porque contamos con diez dedos en nuestras manos, pero bien es sabido que otras bases resultarían más cómodas o intuitivas si las adoptáramos, como la base 12. Sin embargo la base que resultaría más intuitiva para una comunicación entre civilizaciones sería la base 2. Si son capaces de mandar y recibir señales de luz a distancias de años luz sin duda conocerán la base 2. Además no requiere de símbolos, pues puede codificarse fácilmente como señal o ausencia de señal dentro del mensaje a transmitir.
Fue con todo esto en mente que se confeccionaron algunos de los mensajes más célebres lanzados al espacio por los seres humanos. Por ejemplo las placas a bordo de las sondas Pioneer y Voyager contienen ambas referencias a la transición del hidrógeno que mencionábamos y la utilizan para indicar el periodo de 14 púlsares cercanos al Sol, cuya posición relativa a nuestra estrella se muestra esquemáticamente. También el radiomensaje emitido desde el telescopio de Arecibo sigue estos razonamientos, utilizando la base binaria para indicar la base química de la vida terrestre y de nuestro ADN, así como la cantidad de humanos en el momento de emisión del mensaje o el tamaño aproximado de nuestros cuerpos.