El cielo nos brinda numerosos signos que nos advierten de un cambio a corto plazo de las condiciones meteorológicas. De ello se percataron nuestros ancestros del Neolítico, cuando al empezar a cultivar la tierra y vieron pronto la importancia que tenía poder anticipar los cambios de tiempo, especialmente si llegaban lluvias, tan necesarias en determinados momentos del ciclo agrícola. Empezaron a darse cuenta de que la aparición de determinadas nubes rompiendo la monotonía del cielo azul, o fenómenos como el halo, se convertían en algunos casos en reglas de predicción casi infalibles.
Faltaba mucho tiempo aún para que comenzáramos a entender el funcionamiento de la máquina atmosférica y se sentaran las bases científicas de la Meteorología, pero esas reglas empíricas, transmitidas oralmente –en la mayoría de los casos a través de dichos y refranes– aguantaron el paso del tiempo y han llegado hasta nuestros días.
En la actualidad su uso queda restringido al mundo rural, siendo menos conocidas por la población –cada vez mayor– que se concentra en las ciudades. El golpe de efecto de estos métodos de predicción del tiempo local aumenta cuando tras un periodo prolongado de tiempo monótono, llega un cambio.
La secuencia nubosa de los frentes
La llegada de un sistema frontal asociado a un sistema de baja presión, sigue una secuencia de cambios en el aspecto del cielo que rara vez se sale del guion.
Si somos un poco observadores seremos capaces de anticipar la llegada de la lluvia en muchas ocasiones, sin necesidad de recurrir a la aplicación de nuestro teléfono celular o a los espacios del tiempo de televisión. En torno a las bajas presiones frontales típicas se forma un frente cálido en la parte delantera y un frío en la trasera, separados por una zona denominada sector cálido.
Si se acerca uno de estos sistemas –con los citados frentes asociados– a nuestra posición, el primer signo visible en el cielo es la aparición de cirros (nubes altas formadas en su totalidad por cristales de hielo), que poco a poco irán enmarañando la bóveda celeste. Esas nubes de aspecto deshilachado, similares a una cabellera a merced del viento, son la primera avanzada del frente cálido, situado a unos 800 kilómetros por detrás. Todavía queda bastante para llegue la lluvia.
Con el avance de las horas, los cielos se van nublando cada vez más, volviéndose lechosos. Se van cubriendo de cirroestratos. Estas nubes también están formadas por hielo y son las responsables de que se forme el halo alrededor del Sol o de la Luna (en el caso de que sea de noche).
El primer síntoma que avisa de la aproximación de un sistema de bajas presiones es la aparición de los cirros, la avanzada del frente cálido.
Es muy conocido el refrán que afirma: “Cerco de luna, lluvia segura, cerco de sol moja al pastor”. El frente cálido se está acercando. Los cielos terminan cubriéndose de nubes grises oscuras y compactas (nimboestratos), y comienza a llover. El frente cálido está pasando por encima. La lluvia no es demasiado intensa, pero se prolonga durante varias horas.
Altocúmulos floccus, la "nube predictora" por excelencia
La presencia de nubes llamativas en los cielos o de evoluciones nubosas suele, con frecuencia, indicar cambios de tiempo. Los altocúmulos de la especie floccus, se llevan la palma como “nube predictora”. La presencia en el cielo de estas pequeñas nubes redondeadas, que nos recuerdan a un rebaño de ovejas, ha sido tradicionalmente considerada por la gente del campo como un indicador de cambio de tiempo.
Cuando estas nubecitas aparecen aisladas, formando pequeños grupos, podemos esperar “buen tiempo” (ausencia de lluvias), mientras que si aumentan progresivamente de tamaño y se entremezclan con altoestratos, no dejando ver el color azul del cielo entre ellas, entonces cabe esperar un cambio de tiempo y la llegada a corto plazo de la lluvia (“cielo aborregado, suelo mojado”, “cielo de lanas, si no llueve hoy lloverá mañana”).
Los siete patrones de oro
La observación del comportamiento de las nubes, con independencia de que domine un tipo de nube u otra, también ofrecer valiosa información de los cambios que están por llegar.
En su reciente libro “El mundo secreto del clima” (Ático de los Libros, 2022), el naturalista y aventurero Tristan Gooley, da a conocer al lector lo que él mismo denomina “Los siete patrones de oro”, con otras tantas reglas de predicción basadas en la observación nubosa, que pasamos a enumerar:
1. Cuando las nubes descienden, es más probable que haya mal tiempo.
2. Cuantos más tipos de nubes puedas ver, peor será el pronóstico.
3. Cuando las nubes pequeñas crecen, el pronóstico empeora.
4. Las nubes mucho más altas que anchas indican probabilidad de mal tiempo.
5. Si la parte superior de las nubes es puntiaguda o serrada, es señal de tiempo inestable.
6. Cuando más irregular es la base de la nube, más probable es que llueva.
7. Cuanto más baja sea la nube que usamos (como referencia visual), de menos días será el pronóstico.
Precursora de la tormenta
Son muchos los signos (no solo visibles en el cielo) que nos permiten vaticinar las tormentas. Las personas particularmente meteorosensibles tienen jaqueca esos días desde por la mañana. Algunos estudios lo achacan a la mayor ionización del aire y a la alteración que va provocando en el campo eléctrico de buen tiempo la situación pre-tormentosa.
Las conductas de algunos animales, como las hormigas, también arrojan pistas sobre la tormenta que está por llegar, lo mismo que la sensación creciente de bochorno.
Volviendo a las nubes, hay una que podemos calificar de infalible, ya que su presencia en el cielo siempre augura actividad tormentosa. Se trata del Altocumulus castellanus. La formación en línea de una sucesión de pequeños torreones nubosos –que nos recuerda a las almenas de un castillo, de ahí su denominación– es el principal rasgo morfológico de esta nube, cuya aparición en el cielo matutino garantiza el desarrollo de tormentas a lo largo del día, debido a la presencia de aire frío en las capas medias de la troposfera, que es donde se forma.