Hace unos 66 millones de años, un asteroide masivo de 10 kilómetros de diámetro se estrelló contra la Tierra cerca del pequeño pueblo de Chicxulub en lo que actualmente es México. El impacto provocó una tormenta de fuego que envolvió la mayor parte del continente norteamericano y fue el desencadenante de la última extinción masiva en la historia de la Tierra y liberó energía equivalente a 1023 julios, suficiente para generar gigantescos terremotos, mega-tsunamis y formar un cráter de 180-200 km de diámetro en la península de Yucatán. Ahora, una nueva investigación sugiere que el impacto de Chicxulub también provocó un megaterremoto tan masivo que sacudió el planeta durante semanas o incluso meses después de la colisión.
"Este tsunami fue lo suficientemente fuerte como para perturbar y erosionar los sedimentos en las cuencas oceánicas del otro lado del mundo, dejando un vacío en los registros sedimentarios o un revoltijo de sedimentos más antiguos", dijo Molly Range, autora principal del estudio que recoge la revista AGU Advances.
Analizando tectitas y microtectitas
Durante el impacto del asteroide, capas de sedimento, fragmentos conocidos como tectictas, fueron expulsados a la atmósfera. Estas esferas, bajo la influencia de la gravedad, volvieron a caer a la superficie de la Tierra en forma de vidrio. Además, a unos 3.000 kilómetros al suroeste del impacto, las capas de lodo y arenisca hasta 10 a 15 metros por debajo del lecho marino experimentaron una deformación de sedimentos blandos que aún se conserva en la actualidad. Estas deformaciones habrían sido causadas por un terremoto masivo que se prolongó muchas semanas después de la colisión del asteroide.
El equipo estima que la energía inicial del tsunami de impacto de Chicxulub fue hasta 30.000 veces mayor que la energía del tsunami del terremoto del océano Índico de 2004, un desastre devastador que mató a más de 230.000 personas y fue uno de los tsunamis más grandes en el registro moderno.
Las simulaciones de los investigadores muestran que el tsunami de impacto irradió principalmente hacia el este y el noreste hacia el Océano Atlántico Norte, y hacia el suroeste a través de la Vía Marítima Centroamericana (que solía separar América del Norte y América del Sur) hacia el Océano Pacífico Sur. En esas cuencas y en algunas áreas adyacentes, las velocidades de las corrientes submarinas probablemente excedieron los 20 centímetros por segundo, una velocidad lo suficientemente fuerte como para erosionar los sedimentos de grano fino en el lecho marino.
También se conservan evidencias de la deformación del megaterremoto en México y Estados Unidos. Por ejemplo, en el sitio de exposición 'El Papalote' en México, el investigador Hermann Bermúdez encontró evidencia de licuefacción, un proceso causado por fuertes sacudidas, que hace que los sedimentos saturados de agua fluyan como un líquido. En Mississippi, Alabama y Texas, el paleontólogo también documentó fallas y grietas muy probablemente asociadas con el megaterremoto.
“Nuestros datos ayudan a explicar la evidencia geológica que registra el final del Cretácico y el comienzo del Cenozoico y caracteriza uno de los mayores terremotos experimentados por nuestro planeta durante el Fanerozoico”, dijeron los autores.
La simulación
Para crear el modelo informático del evento de extinción masiva, un software simuló los caóticos primeros 10 minutos del evento de extinción. Según la simulación, el material expulsado formó una ola de 4,5 km de altura dos minutos y medio después del impacto, que luego disminuyó cuando el material volvió a caer a la Tierra. Diez minutos después, una ola de tsunami de 1,5 km de altura comenzó a atravesar el océano en todas direcciones. 48 horas después del impacto, enormes olas de tsunami habían llegado a la mayoría de las costas de la Tierra.
“Cualquier tsunami históricamente documentado palidece en comparación con tal impacto global”, concluyen los expertos.