Los estudios astronómicos llegan a ser muy complicados de realizar por lo costoso de la ingeniería requerida para obtener sólo una pequeña muestra de material para ser analizado.
Hay alternativas que se utilizan para estudiar la naturaleza cósmica sin necesidad de salir de la Tierra. Una de ellas es gracias al uso de telescopios que nos dan un panorama más amplio sobre la composición de los astros, la distancia a la que se encuentran e inclusive la magnitud de los mismos.
Otra forma de obtener más conocimiento al respecto es mediante la llegada de los mismos fragmentos errantes en el espacio a la tierra, los cuales pueden datar de hace ya varios miles o millones de años y nos brindan información importante gracias a su composición, forma y demás características, los cuales los hacen únicos en la actualidad.
Hace ya algunos años cerca de Melbourne, Australia, se encontraba David, quien iba caminando por el parque Parque Regional Maryborough con un detector de metales y tuvo la fortuna de tropezarse con una roca fuera de lo común.
El objeto pesaba aproximadamente 17 Kg, se trataba de una curiosa roca de tonos rojizos que llevó a casa con la esperanza de encontrar algo valioso dentro de ella.
Ya en casa, el hombre dispuso de toda herramienta disponible en el inmueble para poder fracturar la roca, sin embargo fracasó en todos sus intentos. Después de haber utilizado mazos, taladros y sierras para las rocas, incluso dispuso de ácido y no tuvo efecto alguno.
Años más tarde se dió cuenta que aquella roca tan extraña que había encontrado, lejos de tener una pepita de oro en su interior, se trataba de un meteorito que había llegado allí desde hace tiempo.
Sin más y apelando a su curiosidad llevo dicho fragmento al museo donde este fue determinado y de todas las rocas que suelen llevar creyendo que son meteoritos sólo un par lo han sido y esta curiosa roca rojiza era uno de ellos.
Asombrados los investigadores publicaron el hallazgo y nombraron “Maryborough” al meteorito, en honor al lugar donde fue encontrado, en el artículo detallan que su llegada a la Tierra tiene apenas unos mil años, mientras que su datación nos lleva a hace unos 4,600 millones de años. Una vez en manos de los investigadores el meteorito fue cortado con una sierra de diamante y del trozo desprendido se determinó una composición con grandes cantidades de hierro, por lo que la categorizaron como una condrita ordinaria H5.
«Los meteoritos proporcionan la forma más barata de exploración espacial. Nos transportan en el tiempo, proporcionando pistas sobre la edad, la formación y la química de nuestro Sistema Solar (incluida la Tierra)», menciona Henry Dermot, uno de los tres autores del presente trabajo, al describir la información invaluable que podemos obtener de los meteoritos.
Es imperativo rescatar la mayor cantidad de información posible de estos, ya que en los meteoritos como bien se menciona en el estudio, es posible encontrar núcleos de antigüedades más remotas que el propio sistema solar. También es bien sabido que en estos se han llegado a presentar aminoácidos, ladrillos para la construcción de los seres vivos, los cuales nos arrojan hechos innegables y bastante interesantes de nuestro universo.
La información fue publicada en Proceedings of the Royal Society of Victoria.