El ruido producido por la explotación minera de los fondos marinos podría interferir en la capacidad de las ballenas para comunicarse entre sí, según concluye un estudio publicado el martes, justo cuando cobran fuerza los planes de iniciar la explotación minera de los fondos marinos en busca de metales para baterías.
El estudio, financiado por Umweltstiftung Greenpeace, una fundación de la organización ecologista, sostiene que se necesita más investigación para evaluar el riesgo que la minería de aguas profundas podría suponer para los grandes mamíferos marinos.
Varios países y empresas siguen adelante con sus planes de extraer rocas ricas en metales para baterías que cubren vastas extensiones del lecho marino. La explotación minera en aguas internacionales no podrá comenzar hasta que se acuerde una normativa en la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (AIFM), un organismo de la ONU con sede en Jamaica.
Se calcula que entre 22 y 30 especies de cetáceos, incluidas las ballenas azules, en peligro de extinción, pueden encontrarse en la zona de fractura Clarion-Clipperton, una región oceánica del Pacífico Norte, donde la AIFM ha concedido 17 licencias de exploración minera de los fondos marinos.
“Los sonidos producidos por las operaciones mineras, incluidos los de los vehículos teledirigidos en el fondo marino, se solapan con las frecuencias a las que se comunican los cetáceos”, señala el estudio, publicado en Frontiers in Marine Science.
Según el estudio, es probable que la minería produzca ruido en una gama de frecuencias que podría viajar cientos de kilómetros, interfiriendo con la capacidad de los mamíferos marinos para navegar mediante ecolocalización y perturbando los mensajes que envían las ballenas a través de su canto.
Investigaciones anteriores sobre el ruido oceánico han revelado que las ballenas pueden sufrir efectos negativos. Según un estudio, el ruido producido por el hombre puede aumentar el riesgo de que las madres de ballenas jorobadas se separen de sus crías, ya que sus vocalizaciones normales son silenciosas.
Según los autores del estudio, “los efectos en los cetáceos fuera de la vista podrían pasar en gran medida desapercibidos y sin cuantificar, al igual que en otras especies de depredadores pelágicos que dependen de las zonas oceánicas profundas, incluidos los tiburones”.
La AIFM acogerá negociaciones internacionales en marzo y julio de este año, mientras trabaja para concluir la normativa en julio.