Una expedición de científicos dio a conocer esta semana que encontró fragmentos de un misterioso meteorito que cayó en aguas profundas del océano Pacífico y que pueden ser evidencia de una civilización extraterrestre avanzada.
El titular de la investigación es el astrofísico Avi Loeb, quien afirma que el descubrimiento “abre una nueva frontera en la astronomía, en la que lo que se encuentra fuera del sistema solar se estudia a través de un microscopio en lugar de un telescopio”.
A Loeb lo apodan, en tono de broma, como El cazador de extraterrestres de la Universidad Harvard, pero sus credenciales de científico hacen que sea difícil descartar por completo sus tesis, como la anterior.
Él fue responsable del departamento de Astrofísica de esa prestigiosa universidad y catedrático en esa institución. Ha publicado libros académicos y 700 artículos sobre el nacimiento de las estrellas, agujeros negros, el futuro del universo y la búsqueda de vida extraterrestre. Colaboró con figuras como Stephen Hawking. Es fundador y director de la Iniciativa Hoyo Negro y fue director del Instituto de Teoría y Computación del Centro Harvard-Smithsonian de Astrofísica. En 2021 publicó Extraterrestre, libro que aborda el debate en torno a si el objeto Oumuamua es una chatarra o una obra de vida inteligente no humana.
“Pensar que somos únicos, especiales y privilegiados es arrogante”, aseguraba en ese año el profesor –a quien le gusta que lo llamen sólo “granjero curioso”– que ahora cree haber encontrado pruebas de existencia alienígena. Acaba de completar una expedición de más de 25 millones 562 mil pesos en busca de signos del meteorito IM1, el cual se estrelló frente a la costa de Papúa, Nueva Guinea, en 2014, y se cree que provino del espacio interestelar.
El científico, de 61 años, relata al periodista Bevan Hurley, del diario inglés The Independent, que supervisó a un equipo que encontró 50 pequeñas esférulas, o gotas fundidas, con el uso de un trineo magnético que se dejó caer desde el barco de expedición Silver Star a 2 kilómetros de profundidad del océano.
Él cree que los pequeños objetos, de alrededor de medio milímetro, quizás estén hechos de una aleación de acero y titanio, mucho más fuerte y diferente al hierro que se encuentra en los meteoritos regulares. Se requerían más pruebas, pero piensa que fueron creados por una civilización extraterrestre avanzada.
Signos de arqueología interestelar
Autorizado por Harvard, Loeb dirige el Proyecto Galileo, que busca signos de arqueología interestelar. Claro que esto ha provocado controversia en la comunidad de astrónomos, más aún desde que publicó Extraterrestre, en el que argumenta que Oumuamua, roca espacial en forma de panque del tamaño de un campo de futbol visible en 2017, podría haber sido una tecnología interestelar. Sus ideas lo han puesto en desacuerdo con gran parte de la comunidad, pero el científico dijo a The Independent que sus detractores son “arrogantes” al descartar sus hallazgos.
Proyecto Galileo comenzó en 2019, cuando el objeto IM1 llamó la atención de su equipo de investigación mientras buscaba rocas espaciales irregulares detectadas alrededor de la Tierra en el catálogo abierto de meteoros del Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra de la NASA. El cuerpo celeste se destacó por su alta velocidad (viajó más rápido que 95 por ciento de los asteroides cercanos) y explosión, mucho más baja en la atmósfera terrestre que la mayoría de los meteoritos.
“El objeto era más duro que todas las otras rocas espaciales registradas en el mismo catálogo de la NASA, era un valor atípico en la resistencia del material”, agregó Loeb. Él y su colega y alumno de Harvard, Amir Siraj, calcularon con 99.999 por ciento de confiabilidad que IM1 había viajado a la Tierra desde otra estrella. Inicialmente, a la pareja se le rechazó su artículo para su publicación en una revista académica y se le impidió obtener acceso a datos clasificados claves del gobierno de Estados Unidos sobre ese objeto.
Pero luego, en abril del año pasado, el Comando Espacial del Departamento de Defensa de Estados Unidos (responsable de las operaciones militares en el espacio exterior) escribió al equipo de Loeb, tras una petición, que esta institución había confirmado que la velocidad de IM1 era “suficientemente precisa” para indicar que provenía del espacio interestelar.
Con una combinación de datos, Loeb pudo estimar un área aproximada donde habían caído los escombros de IM1. Con una financiamiento de 1.5 millones de dólares de Charles Hoskinson, fundador de la empresa de cadena de bloques Cardano, Loeb reunió a su equipo de exploradores.
“Lo hicimos. Recuperamos esférulas del primer meteorito interestelar reconocido y traje al Observatorio de la Universidad de Harvard más de 50 de ellas que permanecieron en las profundidades del océano. Son de tamaño submilimétrico, aparecen bajo un microscopio como hermosas canicas metálicas, y se encontraron donde cayó el IM1, a unos 85 kilómetros de la costa de la isla de Manus, en Papúa”, publicó Loeb en un comunicado en Twitter.
La expedición utilizó un trineo magnético que llegó al fondo del océano para la búsqueda y recolección. Encontró sólo polvo negro de ceniza volcánica. Loeb admitió que estaba frustrado por hallar sólo eso. Tras una semana de intentos, se usó en el imán un filtro de un tercio de milímetro para tamizar las diminutas partículas volcánicas y examinar, bajo un microscopio, las partículas más grandes restantes. El resultado del análisis de composición implicó 84 por ciento de hierro, 8 de silicio, 4 de magnesio y 2 de titanio, más oligoelementos.
Las esférulas se forman cuando explotan meteoritos y asteroides y se han encontrado en sitios de impacto en todo el mundo. Loeb sostuvo que, al principio, el material hallado parecía ser sólo fragmentos de hierro corroído, pero cuando se examinaron con rayos X fluorescentes, se determinó que lo más probable era que fueran una aleación de acero y titanio, también conocida como S5. “La resistencia del acero S5 está muy por encima de la de los meteoritos de hierro...”, escribió, convencido de que su “expedición interestelar” descubrió pequeñas motas de una forma de vida extraterrestre.
El próximo libro del profesor Loeb se llamará Interestelar, y saldrá al público en agosto.