Hace cincuenta años, la entrañable actriz y comediante Carol Burnett apareció en la primera transmisión de un programa de televisión estrafalario que incluía a un montón de títeres peludos. La actriz y comediante venía después de un segmento animado de una bruja llamada Wanda, que incluía muchas palabras que empezaban con w.
El programa se llamaba Sesame Street y Burnett, al igual que muchos niños, quedó de inmediato enganchada a él. Volvió como invitada en múltiples ocasiones, incluyendo para mostrarle al público de niños en edad preescolar dónde estaba la nariz y cómo besar a un patito de plástico.
“Era una gran admiradora. Habría hecho cualquier cosa que me pidieran”, dijo Burnett. “Me encantaba estar expuesta a toda esa bondad y humor”.
Ese primer episodio de Sesame Street — que presentaba las letras W, S, y E así como los números 2 y 3 — se transmitió en el otoño boreal de 1969. Era un momento turbulento en Estados Unidos, sacudido por la Guerra de Vietnam y el asesinato de Dr. Martin Luther King acontecido un año antes. Los medios de comunicación, al igual que hoy, atravesaban cambios y disrupción.
Newt Minow, el encargado de la Comisión Federal de Comunicaciones de ese entonces, dijo célebremente que la televisión se estaba convirtiendo en “un gran terreno baldío”. Al igual que ahora había mucho contenido, pero no necesariamente de calidad.
Entonces llegaron los creadores de Sesame Street Joan Ganz Cooney y Lloyd Morrisett, que trabajaron con el psicólogo de desarrollo de la Universidad de Harvard Gerald Lesser para crear el enfoque de aprendizaje único del programa que ahora llega a 120 millones de niños. El famoso titiritero Jim Henson se encargó de las criaturas peludas.
“No se trataba de si los niños estaban aprendiendo de la televisión, sino de qué estaban aprendiendo de la televisión”, dijo Steve Youngwood, director operativo de Sesame Workshop. “Si podían aprovechar ese poder para enseñarles el alfabeto y los números en vez de las palabras de los comerciales de cerveza, quizá podría hacerse una diferencia”.
Nadie más lo estaba haciendo. La programación infantil estaba compuesta de programas como Captain Kangaroo, Romper Room y las batallas violentas entre Tom & Jerry. Mr. Rogers Neighborhood era adorable, pero en general enseñaba habilidades sociales.
“No había nada que tuviera ni remotamente un componente educativo para todos los niños”, dijo Phillip Levine, profesor de economía en Wellesley College que ha estudiado el programa. Sesame Street era 100 por ciento sobre educación”.
El programa fue diseñado por especialistas en educación y psicólogos infantiles con una meta: ayudar a los estudiantes de escasos recursos y pertenecientes a minorías, de entre 2 y 5 años de edad, a superar algunas de las deficiencias que podrían tener al entrar a la primaría, pues desde hacía mucho los sociólogos habían detectado que los niños blancos y de las clases sociales más altas solían llegar mejor preparados.
Así que no fue un accidente que el programa se desarrollara en una calle urbana con un elenco multicultural. La diversidad y la inclusión siempre fueron parte del programa. Monstruos, humanos y animales vivían juntos en armonía.
Bert (Beto), Ernie (Enrique) y la banda dejaron una huella instantánea en la actriz Sonia Manzano. Ella veía un barrio que se parecía al suyo, con gente que lucía como ella. Eventualmente Manzano se unió al elenco del programa, interpretando a María y escribiendo entre 1971 y el 2015. incluso se casó al aire en Sesame
“Crecí sin ver gente de color en la televisión, así que cuando me dieron la oportunidad de ser una persona de color en la televisión, acepté al instante”, dijo Manzano, quien es de ascendencia puertorriqueña. “Y creo que tuve éxito como María porque nunca olvidé que podría haber algún niño como yo viendo la televisión y haciéndose ideas sobre el mundo”.
Con el paso de los años, Sesame Street ha recibido a muchos más. Se convirtió en el primer programa infantil en tener personas con síndrome de Down. Ha tenido títeres con VIH, en adopción, niños invitados en sillas de ruedas, además de lidiar con temas como padres que están en prisión, las personas sin hogar, los derechos de la mujer, las familias militares e incluso niñas que cantan sobre amar su cabello.
El programa presentó al personaje bilingüe de Rosita — la primera títere latina — en 1991. Julia, un títere de 4 años con autismo, fue presentada en 2017, y este año se ha dado ayuda a niños cuyos padres tienen adicciones o están en recuperación. El programa es tan importante, que PETA pidió recientemente la creación de una marioneta vegana.
“Somos un espejo de la sociedad a pesar de que hablamos de pájaros, gallinas y monstruos”, dijo Matt Vogel, el titiritero que interpreta a Big Bird y al Conde, y que creció viendo Sesame Street.
Cuando el actor Will Lee, que interpretó al tendero Mr. Hooper, falleció en 1982, el programa habló de la muerte a los niños. Cuando Big Bird perdió su nido por un huracán, la comunidad reconstruyó su casa. Para ayudar a niños afectados por los ataques terroristas del 11 de septiembre, Elmo quedó traumatizado por un incendio en la tienda de Hooper, pero le explicaron que los bomberos estaban ahí para ayudarlo.
“Encontramos una necesidad y tratamos de aliviarla porque sentimos que tenemos una voz lo suficientemente fuerte como para hacerlo y hacer una diferencia”, dijo Vogel. “Nuestra misión es hacer que los niños sean más inteligentes, fuertes y amables y que esas lecciones que impartimos se queden con ellos”.
El terapeuta Jerry Moe, director nacional del Programa para Niños de Hazelden Betty Ford, celebró al programa por ayudar a los niños a enfrentar situaciones traumáticas como las adicciones, el estrés postraumático y la muerte.
“Aunque los números, los colores, los tamaños y las formas son increíblemente importantes, también lo es el desarrollo socio-emocional que necesitan los niños”, dijo.
“Sesame Street lidia con la realidad que viven los niños en la actualidad. Y Sesame Street lo hace de una manera tan amigable para los niños y apropiada para su edad, para su desarrollo, que no sólo atrapa la atención de los niños sino de todos los espectadores”, dijo Moe.
La participación de famosos, que comenzó con Burnett y asciende a unos 650, no son únicamente un componente divertido del programa, sino parte de la lección. De Janelle Monae a Sarah Jessica Parker, pasando por Anderson Cooper y Danny DeVito, todos también forman parte de los esfuerzos para atraer a los padres también.
“Cuando los padres ven el programa con los niños, el aprendizaje es mayor porque tienen una conversación sobre lo que están viendo juntos, hablan de eso”, dijo el productor ejecutivo Benjamin Lehmann. “Los padres están ahí para apoyar las lecciones”.
Pero no todos adoran el programa. Hay quienes critican que se den fondos federales a una organización no lucrativa que genera millones de dólares licenciando los derechos de sus personajes para loncheras, juguetes, pañales e incluso comerciales de una compañía de seguros.
Big Bird quedó en medio del debate en 2012 cuando, durante la contienda presidencial, Mitt Romney dijo que retiraría los fondos para la televisión pública. “A mí me encanta Big Bird”, respondió el entonces presidente Barack Obama. (En Saturday Night Live, Big Bird insistió que no quería “nada de pleito”). El gobierno le da cerca de 4% — menos de 5 millones de dólares al año — al programa en subvenciones.
En 2015, el programa que por años fue de PBS firmó un contrato de cinco años con HBO que le dio al canal de cable premium el derecho a transmitir nuevos episodios nueve meses antes de que lleguen a PBS. Esto llevó a críticas de que Sesame Workshop favoreció a los espectadores que pueden pagar HBO por encima de los que no.
Antes de cada temporada, los educadores y los creadores se preparan para modificar el contenido de acuerdo con las teorías más avanzadas. Antes, por ejemplo, las historias se dividían en segmentos porque en ese entonces se creía que los niños no podrían seguir una historia larga. Resulta que ese no es el caso, y ahora Sesame Street presenta historias de 10 minutos.
Sesame Workshop también ha cambiado los episodios de una hora a 30 minutos, y en la actualidad el programa se graba en 4K, pues los creadores saben que la mayoría de los niños los ven en tabletas y celulares.
¿Ha servido todo eso de algo? En 2016, Levine y la economista Melissa Kearney de la Universidad de Maryland realizaron el estudio más citado sobre el impacto de Sesame Street.
Compararon hogares que veían el programa con aquellos que no y descubrieron que los niños expuestos a Sesame Street tenían un 14% más de probabilidades de cursar el grado escolar apropiado para su edad en la secundaria.
“No hay duda de que la introducción de Sesame Street fue algo bueno”, dijo Levine. “La intervención en la infancia temprana tiene la capacidad de mejorar el aprendizaje de por vida entre los niños”.
Otros programas han durado más, como Meet the Press y The Tonight Show, pero pocos han tenido un impacto cultural tan grande. Sesame Street se ve en más de 150 países, ha ganado 193 premios Emmy, 10 premios Grammy y recibirá un premio del Centro Kennedy al mérito artístico en diciembre. Es la primera vez que un programa de televisión recibe esa distinción.
La música siempre ha sido una parte importante del programa y su canción “Rubber Duckie” llegó al puesto 16 de las listas de popularidad de Billboard en 1970. Sing, que se estrenó en el programa, llegó aún más alto, al tercer puesto de Billboard en 1973, cuando los Carpenters la grabaron.
No todo ha sido perfecto a lo largo de los años. Roosevelt, uno de los primeros títeres, ofendió a muchos con su representación estereotipada del dialecto de la comunidad afroestadounidense. Katy Perry fue criticada por algunos padres por apaecer con muy poca ropa en un episodio de 2010. Y Cookie Monster, ante la epidemia de obesidad, tuvo que moderar su consumo de galletas a “una comida de a veces”.
Pero el programa se mantiene fuerte a pesar de la explosión de opciones baratas en internet, con colores brillantes y canciones como “Baby Shark”, que compiten por los ojos de los preescolares. Según un estudio reciente niños tan pequeños como de 2 años pasan tres horas diarias frente a una pantalla.
“Hay una versión diferente de un terreno baldío ahora. Y de alguna manera eso nos motiva aún más a asegurarnos de que nosotros, y la industria en general, no nos rindamos ante ello”, dijo Youngwood. “Tenemos que ganarnos su tiempo cada día en lugar de verlo como un derecho”.