La cantante y compositora cierra un ciclo con los dos volúmenes de ‘Un canto por México’. Ha sido un largo tiempo de prospección folclórica.
Ahora piensa retomar, si se puede, los directos, pero será en 2023
Natalia Lafourcade prueba el sonido de su ordenador. Dice que está aprendiendo de este nuevo mundo tecnológico: “Soy una abuelita. Estoy muy joven para la edad que verdaderamente tengo”, cuenta riéndose desde su casa de Veracruz. Descendiente de Cuauhtémoc y mexicana por fortuna, como dice la letra de El hijo del pueblo (José Alfredo Jiménez), Lafourcade se siente muy afortunada de ser mexicana. “Con todo, porque todo tiene sus contrastes en la vida”, matiza. Le gusta su gente, su pueblo, donde vive, donde creció, que es Veracruz. “Soy fan de verdad de mi pueblo y su comida, de la naturaleza que tengo alrededor de mi casa. Vivo entre bambús, plátanos, cafetales, árboles... Es una belleza”. No es nuevo este amor por la naturaleza en ella. Cuando era niña, la casa en la que vivía con su madre estaba en medio del campo y delante tenían un árbol de guayaba. Con él, su madre sacó a la familia adelante.
¿Cómo la recuerda? Como una guerrera total, una mujer muy talentosa. Estudió la carrera de pianista y después se convirtió en pedagoga musical. Me enseñó que las cosas se ganan, que hay que trabajar para que sucedan, que la disciplina es muy importante. Nunca me dio nada sin que yo tuviera que trabajar a cambio, y lo agradezco mucho; desde muy pequeña se fue forjando mi carácter, a veces soy muy terca. Mi madre me enseñó a ser sensible, amorosa, agradecida y a amar la naturaleza. Cuando había tormentas, me sacaba a una terracita que teníamos en la casa y ahí me abrazaba y me decía: “No tengas miedo, mira qué belleza”. Donde vivíamos, si mirabas de frente, había un campo lleno de vacas, y con los rayos en el cielo las veías a medianoche comiendo su pastito. Luego me confesó que en realidad sí se estaba muriendo de miedo.
¿Y a su padre? Mi padre es un personaje hermoso con una personalidad y un temperamento muy fuertes. También es amante de la música, apasionado de la poesía y de los barcos, que es otro de los hobbies que lo mantienen vivo. Tiene muchos y todos los ha hecho él. Son barcos de madera de todos los tamaños, con detalle y precisión. Pero claro, es que construye clavecines desde cero. En casa tengo el primer clavecín que hizo, que me lo regaló cuando cumplí los 20 o los 21 años. Para mí ha sido muy sorprendente ver cómo sigue dando clases y ver que tiene un alma de niño a sus 86 años. Otra de sus pasiones es volar papalotes (cometas). Mete uno en el coche, se va, lo vuela y es feliz. Con el tiempo he aprendido a entender su forma de ser y a amar su pasión por su mundo y su vida y por las cosas que le encantan.
A estas alturas de conversación la entrevista se detiene en las raíces musicales de Natalia Lafourcade, que ya supo desde joven lo que era actuar en cantinas con mariachis a las espaldas. Muchos años después, tras aquel tributo a Agustín Lara titulado Mujer divina (Sony, 2012), la artista mexicana continuó desarrollando unos trabajos más próximos al folclore: Hasta la raíz(Sony, 2015) y Musas. Un homenaje al folclore latinoamericano en manos de Los Macorinos (Sony, 2017). El año pasado, con la publicación del primer volumen de Un canto por México (Sony, 2020), Lafourcade ya avisaba de que aquella iba a ser la última entrega de esta serie de álbumes folclóricos.
La segunda parte, publicada en 2021, cierra el círculo, con la reconstrucción del Centro de Documentación del Son Jorocho, en Jáltipan de Morelos, Veracruz, que sufrió los daños del terremoto del 19 de septiembre de 2017. Natalia se encontraba en Madrid presentando Musas cuando aquello sucedió. “La pandemia detuvo por un tiempito la construcción, pero el mes pasado hicimos tres visitas cada semana”, explica contenta. Si todo sale bien, cree que pueden entregarles el espacio en diciembre. “Si eso sucede, vamos a hacer un fandango enorme para celebrarlo”.
“Creo que el lugar de donde venimos, la familia, donde crecimos o la gente que nos rodea, son parte de muchas más cosas que somos, que entrelazadas determinan nuestra forma de ir por la vida”, continúa Lafourcade. “Somos muchas otras cosas que no necesariamente tienen que venir de nuestra familia. Es importante lo que nuestra familia nos deja y cómo nos educaron, ¿no? Porque siento que hay un período de la infancia que se queda impregnado en nuestra forma de ser, que después es muy difícil, cuando crecemos, sacudírnoslo. Yo tengo memoria de mi mamá diciendo “no tengas miedo”, y ahora no le tengo miedo a la oscuridad.
¿Hay que ser una hija del pueblo para cantarle a México? No. Hay que cantar con tu verdad, con amor, conectando con el sentimiento y el corazón. Y no tienes que haber nacido en México para cantarle. Mira Chavela Vargas. Ella no nació en esta tierra y, sin embargo, esta tierra la recibió. Hay artistas como ella que, al llegar acá, nos hicieron valorar lo que tenemos. Yo podría cantar en francés. Me encanta Francia, me encanta Edith Piaf, me emociono cada vez que voy a París... Y tal vez, solo por eso, podría algún día cantar en francés, porque lo haría con verdad y con amor.
En el disco canta La trenza con Mon Laferte, chilena, que compuso sobre su abuela. Cuando pensamos en Mon Laferte, no queríamos que cantara ninguna canción tradicional mexicana ni ninguna canción de Natalia Lafourcade; ella tiene que cantar una canción de Mon Laferte. Escogimos La trenza por ser una canción de amor, pero no de amor típico, sino el amor de la abuela con la nieta. Me emociono cuando la escucho; me identifico tanto que me hace pensar en aquel momento de mi infancia donde mi mamá salía a trabajar y yo me quedaba en casa de la tía abuela. Todos hemos tenido ese momento. Y Mon es una artista que llegó desde Chile a México y ahora para nosotros es mexicana.
El 14 de noviembre de 2019, el MGM Grand Garden Arena de Las Vegas acogía la vigésima gala de los Grammy latinos. Mon Laferte estaba nominada al Mejor álbum de música alternativa con Norma (Universal, 2018) y su paso por la alfombra fue la vía para mostrar un mensaje de protesta escrito en sus pechos, que mostró desnudos a las cámaras: “En Chile torturan, violan y matan”. Natalia Lafourcade lo extrapola al resto del mundo: “Da mucho coraje pensar que en nuestro mundo aún hay gente sufriendo y tantas cosas que no se arreglan y que no se atienden”. Y aplaude el gesto de su compañera: “Qué valiente ella [Mon Laferte] por haber tomado esa postura en medio de una celebración a la música. También te hace cuestionar hasta qué punto seguimos un poco la vida normal, como si nada pasara al mismo tiempo que en otros lugares están pasando cosas terribles”.
Rubén Blades figura en Tú sí que sabes quererme, una canción que Natalia escribió en la época de Musas y que habla del amor en libertad si es bien correspondido. También está Mare Advertencia Lirika, del mundo del hip-hop o, como dice Lafourcade, de la “palabra de protesta”. La labor que Mare está haciendo, continúa la mexicana, es muy importante, porque al mismo tiempo que ella está hablando de sus temas personales, también lo hace de los temas de tantas mujeres y gente alrededor que antes no se habían sacado a la luz. “Comparte lo que ella va aprendiendo, lo que sabe lo va compartiendo con otras personas. Tiene un espíritu hermoso. Es una mujer que posee una fuerza, una ternura con tanta seguridad... Esas son las cosas que podemos ir haciendo”.
¿Cómo ve una niña de 10 años el mundo cuando va actuando por las cantinas? [Antes de responder, Natalia busca una fotografía que tiene a mano. Es ella con un poncho cantando canciones de Juan Gabriel y José Alfredo Jiménez acompañada de un mariachi]. ¡Yo no sabía que iba a tener tras de mí a un mariachi!
¿Esa es la primera vez que pisó un escenario? Sí. Estaba que me moría de los nervios. Me temblaban las rodillas, salivaba... Me quería morir. Pero no había más: la gente estaba enfrente y yo tenía el micrófono en la mano con el mariachi atrás. Empecé a cantar y a la mitad de la canción me dije: “¿QUÉ-ES-ES-TO? Déjenme aquí toda la noche, porque no me bajo”. Y ese día supe que aquel era mi lugar. Le empecé a pedir a mi mamá que todos los sábados me llevara a las cantinas donde había mariachi. Pero yo tenía 10 años. En un punto, mi mamá se empezó a espantar, porque iba, cantaba y, aparte, nos iba bien. La gente se ponía contenta. Por suerte para ella y para mí también, un día, una señora que cantaba con el mariachi de una de las cantinas, en el baño nos agarró y nos dijo: “Mira, señorita, aunque a todo el mundo le encanta tu voz y le encanta cómo interpretas la canción, te voy a decir una cosa que tal vez no te va a gustar: si tú sigues cantando como vas, en un año no vas a tener voz, te la vas a acabar, porque aunque cantas muy bonito, no sabes cantar. No puedes cantar más de dos o tres canciones, porque te quedas afónica, porque estás cantando con la garganta y tienes que aprender a cantar. Tienes que aprender técnica, calentamiento de voz, a cantar con tu diafragma...”. Me echó un “choro” de menos de un minuto. Lo odio, pero tiene razón. Ahí empecé a tomar clases de canto y mi mamá descansó tantito.
¿Quién le dijo que sola no iba a ser capaz de actuar, de grabar...? Una pareja que tuve. Éramos muy jóvenes. Creo que a algunos nos toca en la vida pasar por estas relaciones oscuras, que son de verdad, de daño heavy. Uno la pasa tan mal que dice que nunca en la vida se va a volver a poner en una situación como esa y nunca va a permitir que sus relaciones lleguen a este grado de autodestrucción. Y eso fue lo que aprendí. Y nunca volví a tener una relación así de destructiva. No me arrepiento de nada, al contrario; creo que esa persona fue un maestro para mí y yo seguramente para él también. Yo no era una palomita blanca, ¿eh? Era tremenda también. Entonces fue mutuo. Esta persona me decía que yo no podía meterme a grabar un disco sola, pero aquello me fortaleció.