El director y escritor de ‘El Sexto Sentido’ y ‘Fragmentado’ vuelve este fin de semana con Viejos, una adaptación de una novela gráfica protagonizada por Gael García Bernal.
Viejos es la última película del rey de los giros inesperados M. Night Shyamalan, en donde un grupo de familias viajan a una playa aislada de toda civilización para poder tener unas relajantes vacaciones, pero éstas se convierten abruptamente en una pesadilla al descubrir que todos están envejeciendo de una manera extremadamente acelerada. Sin una forma de escapar, las familias comienzan a perder la razón mientras luchan en contra del tiempo.
La cinta es una adaptación de la novela gráfica Castillo de Arena(Sandcastle) de Frederik Peeters y Pierre Oscar Lévy, en donde el porqué de los hechos sale sobrando para poner el enfoque en el concepto de nuestra inevitable mortalidad. A diferencia de ésta, la versión de Shyamalan dedica una significante parte de la historia en darle un propósito a los eventos que se suscitan al interior de esta playa y, aunque envejecer de manera casi inmediata resulta aterrador, la versión original nunca planta sus cimientos en el horror, cosa que sí sucede en el largometraje.
Gael García Bernal y Vicky Krieps fungen como los protagonistas de esta cinta, pero sus papeles terminan siendo tan bidimensionales como los del resto. Ambos actores dan interpretaciones rígidas en más de una ocasión, pero brillan cuando tienen que actuar como una verdadera familia. Las interacciones entre los personajes de M. Night Shyamalan nunca han sido las mejores, pero en el caso particular de Viejos se sienten como un péndulo que oscila entre genuinas y demasiado extrañas, sobre todo en los aspectos más paranormales de la película. La reacción que algunos tienen al ver que están envejeciendo es un ejemplo de esto.
De manera muy general, Castillo de Arena es un estudio muy ortodoxo de nuestra existencia. Los personajes celebran el parto de una niña de cinco años atrapada en el cuerpo de una mujer de 30, aceptan el hecho de que ya no son lo suficientemente jóvenes para intentar escapar de la playa, los niños caminan e interactúan completamente desnudos en sus cuerpos adultos porque su conciencia sigue siendo tan inocente como lo era el día de ayer y, al final del día, los que por la mañana eran infantes se reúnen para escuchar un cuento que refleja perfectamente la decisión de sus padres para dejar de luchar en contra del tiempo y disfrutar sus últimos minutos de vida en los brazos de sus seres queridos.
Estos conceptos -aunque también cuentan con sus propios defectos- son ignorados por el director para darle paso a un thriller psicológico rociado con matices de horror que daña más la trama de lo que la beneficia. Los personajes no comprenden con certeza lo que sucede hasta la mitad del segundo acto, cuando ya es demasiado evidente que la playa los está afectando a todos por igual; el desarrollo gradual pasa a ser un cambio repentino de actores, muchos continúan luchando por escapar al mismo tiempo que otros pierden la cordura gracias a la evolución de sus padecimientos, y mientras la novela concluye de una manera nihilista, la cinta termina con un giro en la trama que, para este punto en la historia del director, ya es demasiado esperado.
Los efectos prácticos, la singular trama y la participación de Rufus Sewell, Thomasin McKenzie y Alex Wolff son algunos de los elementos que ayudan a que no pase desapercibido por las salas de cine, sin embargo, las cuestionables decisiones de fotografía, las debilidades del guión y la constante necesidad de darle una explicación científica a lo que está ocurriendo convierten a este proyecto en uno de los menos memorables del director, que alguna vez fue apropiadamente denominado como “El nuevo Steven Spielberg”.