No hace muchos años, podemos pensar en cinco o menos, tal vez, ese privilegio estaba enfocado a espacios residenciales de muy alta plusvalía en donde inclusive era una obligación y exigencia ante la fuerte inversión que sus propietarios hacían.
En México, ante la incapacidad de las autoridades policíacas: municipales, estatales y federal, cuando la organización vecinal lo permitió, cerraron calles primero con cadenas o plumas, después con rejas que han transformado en laberintos varias áreas de ciudades diversas de la república mexicana.
La construcción de casetas de vigilancia, la colocación de púas y alambres con navajas, cercas electrificadas, sistemas de vigilancia a control remoto, personal uniformado, armado, perros entrenados son parte ya común de una gran cantidad de mexicanos, de nuestros vecinos, de nosotros mismos.
Las tiendas departamentales ofrecen, a buen precio, hay que reconocerlo, sistemas completos de vigilancia; el monitoreo puede ser con circuito cerrado de televisión o por internet. El precio de las cámaras varía de acuerdo con la definición que uno requiera y el costo va en razón del tiempo de grabación para el cual tiene capacidad el propio equipo.
Apenas esta semana recibimos una circular en el fraccionamiento en donde habitamos, en la que se nos comunicaba que por acuerdo del comité de vigilancia se tomó la decisión de revisar cajuelas previa entrega de una identificación que deberá permanecer en la caseta de vigilancia, al entrar y salir, de todo tipo de visita: familia, amigos, asuntos de negocios, taxistas, servicios, novios y novias; en fin todos, serán sujetos a una revisión de fondo en sus vehículos.
¿Cómo explicar a nuestros hijos esta dinámica ajena a nuestra experiencia? ¿Cómo y bajo qué circunstancia transmitirles nuestro miedo y temor de que algo pueda sucederles, víctimas de la inseguridad? ¿Cuál será la explicación correcta para que en familia se comprenda el porqué ya no es seguro salir, disfrutar de una velada, y menos solos nuestros adolescentes y jóvenes, quienes merecen vivir su propia experiencia, pero ante la realidad nacional todo ello ha cambiado en su contra?
Las escoltas personales han resurgido en el medio público y privado. Recordamos, cuando en tiempos del presidente Miguel de la Madrid, al hablarse de la Renovación Moral de la Sociedad, los elementos de protección a servidores públicos, salvo obvias excepciones, fueron retirados.
Los guardias en la iniciativa privada, de igual forma, ante la decisión gubernamental y el endurecimiento en las políticas para otorgar permisos de portación de armas y blindaje de automóviles fueron a la baja. Hoy vivimos exactamente lo contrario; las amenazas, hechos violentos, ataques a la autoridad, asesinatos y crímenes sin cuartel han generado un amplio operativo municipal, estatal y federal para el resguardo de quienes, por su trabajo, cargo, representación, pudieran caer o ser víctimas de agresión.
Apenas la mañana de ayer jueves entregamos a nombre de la Federación de Asociaciones de Periodistas Mexicanos, del Club Primera Plana, por supuesto de la Asociación de Periodistas y Comunicadores de Morelos, el informe actualizado sobre las agresiones en contra de nuestro gremio al diputado Alejandro Encinas, quien tiene bajo su responsabilidad la presidencia de la Comisión de Puntos Constitucionales de la Cámara correspondiente. Este puede ser consultado, en su totalidad, en www.fapermex.mx
Al hacerlo, le manifestamos nuestra preocupación porque los atentados en contra de comunicadores en el país encuentren en verdad una investigación que ponga fin a la impunidad existente; hoy, se lo dijimos, el periodista, pero también su familia, amistades o colaboradores, son sujetos de agresión. Ante ello la urgencia de que la reforma constitucional que obligará a la autoridad federal a investigar en automático se apruebe urgentemente.
Nos cuestionó: ¿Cómo definir al periodista? Nuestra contestación fue inmediata y al parecer entendida; más que pensar en el sujeto véase el objeto. Lo que debe protegerse es la libertad de expresión y el derecho a la información, más que importar el nombre, apellido, medio y responsabilidad del sujeto. Tan grave es un crimen en contra de un reportero, directivo, editorialista, fotógrafo, camarógrafo, concesionario o propietario, como sobre un voceador, arrendador de un inmueble que cobije a un diario o a una frecuencia radial o televisiva. En todos los casos, que han sucedido y está documentado, lo que se vulnera son las garantías de hablar, escribir y opinar.
Las familias y las amistades han caído por acompañarles o simplemente porque son vínculo y obvio un mensaje de advertencia al resto de los colegas.
Somos hoy víctimas, todos en conjunto, de una realidad que jamás pensamos vivir. Los tiroteos y persecuciones policíacas estaban limitados a la televisión o al cinematógrafo; los secuestros, extorsiones, amenazas y demás delitos de ese tipo sólo eran noticia porque les sucedía a los poderosos, adinerados o a quienes, por su responsabilidad, se enfrentaban directamente a la delincuencia.
Hoy todos, absolutamente todos, estamos inmersos en una nueva forma de vida. Sólo eso puede hacernos entender que el 88% de los fraccionamientos en Cuernavaca, y pronto serán más, se haya convertido en espacios protegidos, algunos infranqueables, y además, aunque allí están nuestros domicilios, en áreas en donde si advertimos movimientos que por nuestra forma de vida parecieran extraños, de obligación viene la denuncia anónima, por si las dudas.
¡Vaya manera de vivir!