Por primera vez, los enemigos de las libertades de prensa y expresión, además de desaparecer, este caso a la comunicadora, victiman a un familiar, un inocente, un niño de dos años de edad.
Durante el sexenio de Vicente Fox Quesada ocurrieron seis desapariciones forzadas; en lo que va de la administración de Felipe Calderón Hinojosa suman ya 14. De las 20 víctimas, cuatro aparecieron muertos, por lo que quedan 16 pendientes de aclaración.
También en este periodo del 2000 a la fecha, el número de asesinatos que se vinculan con actos que atentan en contra de la libertad de expresión se eleva a 110: son 93 periodistas, nueve trabajadores de prensa, seis familiares y dos amigos de comunicadores.
Por la clara impunidad prevaleciente, en forma exponencial se han disparado los asesinatos y desapariciones forzadas sobre todo en lo que va del actual sexenio, al sumar en el primer caso 80 muertos y 14 desapariciones forzadas.
Hechos todos que tienen el propósito de impedir, limitar o menoscabar el ejercicio de las libertades de prensa y expresión.
En estos primeros cinco meses de 2012, nueve colegas y una trabajadora de prensa han sido asesinados. Uno en Cadereyta, Nuevo León; dos en Chihuahua, Chihuahua; uno en Xalapa y cuatro en Boca del Río, Veracruz. Uno más en Cuernavaca, Morelos y el último en Cajeme, Sonora; además de las dos desapariciones forzadas: de la colega Hypatia Stephanía Rodríguez Cardoso, reportera de Policía del diario Zócalo de Saltillo, Coahuila, y su pequeño hijo de 2 años.
Estas cifras son por demás preocupantes y tristes. Afectan no sólo al gremio periodístico sino a una sociedad que desafortunadamente puede ser mal informada, desinformada y en el peor de los casos, no informada. Ningún comunicacador, por difícil que sea la tarea encomendada o decidida a investigar, busca la muerte; esa no es la naturaleza de la profesión.
No es gratuito, por ejemplo, que en Estados Unidos, los reporteros que han sido corresponsales de guerra ocupen cargos de alta dirección y cuenten con el respeto de los demás compañeros. Ninguno, en su actividad por peligrosa que haya sido, fue en la búsqueda de ser mártir; por eso, quienes caen en el ejercicio del deber alcanzan la honra.
En México, es inconcebible que sin una guerra, sin ser enviados al campo de combate, sin tener que vivir esos momentos, los reporteros, los periodistas, sean “levantados” de sus propios domicilios, del trayecto del trabajo a sus casas, de los lugares de esparcimiento, para ser torturados y ejecutados.
Por eso estas cifras deben ser consideradas por las autoridades y por la sociedad; los periodistas por supuesto que nos encontramos en una encrucijada muy grave: informar a toda costa la verdad pero no a cambio de la vida. El periodista por supuesto que es valiente, pero no busca convertirse en mártir.