Noche de sentimientos encontrados. De una prolongada despedida, pero a la vez de una certeza de eternidad.
Vicente Fernández comenzó a decir adiós a su público capitalino con la extraña sensación de quien dice que se va, se va y no se ha ido. Probablemente nunca lo hará.
El escenario del Auditorio Nacional lo recibió con entusiasmo, como se recibe a quien es ídolo de un pueblo.
La gira Hasta siempre México, con la que amenaza poner fin a una carrera de más de 45 años, lo trajo de vuelta al DF para ofrecer, anoche, el primero de 12 conciertos, veladas que pretenden revivir y encajar en la memoria de la gente los éxitos que lo han consagrado y que quizá nunca se vuelvan a escuchar en vivo con su voz.
Por eso, y porque ha cosechado cariño a lo largo de su carrera, a don Vicente se le recibía con vítores y aplausos.
Con su estampa clásica, enfundado en un sobrio traje de charro, apareció sonriente sobre el escenario.
Su carácter bravío quedó de manifiesto de inmediato. De un rancho a otro fue el primer corte, el que marcó el rumbo de la velada. Había que decir adiós con lo mejor del repertorio, sin guardar nada.
“Muchas gracias, con el corazón en la mano y lleno de alegría por ser las últimas fechas que trabajo en la capital, les agradezco las oraciones que hicieron para que volviera a estar con ustedes. Mil gracias”, dijo don Vicente.
Alegre, El Charro de Huentitán echó mano de sus clásicos. Lo mismo Que te vaya bonito que El abandonado, Cien años o Hermoso cariño.
Cada tema confirmaba su arrastre y, más importante, su intachable calidad vocal.
Potente como siempre, convertía el foro en una catedral de la música vernácula. Él, como su máximo exponente, oficiaba una de sus últimas ceremonias.
Cantaba Por tu maldito amor y Cada mañana y sonreía. Se le veía emocionado. No era para menos. Diez mil personas se rendían a su voz y lo ovacionaban de pie.
El patriarca de los Fernández, recuperado de un tumor canceroso en el hígado y una trombosis pulmonar, no daba muestras de desgaste. Acá entre nos, a capella y sin la ayuda del micrófono, fue la mejor evidencia de la entereza artística de un hombre que quiere decir adiós por todo lo alto.
En medio del recital, don Vicente se dio tiempo para pedir por la salud de Joan Sebastian, uno de sus compositores y productor de algunos de sus discos.
“Así como rezaron por mi salud, les pido que no se olviden de rezar un Padre Nuestro por mi amigo”, dijo. Los aplausos se replicaron de inmediato.
El resto de la noche, emblemática como se pretendía, incluyó buena parte de sus éxitos, temas que abarcaban algunas de sus primeras grabaciones y otras de las más recientes.
Aunque me duela el alma, Vale más un buen amor, Estos celos y Bohemio de afición mantenían vivo un coro multitudinario. Cada canción le era arrebatada por la gente que quería sentirse parte de ese mítico adiós.
Todos cantaban Mujeres divinas, Alejandra y Sólo Dios, y guardaban energías para las emociones que restaban como cuando cantabaGracias y, con lágrimas, confesaba su agradecimiento.
“He caído fuerte y me he lastimado, pero siempre quise cuidarme por ustedes”, dijo como si hiciera falta que alguien creyera en su evidente emoción.
El Mariachi Azteca, que ha trabajado con él en sus años más recientes, se mantenía presto para acompañar sus pausas, para mantener el ritmo y para dotar de profundidad cuando Vicente dejaba que el público cantara.
La despedida, emotiva por su significado primario, contrastaba con la alegría que sentía por ser parte de aquella irrepetible noche.
Entre canciones Vicente platicaba anécdotas de su carrera, pero dejaba que cada tema viviera su dosis de protagonismo.
Urge, Las llaves de mi alma y El rey lo devolvían a los clásicos de antaño y mantenían encendida la pasión de una noche que detenía el tiempo.
Con Serenata huasteca, Ella y Volver, volver, Vicente Fernández cerraba su primer concierto que duró dos horas con 15 minutos.
Durante el tiempo en el que El Charro de Huentitán se mantuvo sobre el escenario, nadie se movía de su lugar, pues, aunque le restan 11 conciertos en el Auditorio Nacional, anoche era el primer adiós de alguien que dice que se va, se va y no se ha ido. Probablemente nunca lo hará.
Para verlo
El Charro de Huentitán se despedirá del público capitalino con presentaciones confirmadas los próximos 12, 13, 15, 16, 19 y 20 de septiembre, además de las fechas recientemente anunciadas los días 2, 3, 5, 11 y 12 de octubre. Los boletos para la gira Hasta siempre Méxicocuestan entre 370 y 2 mil 310 pesos y se pueden adquirir en taquillas del Auditorio Nacional o el sistema Ticketmaster.
Los temas del adiós
- De un rancho a otro.
- Que te vaya bonito.
- El abandonado.
- Cien años.
- Si acaso vuelves.
- Hermoso cariño.
- Lástima que seas ajena.
- Nos estorbó la ropa.
- Por tu maldito amor.
- Cada mañana.
- Otra vez.
- Un millón de primaveras.
- Verdad que duele.
- Qué tal se siente, corazón.
- Aunque me duela el alma.
- Vale más un buen amor.
- Estos celos.
- Acá entre nos.
- Qué de raro tiene.
- Bohemio de afición.
- Yo no me quiero ir.
- Mujeres divinas.
- Ese señor de las canas.
- Alejandra.
- Sólo Dios.
- Urge.
- Gracias.
- Las llaves de mi alma.
- El rey.
- El adiós del soldado.
- La ley del monte.
- El hombre que más te amó.
- Serenata huasteca.
- Ella.
- Volver, volver.
Con Información de Grupo Excelsior