“Al final, tus padres se enterarán. Simplemente porque todo el mundo ve porno en Internet y alguien te reconecerá”. Riley Reynolds dice esto a la cámara mientras conduce camino al aeropuerto de Miami. Está más cerca de los 20 que de los 30 y vive a gastos pagados en una casa descuidada de cinco habitaciones con jardín y piscina. Él, como una suerte de hermano mayor, repite ese mantra a todas y cada una de sus compañeras de casa. Ellas pagan el alquiler, los gastos y le dan un 10% de sus ganancias. Reynolds, que se define “como el típico loser de instituto al que hacían bullying y ahora es un triunfador”, se dedica a reclutar a chavalas de entre 18 y 21 años para Hussie Models, su agencia de talento de ‘nuevos rostros’ en el porno. Las capta desde Internet, donde ofrece vuelos gratis a Miami a “chicas guapas” que quieran trabajar en la industria del cine para adultos. Sólo les pide fotos para confirmar que encajan en ese perfil de ‘vecinita’ tan requerido en el porno: rostro angelical, buenos pechos y culo firme. Seis horas después de colgarlo, tendrá una media de cuatro o cinco mensajes de adolescentes recién salidas del instituto deseando trasladarse a la costa este para estrenarse en la industria.
Ellas saben a lo que van, él sabrá cómo gestionar su carrera. Aquí no hay engaños: las irá a buscar al aeropuerto, las acogerá en su casa, les dará trabajo en varias películas y al cabo de varios meses (seis máximo) la mayoría se irán de la ciudad. Habrán ganado unos 30.000 dólares, participado en varias decenas de títulos y otras tantas escenas de webs (gratuitas o de pago). Al principio, ante la cámara, fingirán ser vírgenes a punto de estrenarse o colegialas bobas en apuros. Al mes habrán agotado esa faceta y, si quieren más dinero y seguir trabajando, tendrán que pasarse al rollo duro: bondage, asfixia, comer su propio vómito tras una felación, etc. ¿Por qué? “Porque cada día una chica cumple 18 años y cada día llegan chicas nuevas, esto se está convirtiendo en algo mainstream“, cuenta Riley a la cámara. Lo explica en Hot Girls Wanted, un documental que acaparó todas las conversaciones del pasado festival de Sundance, nominado a los pasados Emmy y que emite desde el pasado mes de mayo Netflix en su catálogo para Estados Unidos.
Producido por la actriz Rashida Jones (Parks and Recreation) y dirigido por Ronna Gradus y Jill Bauer (que también analizaron la sociología de la industria digital del porno en Sexy Baby), el documental sigue la evolución durante medio año de varias recién llegadas al porno y evidencia cómo el sector del ‘reality porn‘, ese que pareceamateur y con aspecto casero pero no lo es, engulle, mastica y escupe a chavalas ansiosas de fama, dinero fácil y de tener miles de seguidores en Twitter. Jóvenes que reniegan “de partirse el culo en McDonad’s por seis dólares la hora” pero que prefieren ganar 100 dólares extra si ruedan la escena sin condón (40 de ellos se irán para la pastilla del día después).
En la cinta está Ava Taylor (nombre artístico), que en su primera escena reniega de la universidad, se ríe de lo duro que han tenido que trabajar sus padres y defiende su nueva vida de libertad porque ahora va a fiestas en áticos y monta en lamborghinis. Tres meses después reconocerá que la industria del porno amateur “las trata como un simple trozo de carne”, que está cansada de rodar siempre la misma escena y que “lo único que importa aquí es que tengas un culo, tetas y una vagina”. Ahora asegura haber dejado la industria para centrarse en una carrera como fotógrafa. También está Stella May, una jefa de animadoras de un instituto cualquiera Texas que abandonó a su familia de clase media de un día para otro para dedicarse al porno y no estudiar en la universidad. Durante la cinta se echará un novio que, ayudado por su madre, la presionará para que deje la industria a los pocos meses y se busque un trabajo de camarera en Texas (no sin antes asistir a una cruda escena en la que sus excompañeros de instituto se burlan de los vídeos que ha protagonizado y comprendiendo que ninguna de estas chicas recapacita previamente e imagina la huella digital –y social– que implica haber hecho porno gratuito en Internet). “Seguimos en contacto con todas las chicas de la película y con Riley también. Muchas de las chicas ahora aseguran que si hubieran sido un par de años más mayores, probablemente no tomarían la misma decisión, lo que indica cómo las sensibilidades pueden cambiar entre los 18 y los 20 años”, cuenta Gradus.
Las directoras dicen que estas chicas pertenecen a la Generación XXX. “Nunca han conocido una vida sin internet y se han visto influenciadas y expuestas al contenido sexual hardcore que existe online desde que son pequeñas”. A grandes rasgos, el documental deja entrever que las chicas de Hot Girls Wanted son chavalas que han crecido viendo cómo Kim Kardashian, la misma que filtró su propia cinta porno, se ganaba un reality y ahora reina en Instagram y hasta en la portada deVogue o cómo Miley Cyrus ha relanzado su carrera gracias a su nueva faceta hipersexualizada. “Las famosas y las cantantes no provocan que las adolescentes se tiren en masa al porno. Pero sí alimentan una fantasía en la que a veces lo único que basta para ser famosa es tener una cinta porno. Además, la cultura pop hace que ese ‘vivir el sueño’ sea sobre dinero rápido y fama y muchas jóvenes creen que pueden conseguirlo a través del porno”.
En 2013, las páginas porno de Internet tuvieron más visitas al mes que todas las de Twitter, Amazon y Netflix juntas. Vivimos en un mundo en el que el 30% de los datos que se transfieren online son de la industria del cine para adultos y desde que se estrenó el documental, Riley, el agente de nuevos talentos, ya ha alquilado una segunda casa para alojar a nuevas chicas. La directora tiene claro el porqué. “Muchísimas chicas jóvenes entran en el porno amateur profesional cada mes, así que la competitividad es altísima. Si una web quiere un rostro nuevo cada día, ¿por qué contratarían a la misma actriz si no tienen por qué hacerlo?”.
Fuente: el país