Guzmán Huerta creció en Tepito en la Ciudad de México, una de las zonas más peligrosas de la capital, no por nada le llaman el barrio bravo, también semillero de grandes boxeadores. Ahí El Santo se interesó por el béisbol, el fútbol americano y, por supuesto, por la lucha libre. En su juventud usó otros sobrenombres: Rudy Guzmán, El Hombre Rojo, El Murciélago II y El Demonio Negro. Su entrenador, Jesús Lomelí, le invitó a unirse a un grupo de luchadores que se vestirían de plateado, por lo que le sugirió un cambio de nombre. Así Rodolfo Guzmán dejó de existir para convertirse en El Santo, el enmascarado de plata.
El Santo forjó su legado no sólo al vencer a otros luchadores en el cuadrilátero, sino también a mujeres vampiro, momias y zombis en las 54 películas que protagonizó, en ellas era el rockstar que viajaba en un automóvil descapotable blanco y con el pecho desnudo. El Santo fue una especie de Superman mexicano. Eso sí, para aparentar una mayor estatura tenía que utilizar unas alzas en las botas.
El público mexicano abarrotaba las arenas mexicanas cada noche para verle. Quienes le conocieron aseguran que aunque estuviera enfermo nunca faltó a una función. El Santo era un adicto a la lucha libre, un espectáculo que se popularizó en México a partir de 1933. Su carisma le valió para aparecer en los cómics de los años cincuenta.
El misticismo de los luchadores mexicanos se basa en ocultar su verdadera identidad. El Santo la supo mantener hasta 1982, ya en el declive de su carrera. En un programa conducido por el periodista Guillermo Ochoa el luchador enseñó su rostro para demostrar que no estaba viejo, a pesar de que su porte ya no era atlético. Su voz era rasposa. Un año después lo volvió a hacer para el comunicador Ricardo Rocha, los productores acordaron no congelar la imagen, para tratar de mantener el secreto del Santo.
Pero la fecha más emblemática fue el 26 de enero de 1984. En aquella tarde decidió quitarse la máscara, por tercera vez, para el presentador informativo de Televisa, Jacobo Zabludovsky. El Santo murió 10 días después a los 66 años. Pero el legado continua con El Hijo del Santo y su nieto, El Santo Junior, quien se estrenó en el nivel profesional en agosto pasado.
La leyenda de El Santo aún vive en las principales plazas de lucha libre a través de su mercancía. También en la inspiración para las generaciones de luchadores y en su museo, localizado en Tulancingo, Hidalgo, en el centro de México donde nació Rodolfo Guzmán. No obstante, su propio hijo, Jorge Ernesto Guzmán, reconoce que eso es insuficiente para valorar la trayectoria de su padre. “Al parecer a las autoridades mexicanas no les interesa. Es increíble que aprecien más el acervo de mi padre en el extranjero que en mi propio país”, dijo el Hijo de El Santo a EL PAÍS en marzo del año pasado. La santomanía no ha muerto. [El País]
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— Google Argentina (@googleargentina) 23 de septiembre de 2016