Si hacemos un ejercicio de regresión hacia la mitad de los 2000, llegaremos a una época en la que firmas como Nokia, Sony Ericsson, Motorola y LG lanzaron teléfonos que comenzaron a incorporar funciones que iban más allá de aquellas que usualmente se asociaban a un celular.
Nokia fue una de las firmas que más experimentó tanto con nuevas funciones y tecnologías, como con factor forma, pero no siempre obtuvo los resultados deseados.
Hablamos de que la firma finlandesa podía apostar por un dispositivo que mezclara teléfono y consola portátil de videojuegos (el infame N-Gage) -aún si la experiencia de usuario no era la idónea- o por un equipo que para activar su modo cámara debía ‘torcerse’ por la mitad (el 3250).
A este ímpetu de experimentación también pertenece el Nokia N90, un teléfono que tuvo la particularidad de adoptar la forma de una cámara de video estilo Super-8 para hacer énfasis en que habíamos llegado a una era de gadgets multifuncionales.
Nokia N90 salió a la venta en el segundo trimestre de 2005 y perteneció a la línea N series, caracterizada por ofrecer servicios multimedia digitales como reproducción de música, captura de fotos y video, y conexión a internet.
La cámara estaba equipada con ópticos Carl Zeiss, es decir, Nokia dirigió el teléfono a un sector para el que no resultaba suficiente la tecnología disponible en otros equipos.
Contó con una pantalla de 2.1 pulgadas y 259 ppi, lo que hizo que las imágenes que registraba fueran las más nítidas que un equipo Nokia podía conseguir.
En apariencia era un equipo dirigido a cualquier persona con inquietudes creativas y con gusto por tomar fotos y video, pero las opiniones del momento remarcaron que más bien era un teléfono grande, pesado, torpe y de precio elevado.
De esa manera, con N90 se demostró una vez más que Nokia lanzaba propuestas que rompieron moldes, aún si no eran las más acertadas.