En 2019, una pintura creada por inteligencia artificial, inspirada en miles de retratos pintados entre los siglos XIV y XX, se vendió por casi 500.000 dólares en una subasta. Unos meses antes, los alumnos de un prestigioso conservatorio de música tuvieron muchísimas dificultades para diferenciar las notas musicales de Johann Sebastian Bach de las creadas por un algoritmo llamado Kulitta, que había sido programado para imitar el estilo del famoso compositor. Incluso la multinacional IBM se unió a la diversión y le encargó a su sistema Watson de inteligencia artificial que analizara 9.000 recetas para diseñar sus propias ideas culinarias.
Un algoritmo sin la creatividad de los humanos
Pero muchos expertos, así como gente corriente se preguntan si estas inteligencias artificiales realmente son creatividad. Aunque sofisticadas en su mimetismo, estas inteligencias artificiales creativas son incapaces de crear algo nuevo desde cero, ya que carecen de la capacidad de incorporar nuevas influencias de su entorno.
Es lo que le ocurre a DeepArt, un algoritmo que es capaz de reproducir con una exactitud milimétrica obras de arte de pintores del renombre de Rembrandt o Van Gogh. DeepArt ha sido programado para imitar el estilo de estos gigantes del arte pictórico únicamente almacenando una cantidad ingente de datos que van desde el cromatismo hasta la profundidad de cada una de las pinceladas. El resultado son cuadros que podrían engañar hasta a un experto, ya que el estilo es prácticamente indistinguible.
No es arte, solo imitación
La verdadera creatividad es una búsqueda de originalidad. Es una recombinación de ideas dispares en formas nuevas. Son soluciones inesperadas. Puede ser la música, la pintura o la danza, pero también el destello de inspiración que ayuda a inventar cosas como las bombillas, los aviones o la tabla periódica.
Tan solo en los últimos años, las inteligencias artificiales creativas se han expandido a la invención del estilo, a la autoría que es individualizada en lugar de imitativa y que proyecta significado e intencionalidad, incluso si no existe. Sin embargo, no basta con crear algo que imita a una obra original, sino que cuando se crea algo debe tener significado y autenticidad, algo que jamás podrá hacer una máquina. Que un algoritmo pinte imitando a Picasso no es arte, ya que la obra carece de intención, todo es robótico.
Si una inteligencia artificial carece de la autoconciencia para reflexionar sobre sus acciones y experiencias, y para comunicar su intención creativa, ¿es realmente creativa? ¿O la creatividad solo está en el autor que alimentó alimentó a la máquina con datos?
En última instancia, pasar de que cada vez hay más máquinas que imitan procedimientos humanos, todavía ninguna ha sido capaz de pensar por sí misma. Hace setenta años, Alan Turing, a veces descrito como el padre de la inteligencia artificial, ya pensaba en robots con conciencia propia, pero de momento eso sigue perteneciendo a la ciencia ficción.
REFERENCIAS:
University of London / College Research Centre Massachussets.
Con información de Muy Interesante