Lee esto antes de seguir: mis ejemplos no son extrapolables a todo el mundo. De verdad. Tampoco tienen que serlos para ti, que seguramente tengas hábitos parecidos en algunos casos y muy distintos en otros. Sólo es una guía base de mi caso. Espero que te sea útil, al menos parcialmente.
El push está sobrevalorado
Para la mayoría de aplicaciones, el push me suponía una distracción constante, más que una ventaja. Así que empecé a preguntarme cuáles podía desactivar.
Instagram, Facebook, TODOS los grupos de WhatsApp, las suscripciones de YouTube, LinkedIn, Pinterest… Muchísimas aplicaciones, casi todas sociales, pasaron a quedar fuera del centro de notificaciones. Plantéatelo: ¿de verdad necesitas una notificación por cada like de Instagram, al segundo?
Cualquier novedad debería esperar a que yo entrase a ellas, no al revés.
Luego alguna aplicación más también acabó siendo parcialmente silenciada. Por ejemplo, en Swarm solo dejé activadas las notificaciones de los usuarios que realmente me puede importar saber por dónde andan. No es que antes tuviera a todos activados, pero sí tuve que hacer una cura más grande.
Otra cosa que hice fue desactivar permanentemente las notificaciones de muchas aplicaciones como juegos que por algún razón les concedí ese permiso. La mayoría de veces sonaban para avisar de que incluían alguna novedad o simplemente para recordarme que llevaba varios días sin abrirlas. También di el paso con Spotify: una de mis playlists se volvió popular y lleva unos 1.500 suscriptores. 1.500 notificaciones que me han saltado a lo largo de los meses, sólo de esa playlist. No tenía sentido alguno.
Twitter es el epicentro
Shutterstock | Valentina Razumova
En mi caso al menos, Twitter (a través de Tweetbot) es lo que más utilizo y donde más notificaciones recibo. También tuve que meter la tijera ahí.
En primer lugar, ¿a quién sigo? A veces siento que me gustaría seguir a más personas, medios o asociaciones, pero simplemente hay que poner límites. Me lo recuerdo constantemente. Por poner esas barreras me pierdo cosas, pero si no las pusiera al final me perdería mucho más.
Utilizar listas para compensar lo de seguir a cientos y cientos (o miles) de usuarios puede ser una solución para muchos, pero al final me parece más sencillo y honesto tener un timeline al que seguir. Al final, quien sigue a miles no quiere seguirlos, sino que ellos le sigan a él.
Por otro lado, las notificaciones de Twitter. Terminé desactivando las de nuevos seguidores, que no es que me llegaran demasiados, ni de lejos hasta el punto de ser molestas, pero ya supone un pequeño ahorro. También las de favoritos y retuits: no suelo tener baños de masas, pero algunos tuits sí suponían un buen chorreo de notificaciones por un buen rato. Fuera eso. Desde entonces miro ambos en la web de Twitter, en la pestaña dedicada.
Muchas aplicaciones son superfluas. En serio.
En casa sigo la máxima de tener lo menos posible, y de ello, cuanto más escondido en cajones o armarios, mejor. Por ejemplo, hay una sandwichera que utilizo una vez a la semana. Muy poco, pero lo suficiente como para llevarla al trastero en lugar de dejarla a mano en un armario de la cocina. Lo mismo me ocurre en el iPhone.
Hay aplicaciones que no uso ni siquiera todas las semanas, como MyTaxi o Wallapop por mencionar un par. Pero al final las utilizo, así que ahí se tienen que quedar. Las que no uso con una regularidad de, pongamos, una vez cada dos meses al menos, seguramente no la use casi nunca o no la vaya a echar de menos si de repente ya no está. Así hice una criba de más de 50 aplicaciones que tenía “por si acaso”, que van desde utilidades hasta aplicaciones de viajes o juegos, que no he extrañado aún. Y si algún día las necesito, las volveré a descargar sin problema.
Con aplicaciones que se solapan, similar. ¿Para qué queremos 12 editores fotográficos que prácticamente hacen lo mismo? Y así con unas cuantas de escaso oropel y amplio espacio ocupado.
Contactos organizados de 10
Otro problema cuando se manejan varias cuentas (más de un Gmail, iCloud, la integración con Facebook…) es que todo eso suele terminar en una anarquía en la agenda de contactos. Bueno, hay que encontrar una fórmula. La que sea, pero hay que encontrarla. En mi caso, dejar los contactos en un único Gmail que se sincronice con la agenda. El resto, en apps de correo y demás, pueden beber de ella.
La clave, en mi caso, es la fórmula “Nombre Apellido” y la empresa en la que trabaja, si es el caso, en su debido campo. Correo actualizado y teléfono, y siempre que pueda, la fecha de cumpleaños, que se sincroniza a su vez con el calendario para avisar.
Otro consejo aquí: la integración de Facebook con cumpleaños de contactos, contactos en sí, etc, es caótica, mucho mejor evitarla o descuadrará todo.
Maldita galería
La galería de fotos o carrete siempre acaba hasta arriba de fotos quintuplicadas, capturas de pantalla que ya no tienen utilidad alguna, o en el peor de los casos fotos descargadas automáticamente de grupos de WhatsApp activos con virales. Importante: desactiva eso. Ya.
Volviendo a lo del principio, en iOS utilizo la aplicación Cleen, que permite ir borrando fotos de forma muy muy rápida. Usarla una vez a la semana me ha supuesto tener la galería despejada, sin duplicidades (que en ocasiones llegaba a 16 fotos casi idénticas), sin elementos que ya no necesito.
La regla de los dos minutos. La regla de oro.
Diógenes.
Una vez leí en el maravilloso blog de Buffer, creo que en particular a Kevan Lee, quizás el mejor escritor sobre productividad que existe en Internet, que estaba bien aplicar a nuestro smartphone la regla de los dos minutos: si un mail te lleva menos de ese tiempo en responderlo, Si dejas que todo se vaya acumulando en tu smartphone, al final tendrás una bonita, enorme e inmanejable torre de tareas y contenidos pendientes.
hazlo en ese momento. Si te llevará más, y sólo en ese caso, puedes dejarlo para más adelante. Bueno, al final he maximizado esa norma.
Por ejemplo, con Pocket, un servicio insustituible al que envío todos los contenidos - artículos y vídeos - que no puedo ver en ese momento. El peligro de Pocket es que es fácilmente convertible en un Diógenes digital, en un cajón de sastre en el que cae de todo, y lo peor, cae en el olvido. Dejé de enviar ahí cualquier cosa. Los artículos cortos, en serio, se pueden leer en ese momento, y más si utilizamos la lectura diagonal, tan socorrida ella.
A Pocket al final envío los artículos realmente largos. Y no sólo por extensión: pienso también en los artículos que uno disfruta leyendo, en los que la lectura diagonal sería un atropello. Eso para mí tiene más sentido que atiborrar Pocket de artículos de usar y tirar, de los que se publican en casi todos los medios (incluido Hipertextual, claro), de actualidad breve, favoreciendo longreads.
Lo mismo sirve para mails y otro tipo de información y notificaciones, como decían en Buffer: no desprecies lo breve si en ese momento puedes hacerte cargo de él. Luego llegará acumulado y será más complicado de manejar.
Viva el modo No molestar
Sueño
Hasta hace poco, el modo No molestar, que silencia sonidos, elimina vibraciones y desactiva la iluminación de la pantalla al recibir notificaciones, era algo exclusivo de la noche para mí. Desde hace no mucho lo utilizo también para no ser interrumpido cuando prefiero que sea así. Sólo las llamadas pueden distraerme, y no suelo recibir más de tres en todo el día, salvo en ocasiones contadas.
Ahora activo este modo cuando simplemente quiero no ser distraído: en ratos de trabajo que requieren un plus de concentración, en cenas en pareja o con amigos, tiempo de lectura, hasta para jugar a un videojuego un viernes noche.
Cicatrices
Mi día a día ahora es mejor, pero no nos pasemos, tampoco es como esto.
No es que haya descubierto la solución contra el hambre ni que mi vida ahora sea una feliz utopía con unicornios, sandwiches de nata y croquetas autogeneradas. Simplemente he aprendido a gestionar mi iPhone de una forma que me permite vivir algo más tranquilo y sin tantas interrupciones, tantas vibraciones que me hacían sacar el móvil del bolsillo, tantas notificaciones que ver a cualquier hora, tantos mensajes que respondía como si fueran urgentes pero que en realidad no lo eran en absoluto.
Cada uno tenemos un patrón de uso, unas necesidades, unas prioridades. Mi consejo final y general es que te plantees realmente cuáles son esas prioridades, y ajustes tu smartphone por completo a ellas. Yo ya no intento tener un poderoso Lamborghini que me ruge y atrapa miradas. Ahora tengo algo más simple: una tuneladora. Cada hora, un metro más. Cada día, más cerca de la luz. | Hipertextual