A partir de los últimos días del ejercicio, nos lo dice alguien que conoce de estas experiencias y la está viviendo por enésima ocasión, el ambiente se tensa en la oficina, en el hogar se advierte cierta incertidumbre y como que el futuro ser cierra. Es una de las facturas que arroja enredarse en la cobija de la burocracia del tamaño que sea. Incluso hay muchos casos que llegan a la abyección con tal de seguir enchufados y brincan de una plataforma partidista a otra, se destiñen un color y nunca les cuadra el otro y ni siquiera un tercero les quita lo pálidos. Es gente que no hay que culparlos, lejos de una sola convicción.
Hay otros que más allá del color tienen la necesidad de trabajar y se manejan con mayor respeto y hacen su tarea bien, gobierne quien gobierne. Para fortuna son los sindicalizados o empleados que de tan necesarios ni siquiera se han dado tiempo de integrarse a una estructura de partido.
Pero regresando al primer nivel. En los tiempos hegemónicos del PRI, se hizo una tradición sobre quiénes serían las reses de hoy y ni imaginar los tiempos en que el carnicero espera adelante del camino, tres o seis años posteriores. Al sacrificio. Había fundamentos para que tal o cual fueran a la cárcel o los dejaran huir. Ahí tenemos a Jorge Serrano Díaz y Arturo “El negro durazo” con los fugados Everardo Espino de la O y Lerma Candelaria a la llegada de Miguel de la Madrid y su famosa renovación moral, o los odios de Carlos Salinas de Gortari en contra del desafiante dirigente sindical petrolero Joaquín “La quina” Hernández Galicia o el “Gordo” abusivo Eduardo Pesqueira Olea; o más cerca las facturas cobradas de Zedillo a su antecesor a través del hermano Raúl. No exoneramos si eran culpables o responsables, nada más que el argumento era el cambio de Gobierno para ajustar cuenta.
Seguro en libertad y sin ser molestados quedaban verdaderos criminales de la política, pero no desagradaban al recién ungido y a su equipo. El asunto era que cada tres y seis años había “nota” y hacían actuar a las contralorías, procuradurías, tribunales y corporaciones policiacas. Tenían qué hacer. Hoy también “tienen” pero no pueden, digamos en el caso de la delincuencia organizada.
Cuando se rompe el priato de 70 años lo menos que se piensa es que los gobiernos de derecha, el PAN, fueran a limpiar las instituciones de tanto pillo y dejaran a los que trabajan como siempre y hacen posible el funcionamiento, que siempre es la burocracia que rebasa fronteras ideológicas y partidistas. Amagan, envían, mensajes, arrinconan, pero no actúan. Manejan un esquema del mantenimiento del temor, en tanto ellos –los panistas—se adaptan al esquema de tener el poder. Y se tardan, así que se pierden en el olvido sus expedientes. O no saben cómo operarlo, o bien se colocan en el tronco de carnicería de reses futuras y optan por no seguir la regla política de destazar a partes del antecesor.
¿Quién, en su sano juicio, va a creer que en cualquier administración, del partido que quieran, hay tanta honestidad probada que no pueden actuar con la ley? Sin embargo, el modelo priista del ajuste donde más doliera al anterior o cobrar agravios (dicen que Pesqueira Olea colocó una peluca en la cabeza del secretario de programación, Carlos Salinas de Gortari, en una de las fiestas privadas tipo romanas de Miguel de la Madrid, y Salinas se la guardó hasta que pudo cobrársela y si no lo metió a la cárcel, sí apuró su deceso natural con tanta presión), o el modelo panista de dejar las cosas como están, genera especial atención por conocer el modelo que tenemos que llamar de alguna manera: izquierdista o de coalición que asume Graco Ramírez Garrido Abreu al que a partir de hoy le agregamos el Luis como dice su acta de nacimiento y, nos parece, le gusta que le mencionen así. A esperar.
Lo que sí son actos solamente ejecutados por cobardes –que incluye a la prensa—es que teniendo al objetivo durante años y largos meses, nunca se le diga lo que se piensa o dicen los demás de él. Iniciar campañas cuando son ya ídolos es, repetimos, de cobardes. Tan justo que es correr el riesgo que el gobernador o cualquier funcionario pueda repeler un ataque certero y real con argumentos, o uno artero en el momento justo que deja la función. Es común, pero se da en círculos donde la hombría de bien, las torceduras de la formación se hayan en un cruce de caminos y sale la naturaleza del closet.