Uno de ellos ha sido el presupuesto dedicado a la ciencia, la cual ha venido sufriendo recortes desde hace ya mucho tiempo. Si bien no deja de insistirse en la importancia de lograr una inversión en ciencia y tecnología del 1% del Producto Interno Bruto (PIB) del país, pareciera que todos los esfuerzos por lograr dicha meta han sido en vano. En el caso de nuestro país, los recortes no solo han afectado el buen desarrollo de muchos proyectos científicos en diferentes disciplinas, sino también el apoyo a estudiantes que requieren de una beca para poder estudiar un posgrado. Por lo tanto, los recortes no sólo afectan al desarrollo actual de los proyectos científicos, sino que coartan también la esperanza de tener nuevos científicos en el futuro.
En Estados Unidos y otros países del mundo también se viven momentos de tensión por recortes en la ciencia. Si vemos qué pasa con nuestros vecinos del norte, observamos recortes importantes a la ciencia debido a iniciativas de su presidente. Un ejemplo es el inminente cierre de su Agencia de Protección Ambiental debido a las creencias del presidente Trump respecto al cambio climático, cuya existencia niega sin fundamento científico a pesar de las múltiples evidencias y estudios existentes. Estás políticas y los recortes al presupuesto dedicado a la ciencia, que parecen globalizados, motivaron manifestaciones en todo el mundo, y que el pasado 22 de abril se organizara una Marcha por la Ciencia: México no fue la excepción. La finalidad de la Marcha por la Ciencia fue inconformarse con los recortes al presupuesto para realizar investigación científica y sensibilizar a la sociedad sobre su importancia. En Morelos, varios científicos y estudiantes convocaron a la Concentración por la Ciencia y como muchos otros colegas, decidí incorporarme a la iniciativa. Siempre he considerado importante participar activamente en cualquier iniciativa que pueda mejorar la ciencia y en general, el desarrollo de mi país.
Si bien la gente prestó atención a quienes nos reunimos en el zócalo de Cuernavaca el pasado sábado 22 de abril, muchos de los paseantes no indagaron más acerca de las razones que nos impulsaron a concentrarnos. Si bien se detuvieron a leer las pancartas con frases alusivas a nuestros proyectos de investigación, era evidente la barrera que aún separa al científico (muy estereotipado) de la sociedad. A más de un mes ya desde la manifestación de la comunidad científica, parece que todo ha vuelto a la normalidad y mucha gente parece haber olvidado lo ocurrido. Independientemente del impacto y cobertura que tuvo el evento, quiero aprovechar la oportunidad de comunicar en este texto una reflexión personal que ha sido inspirada por el resultado que tuvo la Marcha por la Ciencia en Cuernavaca, Morelos.
¿Qué hacemos los científicos?
El trabajo de un científico muchas veces va contra lo intuitivo, ya que busca y reúne evidencias para explicar fenómenos que normalmente trataríamos de entender usando nuestros sentidos, lógica y experiencia. Por ejemplo, hace siglos se pensaba que la Tierra era plana y que el Sol giraba alrededor de ella. Dichas explicaciones fueron aceptadas durante mucho tiempo ya que convencían a la gente dado que explicaban sus observaciones. En mi experiencia, muchas veces he tenido que explicar cómo la información genética de otros organismos, como puede ser un ratón, es muy parecida a la del ser humano. Al ver un ratón, nuestra intuición nos diría que no tiene mucho en común con nosotros, pero la información genética (genoma) nos muestra muchas evidencias de lo contrario. De hecho, genéticamente ¡sí somos muy parecidos! Es por esta razón que el uso de ratones como modelo experimental ha permitido el desarrollo de la ciencia y la medicina reduciendo la necesidad de experimentar con seres humanos.
En la actualidad, vivimos en un mundo en el que estamos expuestos a mucha información que recibimos de muy diversos medios de comunicación, incluyendo las famosas redes sociales. Esto ha permitido que la gente obtenga información errónea de manera instantánea, que con frecuencia se propaga por muy diversas causas, entre otras porque satisface la necesidad de la gente de entender o al menos de sentir que conoce. Tomando el ejemplo de las redes sociales, ¿cuántas veces no ha recibido un mensaje de una cadena afirmando que le cobrarán el acceso a Facebook o que la privacidad de sus datos se verá comprometida si no pega y propaga dicho mensaje? ¿Cuántas veces no ha visto un comercial de televisión en que las propiedades de ciertos productos se avalan mediante “un estudio científico” del cual nunca se proporciona una referencia que permita verificar la información? La tentación de tener respuestas inmediatas consistentes con nuestras creencias es la razón por la cual la gente acaba aceptando afirmaciones que son falsas. La solución está en tratar de buscar hechos o evidencias que confirmen o refuten lo que se informa. Sin embargo, encontrar dichas evidencias requiere de tiempo y mucha voluntad, a pesar de que la mayoría de las veces ya existan y solo sea necesario integrarlas. Ahora, imagínese el tiempo, voluntad, esfuerzo y dinero que se requiere para generar nuevas evidencias, hacerlas disponibles e integrarlas. Ese es el trabajo del científico.
Ciencia vs seudociencia
Todos nos vemos afectados por el flujo de información seudocientífica que a la larga desacredita el esfuerzo y trabajo científico serio. Por ejemplo, ¿por qué mucha gente rechaza que las vacunas sean esenciales para prevenir varias enfermedades? Esto se debe al impacto de un solo estudio realizado en 1997, publicado en la revista médica especializada The Lancet, donde se reporta una asociación entre la vacuna de rubeola, varicela y sarampión con casos de autismo (HYPERLINK "http://bit.ly/2rn8N54" \hhttp://bit.ly/2rn8N54). Sin embargo, en el 2010 dicho artículo fue retractado y hoy tenemos cientos de evidencias que refutan la asociación de las vacunas con el autismo (HYPERLINK "http://bit.ly/2rEVGMs" \hhttp://bit.ly/2rEVGMs). A pesar de esta retracción, muchas personas temen aún a esta supuesta asociación con el autismo y no vacunan a sus hijos, sin tomar en cuenta que la no vacunación puede no solo dañar la salud de sus hijos de por vida, sino que también contribuye al riesgo de propagación de graves epidemias.
Para entender cómo se propaga una epidemia, podemos recurrir a un concepto muy sencillo: el número básico de reproducción (R0) de una enfermedad infecciosa. Este número nos indica cuántas infecciones genera una persona por contagiar a otros en una población sin la protección de una vacuna. Por ejemplo, la influenza tiene un R0 de 2 a 3, mientras que el sarampión tiene un R0 de 12 a 18 (HYPERLINK "http://bit.ly/2qlhAk6" \hhttp://bit.ly/2qlhAk6). Ambas enfermedades son de transmisión aérea y si bien la vacuna contra la influenza es de reciente aplicación, para el sarampión el programa de vacunación en México tiene una aplicación estricta desde hace mucho tiempo indicando al menos 2 dosis: una al primer año de vida y otra a los 6 años, con posibles refuerzos adicionales. Para una enfermedad con un R0 como el del sarampión, si el 95% de la población estuviera vacunada, el porcentaje de casos se reduciría a casi cero. Sin embargo, estudios realizados en México indican que para muchas enfermedades no se alcanza el porcentaje de vacunación requerido para erradicarlas entre niños menores de un año y hasta 6 años, lo cual resulta alarmante (HYPERLINK "http://bit.ly/2qUBlS6" \hhttp://bit.ly/2qUBlS6).
Existen otros casos, como la crítica al uso y consumo de organismos genéticamente modificados, la promoción a productos milagro certificados por supuestos “estudios científicos”, las dietas que modifican la acidez o alcalinidad del organismo, etc., para los cuales la gente no suele tener a su disposición evidencias científicas que les permitan validar o refutar lo que se promete en la publicidad. Pero aun cuando las evidencias están a la vista, mucha gente no las acepta y prefiere ignorarlas, como en el caso del presidente Trump ante el cambio climático. No sólo es cuestión de aceptar o no las evidencias, sino que la gente acepte que son relevantes para su vida diaria, y en el mundo global, para el planeta. En el caso de las vacunas es necesario pensar en el bien común. Pensando en la población en su conjunto, el daño es mucho más grave al no vacunarse y esparcir la enfermedad, que asumir los pequeños riesgos que podríamos correr al ser vacunados. Es entendible que la gente tema por su propia salud o la de sus seres queridos, pero resulta una contradicción ya que los miembros de una población que rechaza una vacuna para evitar un riesgo menor, incrementan la probabilidad de contraer enfermedades conducentes a riesgos y problemas de salud mucho mayores. En el caso de Trump, su decisión antepone el bienestar de la industria norteamericana, a la salud del planeta.
Ciencia y sociedad
Ahora bien, pareciera que el vínculo de confianza entre la gente y científicos se encontrara roto. Como ya se mencionó, se han generado muchas evidencias científicas que comprueban que las vacunas no producen autismo y que los riesgos al vacunarse son muy bajos. Sin embargo, mucha gente no está dispuesta a ser vacunada aún después de conocer dichas evidencias, consecuencia de un miedo infundado a raíz de estudios con poco o nada de rigor científico. Tal vez este elemento psicológico es algo que los científicos debemos tomar en cuenta para acercarnos a la población y ganarnos su confianza. Es importante encontrar espacios para interactuar con la población de manera más efectiva. Este espacio es uno de ellos. Las conferencias también son importantes para divulgar nuestro trabajo, pero debemos promover una mayor interacción y retroalimentación con la gente, particularmente si se trata de comunicación o difusión de la ciencia. Por lo tanto, debemos encontrar medios más adecuados que nos permitan acercarnos a la población y que la población se acerque a nosotros. Estos pueden ser las redes sociales o bien, eventos como el Día de Puertas Abiertas que se lleva a cabo en el Instituto de Biotecnología del Campus Morelos de la UNAM, en la ciudad de Cuernavaca. En este evento, se ha recibido a miles de asistentes con los cuales tenemos una interacción y diálogo de forma directa, donde tanto los académicos como loa asistentes pueden conocer los intereses de sus interlocutores. Si bien este tipo de ejercicios requieren de tiempo para generar lazos estrechos entre la sociedad y la comunidad científica, son los primeros pasos con los que romperemos el estereotipo del científico y marcaremos la línea entre ciencia y seudociencia.
Finalmente, una gran labor pendiente para nosotros, además de hacer la difusión y comunicación de nuestro trabajo y su importancia, es tratar de interactuar con la gente para que puedan entender la manera en la que llegamos a los descubrimientos o desarrollos científicos. Si bien la mayoría de nosotros seguimos el método científico, este proceso mental varía dependiendo de las condiciones en las que lo hacemos. Como lo mencionamos muy al principio del texto, las condiciones en México para hacer ciencias (y muchas otras cosas) se ven cada vez más coartadas. Somos parte de una sociedad y es importante que nuestro trabajo la apoye, y a su vez, que los demás miembros de la sociedad apoyen nuestro trabajo, ya que el desarrollo científico también es desarrollo social.