Y luego está el colmo de la maldad. La que lo es en sí, por sí, para sí y por si acaso. En esta categoría, sin duda, se encuentra la adaptación cinematográfica de la celebérrima novela '50 sombras de Grey' que vivió su 'premier' mundial en la Berlinale. Estamos delante de un pastiche a medio camino entre el más torpe porno blando, el 'backstage' del desfile de Victoria Secret y el manual de ginecología de las muñecas de Famosa. Tan triste.
Desde la primera toma, la película de Sam Taylor-Johnson sobre la letra de EL James deja claro lo que no quiere ser. No quiere ser vulgar. Esa fotografía precisa y perfectamente labrada en la medialuz de Seamus McGarvey se propone al espectador como la quintaesencia del buen gusto. Del mismo modo, esa manera calculada de acercar la cámara a la piel de los personajes pretende lanzar el mensaje de que la pornografía (esa cosa tan zafia, por dios) es otra cosa. "Esto", se dice a sí misa constantemente la película,"tiene más clase. Es más fino". No se enseña más que el límite exacto tanto de la imaginación como, y esto es más importante, de la clasificación por edades. El dinero de la taquilla importa.
Pero no se dejen engañar. Todo es peor. Mucho más burdo. La vulgaridad, pese a lo que tanto se ha dicho, no es solamente una cuestión de modales. El problema de base es que toda la película parte del convencimiento de que el espectador (y antes el lector) es imbécil. Y así, en consecuencia, es tratado durante las dos horas largas que dura el asunto. Mucho tiempo para no irritarse.
Si miramos de cerca el fenómeno '50 sombras...' lo que vemos es la reproducción de los modelos de la literatura y el cine adolescente reciente, pero, y esto es lo terrible, para adultos. Mal está que gente como Federico Moccia o Stephenie Meyer, y las películas a ellos asociadas como la saga 'Crepúsculo' o 'Tres metros sobre el cielo', hayan convertido esa edad incierta en un negocio muy rentable en el que prácticamente vale todo; pero aún resulta peor que la infamia se alargue por encima de la edad de votar. Estamos, para entendernos, ante el caso más flagrante de adolescencia interminable. En este mundo vivimos.
El ideal quizá romántica de una juventud pura acosada por la malvada sociedad, además de ser un aburrídisimo lugar común, es una puerta abierta para dar por bueno cualquier comportamiento nefasto, aunque pretendidamente natural. Así vemos a las jóvenes víctimas de sus inseguridades, de su turbación, en manos del macho protector. Todo como lo ordenan cada uno de los estereotipos que con tanto empeño (inútil, a la vista de cosas así) combaten las Administraciones públicas.
Pues bien, la historia que tenemos delante es la de una joven estudiante que descubre en un rico caprichoso la forma combatir con gasolina a las llamas que le queman por dentro. Qué excitante, por dios. Es más, ella, que no es otra que la actriz Dakota Johnson (hija de Melanie Griffith), está dispuesta a entregar su sagrada virginidad ante el turbador altar de la vida vivida con riesgo. Al límite.
De esta forma, los comportamientos de sometimiento, sumisión y malos tratos que tan bien 'preconizan' los exitosos libros para adolescentes, aquí aparecen ritualizados para los más mayores de forma fehaciente. El maltrato machista ahora adquiere la forma del sofisticadísimo y muy turbador 'bondage', y la búsqueda de experiencias nuevas, eso que tanto gusta a los agentes de turismo, queda ya sí convertida en el puente que une la adolescencia de Moccia con la edad adulta de EL James. El mismo patrón, idéntica estupidez.
Lo de menos es abrir un debate sobre lo ocurrente, o más o menos oportuno, de la citada técnica oriental para llegar al orgasmo (creo que se trata de eso). Lo relevante es ver cómo se ofrece como un producto nuevo un material rigurosamente caducado. Eso es tomar por idiota al espectador. Cada uno de los patrones más viejos, gastados y vulgares del machismo de toda la vida se empaquetan para el consumo generalizado libre del molesto engorro de la mala conciencia o del simple pensamiento.
Habrá quien argumente que para los estándares de Hollywood, como la industria para todos los públicos que es, la película puede resultar hasta transgesora. ¿Se acuerdan del revuelo de 'Nueve semanas y media' en los noventa? Pues eso. El problema, de nuevo, es que no da la talla. La Basinger que bailaba envuelta en la voz rota del difunto Joe Cocker no era una ingenua alumna preocupada por su virgo claudicante. Ni mucho menos.
Habrá quien defienda cada línea de guión ("Yo no hago el amor. Yo follo. Duro", se escucha decir a un ser humano) como eso que los pícaros ingleses llaman un placer culpable: es cretino, pero ¿quién se resiste? Y esto se podría admitir si no fuera por la falta absoluta del menor amago de ironía que acompaña a cada una de los exabruptos de los personajes. Y habrá quien clame que es bueno, muy bueno incluso, que, gracias a la película, la gente hable de sexo y abra el abanico sexual (además de las extremidades inferiores). Lo que no dicen éstos es exactamente para qué es bueno. ¿Baja el colesterol tal vez? Pero, ¿acaso la gente habla de otra cosa? ¡Ah! Por fin dejarán de discutir sobre Kierkegaard y lo harán, por fin, de sexo.
Si, por volver al principio, nos paramos a analizar lo que tiene de mala "en sí", '50 sombras de Grey' es nefasta por falsa. Si nos interesara, como debería ser, por qué el sexo nos hace ser lo que fatalmente somos valdría asomarse a 'El imperio de los sentidos' o a 'El último tango en París' o, por no irse tan lejos, a 'Nymphomaniac'. Si, de otro modo, lo que interesa es la pornografía sin más, que también puede ser, basta acudir, como hace cualquier hijo adolescente, a la tarifa plana.
Pero '50 sombras de Grey' es mala, lo que se dice mala de solemnidad, también por lo que representa; por la forma tan educadamente aséptica de dar por buena y hasta interesante una conducta agresivamente reaccionaria y conservadora, cuando no idiota. No se crean, el 'bondage' en el universo de Grey no es el resultado de una opción digamos libre. No, se trata de la expresión de, atentos, ¡un trauma infantil! ¿Cómo se quedan? De otro modo, la infamia en formato planetario.
Y faltan dos partes más. Vamos bien. El masoquismo, en efecto, era esto.
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