Julio Verne (1828-1905) fue un escritor burgués, que se inspiró en revistas científicas y en su gran biblioteca, más que en viajes y vivencias personales, para escribir sus casi 100 obras publicadas. Es el segundo autor más traducido del mundo y el primero que convierte al científico en un héroe en la mayoría de sus libros. Ahora, el Espacio Fundación Telefónica le dedica la exposición Julio Verne: Los límites de la imaginación, que retrata cómo el autor influyó en numerosos personajes posteriores a su época, con el lema "todo lo que una persona puede imaginar, otros pueden hacerlo realidad". Estas son algunas de las innovaciones que Verne imaginó en su habitación y que otros científicos acabaron inventando años después, a juicio de los dos comisarios de la exposición, María Santoyo y Miguel Ángel Delgado.
Internet, la red de comunicaciones
En la novela París en el siglo XX(1863), Verne habla de una red internacional de comunicaciones, la describe como algo parecido a un telégrafo mundial, que conectaría a distintas regiones para compartir información. Describía así las bases de lo que más tarde sería Internet. El libro cuenta la historia de un joven que vive en una ciudad con rascacielos de vidrio, trenes de alta velocidad y coches de gas, nada descabellado con lo que acabó siendo finalmente París en el siglo XX. "Hetzel, el editor de Verne, consideró que la novela tenía un tono demasiado pesimista, así que rechazó publicarla", cuenta Miguel Ángel Delgado, uno de los comisarios de la exposición. El manuscrito fue encontrado por el bisnieto del autor en 1989, y publicado finalmente en 1994.
El primer submarino eléctrico
Isaac Peral creó el submarino eléctrico en 1888. Lo ideó como un arma de tracción eléctrica que circulaba por debajo del mar, una idea casi calcada al Nautilus, el submarino que Verne había descrito 18 años antes en Veinte mil leguas de viaje submarino (1870). "El Nautilus es probablemente la mejor creación de Verne, una máquina capaz de fascinar a quien finalmente inventó el primer submarino eléctrico, el marino Isaac Peral", inidca un cartel de la exposición.
Fotografiar el fondo del mar
Primera fotografía subacuática, de 1899. Expuesta en "Verne, los límites de la imaginación". / L. M. AUGUSTE BOUTAN
También en Veinte mil leguas de viaje submarino, el capitán Nemo toma una fotografía del fondo marino desde el Nautilus. Faltaban más de 20 años para que esto fuese posible. Y sucedió en 1899 gracias a Louis Boutan, pionero de la fotografía subacuática. Boutan se propuso fotografiar la vida submarina con la ayuda de su hermano: construyeron una gran cámara con un objetivo luminoso y, añadiendo algunas mejoras técnicas a este primer prototipo, obtuvo las primeras instantáneas realizadas a más de 50 metros de profundidad.
Volar en lugar de flotar (y el primer reloj de pulsera)
A pesar de haber escrito todo un tratado sobre los globos aerostáticos en Cinco semanas en globo (1863), Verne era partidario, para que el hombre conquistase el cielo, de crear grandes máquinas que pesasen más que el aire. Hasta su época, el hombre ya utilizaba globos, pero la influencia del autor en científicos como Santos Dumont hizo que se diese un paso adelante en la creación de aviones. Dumont, inspirado en Verne, fue el primer hombre en volar, en 1906, con un artilugio con motor diseñado por él mismo. "Sus progresos contribuyeron, sin duda, al avance de la aeronáutica", aseguran los comisarios. Ante la imposibilidad de pilotar el avión y al mismo tiempo mirar el reloj de bolsillo, Cartier creó para él el primer reloj de pulsera.
El paseo de Armstrong por la Luna
Ilustración del viaje a la Luna en la bala ideada por Julio Verne.
Con la verosimilitud de los hechos que Julio Verne contaba en De la Tierra a la Luna (1865) y en Alrededor de la Luna (1870) los lectores pudieron soñar con la posibilidad de llegar a alcanzar el satélite. Las dos obras fueron escritas alrededor de 100 años antes de que el Apolo 11 llegara a la Luna. Los contemporáneos de Verne soñaban con un viaje que se hizo realidad en 1969, cuando Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre en pisar el satélite. En los libros de Verne hay coincidencias entre la ficción y los hechos: coinciden el lugar de partida —el cabo Cañaveral— y de aterrizaje —en el océano Pacífico— y algunas mediciones: describe que la nave debería estar protegida con paredes de aluminio de 20 centímetros y las del Apolo 11 tenían 30. O que costaría, según sus cálculos, alrededor de 12 millones de dólares y costó 14. Para los comisarios de la exposición, "Verne es, sin duda, el cuarto tripulante del Apolo 11".
La conquista de los polos
En Las aventuras del capitán Hatteras (1866), una expedición se embarca hacia la conquista del Polo Norte. Faltaban aún 40 años para que Robert Peary llevase a cabo finalmente esta hazaña, en 1909. De hecho, incluso en el libro de aventuras, Verne reconoce que la llegada de exploradores al Ártico no iba a ser algo que sucediese a corto plazo. Algo parecido sucedió con el Polo Sur: en La esfinge de los hielos (1897), los protagonistas llegan en barco hasta la misma Antártida. Pero no sería hasta 1909 que Ernest Shackleton lograse alcanzar el punto más al sur del planeta, donde nadie había llegado nunca antes. "Sorprende descubrir hasta qué punto algunas de sus ideas anticiparon lo que ocurriría décadas más tarde en las expediciones polares", según los comisarios de la exposición. Verne también habló de posibles fallos en las brújulas al llegar a los polos y su imaginación fue más allá cuando ideó un volcán en pleno polo Norte o que la Antártida era una masa flotante que podía ser atravesada por debajo. | elPaís