Las variedades del beso son diversas. Los hay atrevidos, rápidos, furtivos, húmedos, apasionados, largos, mojigatos, prohibidos, y hasta robados, que puestos a valorar resultan decididamente los mejores por aquello de las emociones encontradas que producen. Luego están los besos fantasma, esa categoría en la que caben los besos perdidos, imaginados, errantes, que no se dan pero que nos transportan a otra dimensión con sólo evocarlos.
Visto de esta manera, parece que los besos son la antesala de la felicidad, pero esto sería olvidarnos de los besos amargos con sabor a despedida y aquellos otros emponzoñados de traición que a menudo componen nuestra historia.
Un beso, sólo uno, puede provocar una marea de sentimientos y sensaciones. Los besos son sanadores son, sin lugar a dudas, el mejor antidepresivo, el analgésico más eficaz y por ende, la más poderosa medicina alternativa, porque es innegable que un beso, bien dado y en el momento oportuno, puede devolverte la vida, y si no, ahí está el ejemplo de la Bella Durmiente convertido en arquetipo de nuestra infancia.
Por si todo esto fuera poco, los besos presentan múltiples beneficios para la salud: aumentan la dopamina y la oxitocina, favorecen la producción de testosterona masculina y nos guía en la elección de la pareja más adecuada de cara a la futura reproducción. Para ser más concretos, el diario digital CNN afirma que el acto de besar reduce la tensión arterial, combate las caries e incluso, quema calorías. Además, mientras besamos ejercitamos músculos faciales que mantienen la piel más lisa y reduce el nivel de estrés.