Hay gente que es capaz de gestionar el hambre con entereza, otros a la mínima nos sentimos mareados, cansados e, incluso, enfadados.
El malestar y la ira que nos inunda cuándo el hambre aprieta tienen explicación científica, checa esto.
1. Tu cerebro pide glucosa
A diferencia del resto de órganos de tu cuerpo, que pueden trabajar sin demasiado problema, el cerebro necesita un flujo constante de glucosa para funcionar de forma eficiente. A más horas llevas sin comer, más bajos son tus niveles de glucosa en sangre, por lo que a tu cerebro hará que cada vez te resulten más difíciles cosas sencillas como concentrarte o vocalizar medianamente bien.
2. Las hormonas se desequilibran
Cuando tus niveles de glucosa en sangre bajan, el cerebro manda señales a ciertos órganos para que produzcan hormonas para tratar de subirlos. Una de las hormonas liberadas en esta situación es la adrenalina (sí, la misma que si te persiguiese un león en mitad de la selva), o sea que no es de extrañar que cuando tengamos hambre estemos a la defensiva.
3. Estamos genéticamente programados para ello
El neuropéptido Y es un neurotransmisor de nuestro cerebro que se encarga de actuar sobre varios receptores del cerebro que afectan sobre el hambre, el enfado y la agresividad. Estos tres elementos están ligados por cuestiones de supervivencia. ¿Imaginas que, de tener que competir por conseguir tu ración de comida, lo hicieras derrochando sonrisas y buen rollo? ¿No, verdad? Pues eso. A nivel genético estamos programados para ponernos poco sutiles cuando se trata de conseguir papeo.