En un nuevo estudio publicado por la revista Nature, el genetista molecular Ene Vijg y su equipo de la Escuela de Medicina Albert Einstein del Bronx aseguran que la vida humana tiene un límite natural, y que probablemente nunca superaremos ese máximo. Es una conclusión sorprendente teniendo en cuenta los enormes logros médicos que hemos conseguido en los últimos 100 años, y el constante aumento de la esperanza de vida. Pero como señala este estudio, los beneficios producidos por estas intervenciones y todas las cosas que hacemos para permanecer vivos y saludables solo llegan hasta esa edad. Con el tiempo nuestros cuerpos, sin importar lo que hagamos, se desgastan y expiran.
Jeanne Calment (1875-1997) celebrando su 121 cumpleaños. Es la persona que más tiempo ha vivido en toda la historia.
Nadie ha vivido más que Jeanne Calment, que murió en 1997 a la edad de 122 años y 164 días. Dado que cada vez hay más personas que superan la barrera de los 100 años, y teniendo en cuenta los constantes aumentos en la esperanza de vida, los científicos pensaban que su récord de longevidad se rompería con relativa rapidez. No ha sucedido. Hay una gran diferencia, al parecer, entre la esperanza de vida —el tiempo promedio se espera que una persona viva dentro de una población— y la vida útil o esperanza de vida máxima, que describe la edad máxima alcanzada por un miembro de una especie en particular.
Vijg y sus colegas echaron un vistazo en The Human Mortality Database —una herramienta de investigación a disposición del público que proporciona estadísticas globales de mortalidad y de población a investigadores, estudiantes y otros interesados en la longevidad humana. Los investigadores descubrieron que los saltos en las tasas de supervivencia se estabilizaron en torno a 1980. Un análisis de seguimiento con los datos de la International Database on Longevity, que incluye estadísticas demográficas de países desarrollados como los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Japón, demostró que las personas que más han vivido no han conseguido superar la edad de Calment cuando murió en 1997. Los investigadores creen que esto revela un límite natural en la longevidad.
Los modelos desarrollados por estos investigadores demuestran que las posibilidades de cualquier persona que viva mucho más allá de ese límite son escasas. “Si suponemos que hay 10.000 mundos como el nuestro, solo un individuo llegará a 125 años de edad en un año determinado”, explica Vijg a Gizmodo. “La probabilidad es de 1 entre 10.000, extremadamente remota”.
“Tendremos que descubrir algo fundamentalmente diferente que nos permita retrasar el proceso biológico del envejecimiento para conseguir romper esta barrera. Soy optimista y creo que esto va a suceder en nuestra era”
El sociólogo y gerontólogo S. Jay Olshansky de la Universidad de Chicago está de acuerdo con estos hallazgos. Cree que muchas personas tienen la falsa creencia de que siempre podremos fabricar más tiempo de supervivencia por medio de la tecnología médica.
“Estos investigadores sugieren que vamos a obtener un rendimiento decreciente en nuestros esfuerzos [de vivir más] porque estamos llegando al límite”, explica Olshansky a Gizmodo. “Esto no quiere decir que el progreso ya no sea posible. Al contrario, todavía hay un montón de objetivos alcanzables para extender la vida, desde la reducción de factores de riesgo como el tabaquismo y la obesidad, hasta la reducción de las disparidades”. Sin embargo, cree que estas intervenciones no conseguirán grandes aumentos en la esperanza de vida.
A Olshansky no le sorprenden estos hallazgos, dice que es algo que él y sus colegas predijeron en 1990. Pero no está de acuerdo con el concepto de un “límite natural” para la esperanza de vida humana. Vijg y sus colegas sostienen que este límite aparente es un rasgo fijado por la genética que se desarrolló bajo la fuerza directa de la selección natural, y que la esperanza de vida limitada puede ser una adaptación evolutiva.
Esta idea polémica, denominada “envejecimiento programado,” sugiere que la esperanza de vida está genéticamente condicionada, y no es únicamente el resultado de un desgaste gradual. Está el ejemplo de las aves. Algunas especies viven durante dos o tres años, mientras que otras, como el albatros, pueden llegar a vivir hasta 50 años. La diferencia tiene que ver con la forma en que la esperanza de vida de ciertas especies está controlada genéticamente.
En un artículo de Nature News and Views, Olshansky escribe que eso es imposible:
Los programas genéticos que causan directamente el envejecimiento y la muerte no puede existir como un producto directo de la evolución, ya que el resultado final sería la muerte a una edad posterior a la que alcanzan normalmente casi todos los miembros de la especie. Una bomba de tiempo genética diseñada para matarnos a edades más avanzadas sería como si los fabricantes de automóviles construyeran un artefacto explosivo que se pusiera en marcha solo cuando el vehículo llegase a un millón de millas. Dado que la mayoría de los coches no llegan tan lejos, un dispositivo de este tipo sería inútil.
Olshansky cree que el “límite natural” puede ser superado, pero probablemente no con ninguna tecnología que tengamos disponible en la actualidad, ni siquiera mediante la cura de las principales enfermedades mortales. “Tendremos que descubrir algo fundamentalmente diferente que nos permita retrasar el proceso biológico del envejecimiento para conseguir romper esta barrera”, explica a Gizmodo. “Soy optimista y creo que esto va a suceder en nuestra era”.
Otra persona que se considera optimista sobre la extensión de la esperanza de vida máxima de los humanos es el biogerontólogo Aubrey de Grey, director científico de la Fundación de Investigación SENS, una organización dedicada a extender la esperanza de vida saludable.
Al preguntarle sobre cómo las intervenciones que prolongan la vida podrían alterar este límite aparente, de Grey dice que “van a arrasar con él”, y agrega que existe un límite “debido a la simple combinación matemática de tres cosas, todas ellas relacionadas con el hecho de que el envejecimiento es la acumulación de daño autoinfligido”.
Las tres cosas en cuestión son el grado de daño infligido que tiene lugar en el cuerpo mediante factores de la vida temprana como no fumar y una buena nutrición, la rapidez con que el daño aumenta a partir de entonces y cuánto daño puede soportar el cuerpo sin dejar de funcionar. La medicina moderna muestra pocas posibilidades de ser capaz de cambiar estas realidades, dice de Grey: cuanto más dañado está el cuerpo, menos capaz es de prevenir más daño.
“Pero la nueva medicina que tendremos en las próximas décadas, y en cuyo desarrollo compite la Fundación de Investigación SENS, romperá totalmente ese ciclo de retroalimentación”, explica a Gizmodo. “Se reparará el daño utilizando diversos tipos de medicina regenerativa, por lo que el daño continuado en el cuerpo ya no dará lugar a una acumulación acelerada de esos daños ni a las patologías que estos causan”.
Las terapias de reparación de daños que Grey espera desarrollar, además de todas las otras intervenciones médicas desconocidas que nos esperan en el futuro, amenazan con derrotar a la suposición de Vijg sobre un límite superior en la esperanza de vida humana. Los desarrollos futuros podría incluir una importante reelaboración de la genética humana empleando herramientas de edición del genoma como CRISPR, y la introducción decromosomas artificiales para darnos nuevas formas de evitar enfermedades relacionadas con la edad. Los avances en la nanotecnología molecular, la cibernética y la medicina regenerativa podrían cambiar todavía más la biología humana.
Pero, siendo justos, este nuevo estudio de Nature es un análisis normativo que asume una especie de status quo en lo que respecta al estado de las tecnologías médicas. No obstante, de Grey y otros defensores de la extensión radical de la vida están en lo cierto, no existe un límite sobre cuánto tiempo pueden vivir los humanos en el futuro. De Grey predice que los seres humanos con el tiempo llegarán a una etapa de “senescencia insignificante”, es decir, un estado en el que el envejecimiento es tan lento que es imperceptible.
En este punto, Olshansky pisa el freno.
“Contrariamente a lo que afirman los futuristas acerca de que la extensión radical de la vida o la inmortalidad están a la vuelta de la esquina (una afirmación que han hecho durante la mayor parte de los últimos dos mil años los alquimistas y los charlantanes antienvejecimiento de hoy en día), es improbable que vayamos a vivir mucho más que la persona que más ha vivido”, dice.
Olshansky cree que es importante no quitarse de vista el objetivo de extender la esperanza de vida sana. Si tenemos éxito, el aumento resultante de la longevidad será una gran ventaja, pero solo si ese tiempo es saludable.
“Tenemos que reconocer que existen límites, pero esto de ninguna manera debería impedirnos desarrollar nuevas formas de hacer una vida más saludable”, dice. “Teniendo en cuenta que la vida sana es uno de los bienes más preciados de la Tierra, es difícil pensar que vamos a dejar de intentarlo, y nadie está sugiriendo que eso vaya a ocurrir”.
De hecho, los autores del nuevo estudio dicen que su investigación pone de relieve la necesidad de que los científicos desarrollen “intervenciones que vayan más allá de mejorar el periodo de salud”, y añaden que “no hay ninguna razón científica por la que dichos esfuerzos no vayan a tener éxito.” [Nature/Gizmodo]