Se ha dicho en ocasiones que hay una ley del péndulo que va compensando los sistemas políticos, que si un gobierno es muy liberal, es reemplazado por uno más conservador, y va haciéndose una especie de línea central para no salirse de los parámetros acostumbrados en un país. Pero esta vez el cambio no es una ley compensatoria; se trata de algo más grave: el Estado de bienestar tiene un costo y ahora se tiene que pagar.
No se trata de un partido o una tendencia; está afectando a las dos áreas ideológicas. Hace unos días hemos visto en Inglaterra donde gobiernan en una coalición conservadores, liberales y socialdemócratas que por necesidad han tenido que recurrir a las medidas restrictivas. Pero nadie quiere perder lo que ya ganó. En el otro lado estamos viendo en España el movimiento del 15-M de los indignados que le explotó a un gobierno del PSOE, pero pudo haber explotado en cualquier otro gobierno. El proceso es internacional, está apareciendo en todas partes.
Lo de España es muy característico. En 2008 el Partido Socialista Obrero Español obtuvo 169 diputaciones y en esta ocasión, en 2011, sólo 110 y además bajó de 43.7% de los votos a 28.6% en esta última elección. Mucho sorprende porque Mariano Rajoy no es precisamente un líder carismático; es más bien bastante plano. Sin embargo, obtuvo un triunfo fuerte en las urnas y desplazó al Partido Socialista Obrero Español en un momento muy crítico. Lo que es interesante es que el Partido Popular no hablaba realmente de cambios estructurales que vinieran a darle una nueva forma a la política económica de España, sino más bien se fue de muertito todo el camino y finalmente logró la victoria. Una victoria que es más un castigo a Zapatero y al Partido Socialista Obrero Español que un triunfo por aclamación a Mariano Rajoy.
El modelo del Estado de bienestar estaba basado en incrementar todos los programas de política social sin importar el costo. Para sostenerlo, desde la década de los 50’s, empezó a haber algo que era el gasto en déficit. Es decir, el presupuesto nacional en casi todos los países era deficitario y naturalmente esa deuda se fue acumulando y aumentó en muchas ocasiones la burocracia y el sector servicios y no aumentó proporcionalmente la productividad y el sector emprendedor. Lo mismo sucedió con los programas educativos: una mayor afluencia a las áreas no productivas, a las áreas de servicios que a las áreas productivas como son las tecnológicas y las ingenierías. Todo esto se acumuló y llegó el momento en que hay que pagar lo que se gastó sin tener los recursos; el gasto en déficit está cobrando su rédito en estos momentos, ya tarde y provocando una crisis internacional.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional tuvieron que impulsar medidas restrictivas en los países con déficits sustanciales, porque el dinero se acaba y finalmente lo que se requiere es que los países vivan dentro de sus propios medios. Algo difícil, porque por ejemplo en el caso de los estudiantes ingleses que protestaron en Trafalgar Square, antes recibían becas; ahora son préstamos a futuro. El préstamo educativo se tiene que pagar algún día. Al mismo tiempo que disminuyó el apoyo a las universidades, éstas tuvieron que aumentar el precio de su matrícula y el estudiante se ve por un lado con menos recursos para afrontar su propio desarrollo intelectual o tecnológico y por otro lado el estudiante se ve endrogado hacia el futuro con una deuda que eventualmente se tiene que pagar, como se tiene que pagar esta deuda del gasto en déficit que sostuvo por muchas décadas al Estado de bienestar.
La crisis es general. En los últimos años ha habido diez países en que gobiernos de distintas ideologías han sido reemplazados en las urnas: España, Italia, Grecia, Dinamarca, Portugal, Irlanda, Holanda, Gran Bretaña, Hungría e Islandia. Se trata de un modelo que llegó a su fin y no hay uno nuevo que satisfaga a los pueblos afectados.