Hasta ahora el proceso electoral se ha enfocado en la contienda interna del Partido Republicano. El puntero siempre ha sido Romney, un empresario multimillonario ligado a la banca de fusiones, quiebras y adquisiciones. Ex gobernador de Massachusetts donde gobernó con y para el sector financiero, ocupa por consecuencia el “centro” del espectro político de EU. El problema para Romney es precisamente ése. El “centro” que él ocupa está demasiado a la izquierda del grupo político más organizado del Partido Republicano, formado por las víctimas de la crisis hipotecaria, atrasados en sus pagos con los bancos, sin acceso a servicios médicos, miembros de las redes de apoyo de las iglesias evangélicas, con salarios comprimidos o de plano con riesgo de desempleo o quiebra de sus empresas pequeñas.
Las bases conservadoras están a su vez patrocinadas por sectores de la industria armamentista, de consumo, empresas de seguros, lo que queda del sector proteccionista (excluyendo la industria automotriz, pero incluyendo empresas petroleras independientes), entre otros.
Para estos empresarios-de-derecha, la liga con los bancos de Wall Street condena las aspiraciones de Romney. Por eso han buscado un candidato a su derecha, a quien sea en realidad: desde Sarah Palin, carismática frente a las bases más radicales pero sin la formalidad para cumplirle a quienes la podrían financiar, hasta Rick Perry, quien como gobernador de Texas tenía en principio la base natural para un desafío desde el interior del establishment republicano. Después de la presidencia de George W. Bush, diversas fracciones empresariales han impulsado candidatos (Mike Huckabee, Newt Gingrich, Ron Paul, Michelle Bachmann) que sólo han generado una fracción de apoyos y votos. Nunca suficientes para detener el dinero del ala financiera del Partido Republicano, que nunca ha decaído en su patrocinio a Romney.
El más reciente desafío del ala más reaccionaria tiene como candidato a Rick Santorum, que empezó a tejer sus redes de apoyo entre los grupos religiosos de derecha y quienes los patrocinan en la industria desde hace más de media década. Incluso estuvo dispuesto a perder su reelección como senador de Pennsylvania en 2006, con tal de consolidar el patrocinio de estos grupos. Con una economía deprimida en estados como Illinois, partes de la clase media, pequeños empresarios y trabajadores empobrecidos le han dado su voto a Santorum para que los banqueros no se queden con todo el Partido Republicano. Estos grupos no tienen el dinero para ganar, pero sí para impedir que la victoria de Romney sea jamás contundente.
La candidatura no está en riesgo para Romney, sólo su popularidad. Por eso no representa un desafío definitivo para la Casa Blanca. No cuenta con la derecha extrema, aunque no la necesitaría si estuviera consolidado en el centro o en la derecha del espectro nacional. Pero ahí su apoyo es parcial e insuficiente. Obama está sólidamente establecido en el centro y no ha dejado de moverse hacia la derecha desde que asumió la presidencia.
Romney busca reemplazar a Obama, pero con el mismo programa de gobierno. Esto es lo que asegura su futura derrota, pues lo hace poco atractivo y demasiado caro para la coalición de empresarios, banqueros e industriales que ya apoyan la política fiscal actual, el repliegue de Irak y Afganistán y el balance del rescate bancario. Para qué cambiar a Obama si ha hecho todo lo que ha podido para mantener un rumbo político que asegura bonos y tasas de retorno atractivas en Wall Street, aunque el resto del país aún no haya salido de los efectos de la recesión económica. Con razón las elecciones no generan mucho entusiasmo.