El símbolo más representativo de los juegos olímpicos es la antorcha olímpica, también conocida como “la llama olímpica”. Su creación se remonta a la antigua Grecia.
La historia habla sobre el mito del titán Prometeo, que robó el fuego de los dioses por medio de una rama para regalarlo a los humanos, a pesar de que Zeus se oponía.
Ya que el fuego era parte de la adoración de los dioses, se creía que debía ser puro, por lo cual utilizaban un skaphia (ancestro del espejo parabólico) el cual concentraba los rayos del sol, haciendo un calor intenso que provocaba el fuego en una antorcha.
Esta tradición se usa en los juegos modernos a partir de 1928, en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam, y desde entonces hasta ahora ha sido parte fundamental en esa actividad multideportiva internacional.
Por eso es que cada cuatro años, la antorcha olímpica es encendida por un atleta diferente, quien sale desde Grecia, su país de origen, hasta el país destino en donde se llevarán a cabo los Juegos Olímpicos. Considero que, al ser llevada por diferentes atletas, de diferentes países y continentes, cada juego se puede ver como una unión del mundo para un mismo evento.
En los Juegos de Verano de 1936, fue cuando se incorporó el relevo, inspirado en una tradición antigua que involucra carreras con antorchas en Grecia. El primer relevo viajó por tierra desde Olimpia hasta la capital alemana, pasando por Atenas, Sofía, Belgrado, Budapest, Viena y Praga. En el transcurso de doce días, la antorcha fue pasando de mano en mano a lo largo de 3.000 kilómetros.
Cómo símbolo de los Juegos, la llama olímpica debe permanecer prendida durante los días que durará la competencia.
Pienso que gracias a la antorcha olímpica es posible tener un símbolo que relaciona directamente a los juegos olímpicos antiguos de Grecia con los juegos actuales, es una señal clara de que la unidad mundial está presente ante una serie de competencias pacíficas.
La antorcha olímpica representa la luz de los juegos y de la humanidad.