Eran poco más de las cinco de la tarde en una de las ciudades más turísticas del mundo y lo que muchos temían desde hacía tiempo terminó por pasar. La Rambla de Barcelona sufría un nuevo ataque del terrorismo yihadista que, hasta el momento, ha tenido como consecuencia 14 personas fallecidas y 126 heridos después de que una furgoneta atravesase las zonas peatonales del centro llevándose por delante todo cuanto encontraba. Una herida que ha vuelto a atacar a víctimas inocentes de múltiples nacionalidades y que toma el lamentable testigo de los atentados en París, Bruselas o Niza durante 2016.
Horas de miedo y dudas en las que, de nuevo, las redes sociales, la prensa y la encomiable colaboración de los Mossos d´Esquadra han tenido un papel relevante a la hora de informar de todo cuanto sucedía. Independientemente del tratamiento dado por cada medio, de su decisión a la hora de hacerse eco o no de los rumores o de ser más o menos precavidos, hay varios temas que han vuelto a salir a debate. El primero de ellos ha sido el del llamado efecto espectador o como, en la era de las redes sociales, se prima el hecho de subir imágenes de lo ocurrido a la red antes de ayudar a las víctimas del entorno.
El segundo de ellos, entre tantos otros, ha sido el propio tratamiento de las imágenes por parte de los medios. El eterno debate de las aulas de periodismo del mundo que intenta delimitar la barrera de la libertad en el derecho de informar y la sensibilidad acerca de las víctimas mortales y heridas de estos acontecimientos.
El debate en las fronteras de Twitte
Ahora la polémica. De forma paralela a los ríos de información que se vertían en los timlines de Twitter se sucedía la misma petición: no publicar imágenes ni vídeos de lo que estaba pasando en La Rambla. Ni los medios ni los usuarios de la red social hicieron caso de una petición realizada de forma expresa por los propios Mossos. Lo cual, además de demostrar una absoluta falta de sensibilidad por los afectados y sus familiares, suponía una irresponsabilidad a la hora de tener en cuenta la actividad de los cuerpos de seguridad que se encontraban en estado de alerta en ese preciso momento.
¿Eran necesarias, por tanto, la sucesión de fotos en prensa de víctimas justo en el momento del atentado? Teniendo además en cuenta que muchas de ellas no estaban pixeladas, la respuesta es no. En ese preciso instante las galerías de fotos en prensa no eran necesarias, así como los vídeos en directo de muchos usuarios que estaban en zona. ¿Y un día después? Una gran parte de Twitter ha hablado y la respuesta ha sido de vergüenza y rechazo ante la publicación de imágenes en las portadas de los grandes diarios nacionales. En términos generales de rechazo a la actividad de la prensa.
En @elperiodico misma foto que en @elmundoes. Fallecidos sin pixelar, niños incluidos. Asco. Otro medio bloqueado pic.twitter.com/yKQffPAhmK
— FabianValeroABG (@FabianValeroABG) 17 de agosto de 2017
Las víctimas y sus familias tienen derecho a imagen e intimidad. Repugnante q además de sufrir ataque a la vida vean atacados esos derechos.
— Verónica del Carpio (@veronicadelcarp) 17 de agosto de 2017
Portada web de @elmundoes con fotos de las victimas, sin difuminar, niños incluidos. Mi respuesta pic.twitter.com/zBnKjzSYZm
— FabianValeroABG (@FabianValeroABG) 17 de agosto de 2017
Algunos ejemplos de rechazo que, sin embargo, tienen algo en común: la crítica ante el hecho de que las imágenes publicadas no estuviesen pixeladas respetando la identidad de las víctimas. Otros, simplemente, condenan el uso de cualquier imagen en la que aparezcan víctimas mortales.
Dejamos de seguir a @elmundoes ? Creo que es la única forma de que lo entiendan. Lamentables https://t.co/SRYi7ZgIcp
— P Piñera Salmeron (@pascualpinera) 17 de agosto de 2017
La portada de El Mundo de hoy es REPUGNANTE y absolutamente falta de cualquier tipo de sensibilidad.
— Odi Montero (@odilom) 18 de agosto de 2017
Enhorabuena: no lo podéis hacer peor.
Algunos comercios, por su parte, se han negado a vender diarios con portadas explícitas.
Toda una batalla de opiniones que, fuera de nuestras fronteras, especialmente en México y Estados Unidos, carecen de sentido. Por costumbres, cuestiones legales y tradiciones, el uso y el tratamiento de las imágenes sigue unas lógicas completamente diferentes. Ni siquiera se plantearía la duda de no usar una imagen explícita.
El código deontológico del periodista
Hay que mencionar que esto se refiere el tratamiento informativo de las imágenes, o fotoperiodismo, y que poco o nada tiene que decir de los usos de las imágenes en las redes sociales. Y que, desde muchas instituciones más allá del imaginario público, se explican algunas de las mejores formas de proceder ante estas cuestiones, como la Asociación Nacional de Informadores de la Salud (ANIS) o el Colegio de Periodistas de Cataluña, entre otros.
Desde que las imágenes apareciesen en el siglo XIX ilustrando algunos artículos del Daily Graphic, el primer diario ilustrado de la historia, la forma de entender la profesión sufrió un antes y un después. Fue en los años sesenta cuando con la llegada de hombre a la Luna, una serie de catástrofes naturales o acontecimientos políticos de relevancia se empezaron a difundir junto con reportajes extensos. En España, a partir de la muerte de Franco la fotografía ocupó un lugar esencial en la prensa del país. Recordemos las importantes portadas del ABC con una imagen completa ilustrando momentos tan remarcables como el golpe de Estado de 1981.
Dicho esto, y entendiendo que la fotografía para el periodismo no es un simple adorno en la información ocupando un papel tanto o más relevante que el propio texto, ¿cuál es el límite de dichas fotografías?
Sobre este asunto se ha escrito mucho partiendo del análisis de una serie de catástrofes y acontecimientos que han marcado el devenir del mundo. Y lo cierto es que pocos se ponen de acuerdo. Eso sí, como bien remarca la investigadora Jéssica Fernández Vázquez, de la Universidad de Vigo, en una comparación de las fotografías usadas en prensa durante el terremoto de Haití y de Japón, "todas las imágenes juegan un papel complicado para establecer el equilibrio responsable entre la necesidad informativa de los públicos, la libertad de expresión y el derecho al honor, intimidad e imagen de las víctimas directas e indirectas". Porque precisamente ese es el límite -legal y moral- de las mismas: el honor de las víctimas.
Sobre este tema también se ha hablado en relación a la cobertura que, durante años, hubo que realizar sobre los atentados de ETA en España. Uno de los que más imágenes recabaron fue el que tuvo como víctima a Irene Villa, la cual protagonizó sin ningún tipo de límite las portadas de los diarios de todo el país. En este caso, Esperanza Pouso, también de la Universidad de Vigo, teoriza ante la idea de que "porque la noticia goce de interés informativo no significa que también lo tenga la imagen de un cuerpo sin vida o herido que yace sobre el asfalto tras una explosión". En otras palabras, el límite de la ética se vio tremendamente sobrepasado en aquel momento añadiendo que "los medios de comunicación tienen la obligación de ser responsables y actuar con humanidad ante casos tan delicados".
¿Dónde se encuentra ese límite entonces? Habría que determinar qué es una imagen explícita y qué no. ¿Es un cuerpo sin vida explícito o es el contexto que lo rodea? Mejor dicho, ¿son algunas víctimas más importantes que otras por su cercanía, aunque sea sólo geográfica? Antonio Pampliega, periodista destinado a varios conflictos bélicos, ha lanzado en su cuenta personal de Twitter esta importante reflexión en la que, analizando el pasando, se saca a relucir esa doble moral en la historia.
¿Publicar o no publicar fotos? Lo que de verdad hace daño es pensar que unas víctimas merecen más respeto que otras. #periodismo pic.twitter.com/dS6y6CAxst
— Antonio Pampliega (@APampliega) 18 de agosto de 2017
Fotos que, en algunos casos, han marcado un antes y un después en la opinión pública a la hora de valorar los sucesos del mundo. O que, en segundo plano, han puesto en relevancia el importante, pero olvidado papel, del fotoperiodista.