Pudo haber sido el crimen perfecto, pero algo no salió según lo esperado y hoy día, 15 años después de la muerte del espía ruso Alexander Litvinenko, ningún investigador que ha estudiado el caso duda de que este agente ruso fue envenenado en Londres por dos colegas de la inteligencia moscovita. “Estoy seguro de que el señor Lugovoi y Kovtun colocaron el polonio 210 en la tetera”, dijo en su día el juez británico Robert Owen a cargo de la investigación. Ahora, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha determinado que el envenenamiento con polonio -una sustancia altamente radiactiva- para matar a Litvinenko “es imputable a Rusia”, tras la negativa a enviar los documentos de la investigación y al “no refutar la posible implicación del Estado”. Además, Rusia tendrá que indemnizar con 100.000 euros por daños morales y 22.500 por gastos y honorarios a la demandante, la viuda de Litvinenko.
La dosis de polonio que acabó con la vida del ex espía habría costado 30 millones de euros, según contó en su día el diario británico The Guardian. Tras la autopsia del cadáver se vio que la cantidad de veneno eran tan alta hubiera podido haberle matado 100 veces.
Todo sucedió 1 de noviembre de 2016. Ese día Litvinenko se reunió con Andrei Lugovoi y Dmitry Kovtun, dos exespías rusos y amigos con los que mantenía contactos de negocios. Ese mismo día también se entrevistó en un restaurante japonés de Londres con el profesor italiano Mario Scaramella, debido a los buenos contactos que éste tenía en el mundo del espionaje. Horas después, el ex espía comenzó a sentirse mal e ingresó en el hospital Barnet General. Los síntomas devastadores que comenzó a revelar encendieron todas las alarmas y levantó sospechas. El día 11, ya visiblemente enfermo, concedió una entrevista al servicio ruso de la BBC en la que aseguró sentirse en “muy mal estado” después de un “grave envenenamiento”. Cinco días más tarde su estado de salud empeoró gravemente, por lo que fue trasladado a la unidad de cuidados intensivos del University College Hospital, que difundió imágenes de un Litvinenko demacrado y sin pelo.
Mientras tanto, el Kremlin tildó de “tontería” la posibilidad de que Moscú estuviera implicado en el suceso. Cabe recordar que Litvinenko se manifestó como opositor a Putin y según varios analistas el ex espía habría pasado datos comprometedores del propio Putin. El profesor Scaramella declararía después que Litvinenko había recibido amenazas de muerte.
No fue hasta veinte días después cuando el toxicólogo John Henry señaló que había sido envenenado con “talio radiactivo”. Antes de fallecer concedió una entrevista a The Times desde el hospital en la que decía: “Estos cabrones han acabado conmigo, pero no podrán con todos”. El agente había defendido acusaciones contra los servicios secretos rusos como responsables de varios atentados contra bloques de viviendas en Moscú en 1999, un incidente pudo haber sido clave en la victoria electoral de Putin. En un principio también se pensó que su asesinato podía tener otras ramificaciones ya que Litvinenko tenía negocios con empresarios rusos involucrados en el sector energético y en empresas de seguridad privada.
Sus últimos días fueron un calvario, sin posibilidad de mover cualquier parte del cuerpo y con la cara envejecida repentinamente. Finalmente, el día 23 de noviembre falleció sin que los médicos lograran saber el motivo de su enfermedad mientras Scotland Yard asumía la investigación de la muerte. En una carta póstuma, Litvinenko acusó a Putin de estar detrás del crimen: “Usted puede tener éxito en silenciar a un hombre, pero los alaridos de las protestas de todas partes del mundo van a resonar, señor Putin, en sus oídos el resto de su vida...”.
La investigación judicial en Londres indicó que el uso de polonio 210 era un “fuerte indicio de participación estatal”, ya que requiere de una infraestructura que incluya laboratorios y acceso a una instalación nuclear. El juez también señaló como autores materiales del asesinato a los ciudadanos Andrei Lugovoi (que fue diputado en la Duma rusa) y Dimitri Kovtum, con los que Litvinenko se reunió la tarde que tomó el té envenenado.
Amenado y con su vida en riesgo, el espía había huido de Rusia y se había instalado en Londres en el año 2000. Temía por su vida y la de su familia, y nada más aterrizar en Inglaterra solicitó asilo. De hecho, un mes antes del asesinato, obtuvo la nacionalidad británica y colaboró con los servicios secretos británicos MI6.