JINJU. Al llegar a la Zona Desmilitarizada (DMZ) entre la República de Corea (en el Sur) y la República Popular Democrática de Corea (en el Norte) –que por cierto, no tiene nada de democrática y menos es popular– lo primero que identificas es que es una de las zonas más militarizadas en la faz de la Tierra.
Para recordar, la Península de Corea fue un imperio independiente desde el siglo XII. En 1910 fue invadida por Japón, que se la anexó y la empleó como una base logística para llevar a cabo más invasiones y operaciones militares en el norte de Asia.
Durante la ocupación japonesa, la población coreana sufrió graves estragos, incluyendo esclavitud, así como la prostitución forzada de miles de coreanas llamadas “concubinas para confortar” a los soldados japoneses.
De ahí que, 75 años después, la sociedad coreana tiene una profunda desconfianza de Japón… y de acuerdo con varios estudios, el sentimiento es mutuo.
Cuando Japón se rindió en 1945, la región del norte de Corea quedó en manos de los comunistas y la zona del sur, por debajo del paralelo 38, administrada por Naciones Unidas, principalmente Estados Unidos.
En junio de 1950, apoyados por la Unión Soviética y China, las fuerzas del norte invadieron el sur y en pocos meses tomaron casi todo el país.
Pero el sur resistió, apoyado por EU y otros 21 países, eventualmente regresaron a los comunistas al paralelo 38. Tras un empate técnico, la guerra se suspendió en 1953, y desde entonces, ambas están listas para reiniciar hostilidades.
Esta pausa llevó a la creación de la DMZ, una franja de 252 km de largo y 4 km de ancho, en donde hay por lo menos un millón de militares en ambos lados, búnkers, trincheras, sensores, cañones, morteros, ametralladoras, misiles y por lo menos dos millones de minas.
En medio de este campo minado hay una serie de poblaciones pequeñas y un área en donde se establecieron, hace algunos años, maquiladoras a manera de un experimento para convivir.
A lo largo de los años se han descubierto una serie de túneles cavados por el norte, uno de ellos diseñado para la infiltración de hasta 30 mil soldados por hora.
Ante este escenario, ambos países emprendieron fuertes programas de militarización. En el caso del sur, comprendió el servicio militar obligatorio (SMO) de los varones aptos. Hoy en día, aproximadamente 85% ha servido en sus Fuerzas Armadas.
Durante décadas, ambas Coreas invirtieron mucho en la compra de equipo militar extranjero. El sur, comenzó hace 35 años a involucrar a su industria privada en el desarrollo y producción de tecnología militar, lo que llevó a su base industrial a desarrollar altas capacidades tecnológicas.
Compañías como Hyundai, KIA, Samsung, Daewoo, LG tienen –todas– divisiones del sector defensa. El norte, por su parte, decidió enfocarse en desarrollar armas nucleares y tiene un arsenal convencional viejo.
El modelo de militarización del sur le ha permitido transformarse de uno de los países más pobres del mundo, a una potencia exportadora, miembro del G20. Mientras que el segundo, gobernado por una familia que ha sido deificada para su población, se ha convertido en el país más aislado del planeta.
Aprecio que estas dos variables, el SMO, sumado a la inversión estatal en tecnología y en el sector privado, ha ayudado a Corea del Sur a la consolidación de una sociedad organizada, con objetivos claros y que está comprometida con su nación.
De acuerdo con desertores del norte, todos los norcoreanos deben de servir entre 7 y 9 años en las fuerzas armadas y durante ese tiempo se convierten en una fuerza de defensa, represión y trabajo barato para el Estado. Estos son dos procesos muy distintos de militarización.
A diferencia de Corea, México no se encuentra rodeado de enemigos, al contrario, se encuentra rodeado de oportunidad. Es momento de que México identifique qué modelo y nivel de militarización es el adecuado y cómo puede contribuir de manera positiva para su futuro. Siempre hay la opción para un punto medio inteligente.