Los dos principales candidatos a la presidencia de Brasil se verán las caras en una segunda vuelta luego de que ninguno de ellos logró suficientes votos el domingo en unas elecciones que decidirán si el país vuelve a poner a un izquierdista al timón de la cuarta democracia más grande del mundo o mantiene a un derechista en el cargo durante otros cuatro años.
Tras haberse escrutado el 99.6% de los votos de la jornada electoral del domingo, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva sumaba 48.3% de los sufragios, por 43.3% del actual mandatario Jair Bolsonaro.
Otros nueve candidatos participaron en la elección presidencial, pero sus números son mucho menores que los de Bolsonaro y Lula.
Lo reñido del resultado fue una sorpresa, ya que los sondeos de opinión previos a la elección le daban a Lula una sólida ventaja. El último sondeo de Datafolha, publicado el sábado, registró una intención de voto de 50% para Lula, por 36% para Bolsonaro. Se entrevistó a 12,800 personas, con un margen de error de más/menos 2 puntos porcentuales.
“Esta ajustada diferencia entre Lula y Bolsonaro no se preveía”, señaló Nara Pavão, profesora de ciencias políticas en la Universidad Federal de Pernambuco.
En una conferencia de prensa posterior a la votación, Lula se refirió a la segunda vuelta programada para el 30 de octubre contra Bolsonaro como “tiempo extra” en un partido de fútbol.
“Quiero ganar todas las elecciones en la primera vuelta. Pero no siempre es posible”, dijo.
Bolsonaro tuvo un buen desempeño en la región sureste de Brasil, que incluye los estados altamente poblados de Sao Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais, de acuerdo con Rafael Cortez, quien supervisa el análisis de riesgos políticos en Tendencias Consultoria
“Las encuestas no captaron ese crecimiento”, señaló.
Carlos Melo, profesor de ciencias políticas en la Universidad Insper de Sao Paulo, dijo que “es muy pronto para profundizar, pero esta elección muestra que la victoria de Bolsonaro en 2018 no fue un evento aislado”.
El apoyo a la derecha
El mandato de Bolsonaro se ha distinguido por su retórica provocadora, su presión sobre instituciones democráticas, su criticada gestión de la pandemia de COVID-19 y la deforestación más grande en la selva amazónica en 15 años.
Pero ha formado una base de partidarios con su defensa de los valores familiares tradicionales, su rechazo a la corrección política y presentándose como un protector de la nación ante políticas de izquierda que, según dice, erosionan la libertad personal y provocan inestabilidad económica.
Marley Melo, un comerciante de 53 años en la capital Brasilia, acudió a votar desde temprano llevando el amarillo de la bandera brasileña que Bolsonaro y sus partidarios usan en sus marchas. Melo afirmó que votaría otra vez por Bolsonaro y que no creía en las encuestas que lo muestran en segundo lugar.
“Las encuestas pueden ser manipuladas, son de compañías que tienen sus intereses”, afirmó.
La lenta recuperación económica aún no se ha hecho patente para los más pobres, y 33 millones de brasileños pasan hambre pese al aumento de la asistencia pública. Como varios de sus vecinos latinoamericanos que lidian con una alta inflación y un gran número de personas excluidas del empleo formal, Brasil sopesa un giro a la izquierda.
Bolsonaro ha cuestionado de forma reiterada la fiabilidad no sólo de los sondeos, sino de las máquinas de voto electrónico. Los analistas temen que haya sentado las bases para rechazar los resultados.