Antonio Vicente Aranda vivía tirado en la calle pero un día se despertó con una deuda de cinco millones de euros y una lluvia de empresas a su nombre. En su búsqueda diaria de chatarra nunca imaginó que figuraba como administrador de siete empresas, y que, sin saberlo, era un hombre importante como esos que salen en las páginas salmón de los periódicos.
Lástima que las sociedades no fuesen más que una tapadera para cometer fraude fiscal y él, un indigente con patrimonio ficticio de millonario. Su vida se convirtió entonces en una sucesión de pagarés, de reclamaciones de Hacienda y de citaciones en los juzgados.
Paradojas de la vida, Antonio debía millones cuando nunca había tenido nada. En la tela de araña de la existencia de este barcelonés, de 47 años, se rompieron todos los hilos. Y acabó en la calle. Pero cuando pensaba que había tocado fondo y que nada podía ir peor, las cosas fueron a peor. La dichosa Ley de Murphy.
Firmó unos papeles a cambio de 200 euros que nunca recibió y acabó de administrador único de varias compañías. Desde entonces, va cargando con una pesada mochila repleta de deudas que no le pertenecen. «Yo ya no me fío ni de la chaqueta que me pongo», se lamenta.
Trama dedicada a engañar a los 'sin hogar'
Si no fuera por la Fundación Arrels, Antonio podría haber acabado con sus huesos en la cárcel Modelo de Barcelona. Desde esta ONG lograron demostrar que no tiene medios económicos y que había sido víctima de una estafa. Pero su caso no es el único.
Esta fundación ha podido documentar la situación de otras 11 personas sin recursos que han sido estafadas y utilizadas como testaferros. Por este motivo, ha presentado una denuncia ante la Fiscalía de Barcelona para que investigue los hechos y averigüe si existe una trama dedicada a cometer fraudes fiscales que utiliza como cebo a mendigos que viven en las calles de Barcelona.
Antonio y su pareja, Concepción, en el piso en Barcelona. | Santi Cogolludo
Las contrapartidas que recibieron las víctimas por hipotecar su vida no fueron grandes sumas de dinero o lujosos regalos, sino que algunas de ellas sólo obtuvieron un mísero café caliente, una noche en una pensión, una sesión de peluquería o 50 euros.
«Cuando los afectados se encontraban en un momento de máxima vulnerabilidad, se les acercaron terceras personas para ofrecerles participar en un negocio o un empleo y les pidieron que firmasen unos documentos. Son personas que se encuentran en una situación muy degradada. En ocasiones, aceptaron a cambio de una noche en una pensión. ¡Imaginaos la situación en la que se encuentra una persona para consentir esto!», explica Beatriz Fernández, abogada de la Fundación, situada en pleno corazón del barrio del Raval en Barcelona.
Hacienda les reclama ahora el pago de impuestos y la Seguridad Social les deniega prestaciones
Documentar los casos ha sido toda una odisea. Muchos de los afectados no se acuerdan ni de lo que hicieron ni de lo que firmaron ni de aquellos señores tan amables que tan sólo querían su rúbrica. Todo se hubiese quedado en un mal sueño, en una más de sus pesadillas si no hubiese llegado la carta a los cuatro o cinco años después, la misiva que les dio de bruces con la realidad. Un sobre con un remitente muy especial: la Agencia Tributaria que les reclamaba los impuestos impagados de empresas en las que figuraban como administradores sin saberlo o la Seguridad Social que les denegaba prestaciones porque aparecían con deudas por impago de autónomos. Otras veces quien llamaba a su puerta era la Justicia para reclamar las cantidades adeudadas en los tribunales.
De momento, desde la Fundación Arrels han logrado parar algunos casos presentando recursos ante Hacienda, que se han resuelto favorablemente, y con la denuncia ante la Fiscalía de Barcelona.
«Es una práctica bastante habitual, una estafa fácil, la más vieja del mundo. Es el mercado de la vulnerabilidad. La gente nos llegaba con una carta que no entendía, que quería empadronarse y no le dejaban o que intentaba cobrar una prestación y se la denegaban porque aparecía como moroso. El problema es que la carta les llega justo cuando han dejado la calle y empiezan a estar bien», afirma el director de la fundación, Ferran Busquets.
Complicidad de los notarios
Aunque en la mayoría de los casos el estafador fue un desconocido, con Antonio se trató de un vecino, que le ofreció participar en una empresa de ropa: «Yo no quería caer, pero al final caí. Me dijo que fuese a un sitio a firmar con unos abogados y que me iban a dar la ropa. Me la entregaron pero a la semana siguiente me petaron la puerta y desapareció la ropa y mi DNI». Por aquel entonces, Antonio todavía vivía en el piso alquilado de la madre de su ex mujer, pero, al poco tiempo, le desahuciaron.
«Mi vecino y su socio falsificaron mi firma y, al final, tenía siete u ocho empresas a mi nombre, por Madrid y por todas partes: Murcia, Alicante.. Y la más potente la del Prat de Llobregat. Debía cinco millones de euros y el juzgado me enviaba cartas de que si no pagaba me iba para arriba, me iba para la Modelo», relata Antonio, divorciado y con tres hijos. Su actual pareja, Concepción Fuentes, también fue engañada por los mismos estafadores, aunque por una cantidad mucho menor.
Todo el proceso para constituir las empresas ante notario e incribirlas en el registro es legal. Las compañías están inactivas, pero cuando se ponen en funcionamiento empiezan a cometer fraude fiscal o delitos financieros.
Antonio y Concepción, en el barrio barcelonés de Torre Baró. | Santi Cogolludo
El director de la Fundación Arrels pone también el punto de mira en los notarios, a los que acudieron muchas de las víctimas junto a los estafadores para firmar la escritura de constitución de la sociedad.
«Las personas cuando firmaron en su momento lo hicieron delante de alguien que daba fe de sus capacidades. Sin embargo, tenemos casos en los que las personas engañadas tenían alguna discapacidad mental o se encontraban en estado de embriaguez. Es más que evidente que estas víctimas no estaban al 100% de sus capacidades mentales. Pero nosotros no tenemos acceso a los poderes notariales y, por eso, queremos que la Fiscalía investigue», sostiene.
8, 34, 65, 23, 88. Cantar línea en el bingo de la Fundación es una de las diversiones que le quedan a Antonio. Como él, otras muchas personas sin recursos se acercan cada tarde a la sede de la ONG para sentirse acompañados y entretenerse. Las instalaciones son como un gran salón de estar donde los sin hogar juegan al parchís, al dominó, al rummy... se agarran al juego, justo ellos a los que la vida ha jugado tan malas pasadas.
Como Antonio, en Barcelona viven 3.000 personas sin hogar, de las que más de 1.500 pernoctan en los centros del Ayuntamiento, la Generalitat o las ONG; 600 en fábricas ocupadas, solares o caravanas, y 900, en la calle. Antonio sabe bien lo que esto supone: un auténtico calvario. «Yo he dormido en la calle en la infancia, en los 90, pero ahora ya no se puede. Te quitan los zapatos, te insultan. Es más peligroso que antes», relata.
Antonio ha logrado salir del hoyo. Desde hace más de un año reside en uno de los 30 pisos con los que cuenta la Fundación para realojar a los indigentes. La vida le ha cambiado pero nunca podrá dejar atrás la enorme deuda que arrastra.
Con Información elMundo.es