'La gente dona riñones, ¿por qué es un crimen trasplantar una cabeza?', pregunta
Pide a Putin que levante los impedimentos legales para que el doctor Canavero le haga una intervención sólo ensayada una vez, y con monos
En Vladimir, la ciudad donde vive el programador informático Valery Spiridonov, a 170 kilómetros de Moscú, su cruzada para que le trasplanten ya es oficial: cabeza sana busca cuerpo en buenas condiciones para vivir la vida que la maldita genética le ha robado. "Sé que no tengo derecho a elegir el cuerpo en el que me pondrían, sólo pido que sea un cuerpo de hombre... alguien con muerte cerebral que tenga sus órganos vitales sanos... O si no un criminal que haya sido condenado a muerte", dice Valery desde el salón de su pequeño apartamento, donde vive con su madre. Desde ahí, escuchando los silbidos de los trenes de esta ciudad industrial, cuenta a Crónica sus razones para lanzarse a ser el primer humano al que se le trasplanta la cabeza a otro cuerpo: "He de hacerlo porque no tengo muchas opciones. Mi decisión es definitiva, no pienso cambiarla".
Las posibilidades de éxito son escasas. Spiridonov contactó hace dos años con el cirujano italiano Sergio Canavero que llevará a cabo la operación. "No tengo medios para pagarla, pero me ofrezco voluntario a la ciencia para que prueben conmigo", explica, consciente de los riesgos. Según le ha dicho Canavero, director del Grupo de Neuromodulación Avanzado de Turín, quienes sufren atrofia muscular espinal tendrán prioridad en la selección de pacientes para este tipo de cirugía.
Hay personas que buscan billetes de avión en internet para tomarse un descanso, pero en el caso del joven ruso Valery Spiridonov es su cabeza la que quiere irse lejos del desastre, dejando atrás un cuerpo que es un mal negocio.
De niño no le sirvió de mucho aprender a andar: tras dar sus primeros pasos empezó a perder la masa muscular de su cuerpo. Tiene 30 años y apenas se recuerda sin su silla de ruedas por culpa de la enfermedad de Werdnig-Hoffman, que afecta a las neuronas de la médula espinal y hace que la persona quede completamente inmovilizada. Su dolencia progresa con cada día que pasa, así que se ha puesto en manos de la ciencia para marcharse del saco de huesos maltratados que le tiene confinado. Desde Italia un médico ha contestado a su SOS, abriendo la posibilidad de conectar su cabeza a un cuerpo en condiciones.
La conversación tiene lugar por Skype. Recostado en su silla de ruedas, Spiridonov lo ve muy claro: "La operación será un éxito pase lo que pase, o logro un cuerpo sano o aportaré datos muy relevantes para la ciencia". La intervención es tan arriesgada que difícilmente se puede hacer legalmente. Por eso se ha dirigido al Kremlin para que retire las barreras legales y, de paso, las presupuestarias: "Quiero que Putin ajuste las leyes para operarme en Rusia, aunque estamos abiertos a propuestas en cualquier sitio".
En su patria sus planes le han hecho popular en Vladimir, la ciudad donde trabaja como asesor de servicios sociales en el ayuntamiento y tiene una importante proyección política. Pero desde algunos sectores tradicionales como la Iglesia ortodoxa rusa han clamado contra el sacrilegio. Un conocido arcipreste, Vsevolod Chaplin, se ha llegado a cuestionar si "alguien a cuya cabeza le pongan otro cuerpo puede ser considerado totalmente una persona".
En su silla de ruedas él se revuelve contra los dogmas: "No es una operación contra Dios, es un desafío científico como el vuelo de Gagarin, y alguien tiene que dar el paso hacia lo desconocido". Además, añade, "la gente dona riñones, ¿por qué es un crimen trasplantar una cabeza?".
El doctor Canavero le ha puesto nombre al proyecto: HeAVen (cielo). Es el resultado de juntar tres palabras que son mágicas para Spiridonov: Head (cabeza), anastomosis (unión de unos elementos anatómicos con otros) y Venture (misión).
Tiene poco que perder. Los médicos le han dicho que en su cuerpo actual no llegará a la vejez: "Claro que tengo miedo, pero para mí es una oportunidad de ser libre". Y la familia, pese al vértigo de lo desconocido, está de su parte. En casa de los Spiridonov estánacostumbrados a que la vida venga cuesta arriba. Su padre, militar, falleció hace tiempo y su madre -una psicóloga que lo ha preparado mentalmente para casi todo- tuvo que mudarse a un apartamento más pequeño para poder abonar las facturas. Con el tiempo el talentoso Spiridonov ganó lo suficiente para pagar a alguien que se ocupase de él: le alcanzase las cosas, le llevase al baño y le ayudase a moverse por la ciudad.
'Mi familia me apoya'
El hombre de la casa apenas levanta unos centímetros del suelo, y se mueve por los pasillos con un zumbido eléctrico omnipresente que recuerda a todos que Dios no ahoga, pero a algunos les aprieta un montón. "Mi familia me apoya porque saben que ahora no puedo ni darme la vuelta en la cama".
Mientras se duerme o no, evita darle vueltas a cómo sería el día después. Podría tocarle un cuerpo gordo, un fumador o el de un tipo demasiado alto para él, que ha vivido tres décadas a ras del suelo. Estrenaría una nueva talla de zapatos. Sus dientes, sus empastes, seguirían allí, pero sus manos serían otras. Su cuerpo sería enterrado dos veces: el viejo tras la operación, y el nuevo cuando él muera. Son disquisiciones que no caben en su mente. Por la calle la gente le pregunta:
-Valery, ¿te podrás acostumbrar a un cuerpo nuevo?
-Me adaptaré, igual que me ha tocado acostumbrarme a un montón de cosas que ni te imaginas.
Su vida ha sido una sucesión de guerras perdidas y batallas ganadas. El mal que le afecta le toca a uno de cada 100.000. Aunque el 50% de los niños con atrofia muscular espinal no llega a superar el año de vida, Spiridonov ha conseguido terminar la universidad.
Mermada su capacidad de movimiento, buscó una salida en la informática. Los profesores venían a su casa a darle clase y se convirtió en una máquina de leer. Es un autodidacta que desde su hogar diseña gráficos para juegos de ordenador y software educativo. ¿Novia? No tiene, y lo proclama en las redes sociales.¿Hobbies? Dice que no tiene tiempo pero se le puede ver por la ciudad comiendo sushi con amigos e incluso en fiestas de disfraces. "Ahora soy famoso hasta en la Antártida: es duro todo esto, pero así puedo hablar de la importancia de la ciencia y apoyar todas esas investigaciones que dejan de hacerse porque falta el coraje necesario o los lobbies impiden que se estudien soluciones nuevas".
Hasta la fecha sus desafíos han sido a pie de calle, logrando que el ayuntamiento pusiese rampas en los pasos de peatones. Pero ahora ha encontrado una odisea "que me puede dar la libertad" y de paso"contribuir a saber cómo ayudar a personas que están peor que yo".
La comunidad médica ha recibido su aventura con escepticismo, pues lo que sigue faltando hoy día "es la tecnología que permita la regeneración o la reconexión del sistema nervioso, y en ese sentido mi opinión es que se trata de una labor propagandística, de una manera de captar fondos para la investigación necesaria y útil de la regeneración de la médula espinal", explica el doctor Luis Ley Urzaiz, jefe del servicio de Neurocirugía del Hospital Ramón y Cajal de Madrid.
Valery pasa buena parte del día delante del ordenador y ha leído las historias de aquellos monos a los que se les trasplantó la cabeza en los años 70: podían ver, oír y hasta morder... pero no moverse.
17-3-1970: se trasplanta la cabeza de un primate en EEUU.
¿Han cambiado las cosas o ha habido suficientes avances técnicos para que alguien como el doctor Canavero pueda pensar en que la cabeza trasplantada de Valery pueda conectarse a un cuerpo y hacerlo funcionar?
Biogel para unir la cabeza
El optimismo de Valery es granítico: "Entonces, cuando se probó con monos lo que yo quiero que me hagan, no tenían la tecnología que el doctor Canavero tiene ahora, un biogel (actuaría como adhesivo conectando la médula espinal del ruso con la del donante) que ya probó con una chica que había sufrido un accidente en 2008. Sé que él no es un charlatán y no empeñaría su prestigio en algo absurdo", argumenta esperanzado este aspirante a ser el primer cefalonauta de la Historia. Él y su amigo Nikita se han puesto manos a la obra para viajar a un congreso en Illinois (EEUU) este verano, donde se presentaría su caso y empezarían los preparativos para operar en 2017 o antes.
Aunque Valery necesite un milagro, no parece ser la clase de persona que cree en ellos. El paso de los años y el progresivo debilitamiento de sus músculos han ido inclinando su columna vertebral, y cada vez está más cerca del suelo y lejos de todo lo demás. Vive en un mundo donde nadie está contento con su cuerpo, pero a él le valdría el de cualquiera. Todos enganchados al móvil, que en su caso se acerca demasiado al límite de los 200 gramos que ahora mismo puede levantar. Y todos huyendo de una vejez que para él sería un lujo alcanzar. Por eso Valery se despide con un desafío desde su silla robotizada: "Todos deberían salir de su zona de confort como yo lo voy a hacer".
@xaviercolas
El trágico precedente de los monos, por @MONO_PENSANTE
Cuando el mono despertó, ocurrió algo increíble. Su cabeza trasplantada no sólo abrió los ojos, sino que intentó morderle el dedo al primero que se le acercó. En ese momento, los más de 30 médicos que habían colaborado durante 18 horas en la operación empezaron a aplaudir. Por primera vez en la Historia, aquel 14 de marzo de 1970, la cabeza de un animal se había trasplantado al cuerpo (descabezado) de otro. Y la pobre criatura, aunque estaba totalmente paralizada del cuello para abajo, era capaz de ver, oír, oler y saborear. El doctor Robert White, que dirigió el insólito experimento en el Hospital Metrohealth de Cleveland, estaba en éxtasis. Había conseguido demostrar que era técnicamente posible unir la cabeza de un «animal A» con el cuerpo de un «animal B». Más adelante, volvió a lograrlo con más monos, y durante cuatro décadas, hasta su muerte en 2010, White -un católico devoto- defendió que su técnica podría ser una solución viable para preservar «el alma» de tetrapléjicos y enfermos terminales en un cuerpo nuevo. Sin embargo, sus polémicos experimentos no son un buen precedente: aquellos monos sufrían terribles ataques de angustia y ninguno de ellos vivió más de nueve días. / PABLO JÁUREGUI
Vía | El Mundo