Estados Unidos se tomó la revancha por aplastamiento. En 2011, Japón le arrebató el título en los penaltis y cuatro años más tarde le ha devuelto el golpe a cañonazos. Las Nadeshiko fueron marchitadas por una maquinaria demoledora que dejó una goleada histórica (5-2) para proclamarse por tercera vez campeona del mundo.
El cuadro de Jill Ellis se coronó en Vancouver ante más de 53.000 personas pulverizando récords. Hasta ahora, el gol más rápido en una final era el que las propias norteamericanas le hicieron a Noruega en el primer Mundial, a los 20 minutos de partido. En Canadá, en menos de media hora ya se habían marcado cinco goles, cuatro firmados por Estados Unidos, superior a todas sus rivales desde la fase de grupos.
Una figura emergió desde el pitido inicial en el BP Place Stadium de Vancouver. Carli Lloyd, de 32 años, fulminó ella sola a las japonesas con dos goles en cinco minutos. Dos jugadas calcadas que retrataron a la defensa nipona y sentenciaron el duelo en el primer suspiro. El primero, a los tres minutos, nació de las botas de Rapinoe, que ejecutó un centro tenso al dictado de una jugada ensayada. Lloyd llegó como una bala desde atrás y dejó el balón en la red con el exterior de su zurda. Un instante después era Holiday la que ponía el centro raso desde la derecha. Se le escapó el remate a Johnston, pero no a Lloyd, que con esa acción se adueñaba de la final.
Necesitaba Japón el balón para despojarse de Estados Unidos y esa final de locos. Debía imponer su juego académico, de gusto por el toque, para contrarrestar el ciclón norteamericano, que son más de buscar la línea recta hacia el gol. Intentaron tocar las Nadeshikos, pero solo lograban lejos del área de Hope Solo, la mejor guardameta del torneo.
El tercer mazazo para Japón no tardó en llegar. Estados Unidos rondaba el gol o lo conseguía en cada llegada al área contraria. Esta vez contaron con la ayuda de Iwashimizu, quien presa de los nervios cometió un error clamoroso cuando intentó despejar de cabeza cerca de su portería. El balón voló por encima del área y Holiday lo cazó al vuelo para batir a Kaihori.
El tornado estadounidense no paró ahí. Tampoco el de Lloyd. La atacante de Nueva Jersey birló un balón en su campo cuando todo Japón se sumaba al ataque. Alzó la mirada, vio a Kaihori adelantada y desde la misma línea del centro del campo coló el cuero en la portería de la guardameta nipona, que solo pudo rozarlo. Dejó la estampa de la noche y el broche perfecto a su actuación estelar. No solo por los goles, sino por la sensación de omnipresencia que dejó durante los 90 minutos. Una hoja de servicios que la encumbró con el Balón de Oro a la mejor jugadora del torneo.
La final se convertió en una pesadilla para Japón, que suele tirar de paciencia para batir a sus rivales. Ogimi acortó distancias antes de que se cumpliera la primera media hora de juego. Recibió dentro del área de espaldas, y con un gesto técnico precioso se dio la media vuelta para superar a Hope Solo hacer el 4-1. Aprovechó ese momento Sasaki Noiro para mover el banquillo con premura. Retiró a Iwashimizu, la central que falló en el tercer gol, que se derrumbó tras darle el relevo a la eterna Sawa, de 36 años. Sus más de dos décadas como internacional, sus seis mundiales y cuatro Juegos Olímpicos fueron el recurso del técnico para tratar de reconducir el descalabro.
Durante unos minutos Japón soñó con conseguirlo. Un gol en propia de Johnston al inicio de la segunda parte puso el 4-2 en el marcador. Pero la respuesta de las norteamericanas fue fiel al guion del partido. En dos minutos Heath hizo el quinto tras un centro mal defendido por Japón.
Ahí se volvió a acabar la final. Ahí volvió Estados Unidos a asegurarse su reinado en Canadá.
A pesar del resultado de la final, la séptima edición del Mundial ha dejado trazos del gran avance que está experimentando el fútbol femenino, con duelos mucho más igualados y atractivos, con propuestas muy distintas de juego, desde la elaboración de Francia y Japón a la verticalidad de Alemania o Estados Unidos. Canadá, además, será recordado como el escenario en el que España jugó el primer Mundial de su historia, el que además propició la revolución de las jugadoras contra su técnico, Ignacio Quereda, que va camino de pasar el testigo tras 27 años a una nueva generación que impulse este deporte en España, si finalmente se consuma su marcha. Quedará también como el torneo en el que Blatter decidió experimentar e implantar el césped artificial, a pesar de las críticas de las jugadoras, que clamaron contra la FIFA por el riesgo de lesión y el agravio comparativo con el fútbol masculino.
A pesar de los cambios, el Mundial terminó como lo hizo el primero de la historia, en 1991. Y hasta la próxima cita, Estados Unidos podrá presumir de aparecer en la primera y en la última página. | elPaís