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Denuncian red de abuso sexual de menores en escuelas de 7 estados

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La Oficina de Defensoría de los Derechos de la Infancia ha documentado múltiples casos en los que maestros, personal de intendencia y hasta directivos de escuelas preescolares han abusado de menores

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Denuncian red de abuso sexual de menores en escuelas de 7 estados

La Oficina de Defensoría de los Derechos de la Infancia ha documentado múltiples casos en los que maestros, personal de intendencia y hasta directivos de escuelas preescolares han abusado de menores

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El abuso sexual infantil es un problema de enorme relevancia en el país. En particular el ámbito escolar, ha sido un espacio en el que suceden numerosos casos de abuso sexual por parte de un adulto empleado por la escuela en contra de uno o más alumnos.

A través de los años, en la Oficina de Defensoría de los Derechos de la Infancia A.C. (ODI) hemos litigado casos en representación de niños y niñas que han sufrido abuso sexual en la escuela. Los casos son sin duda sumamente preocupantes.

De manera inicial, la organización consideraba que los casos litigados constituían uno más entre estos muchos, graves y lamentables casos. Sin embargo, un caso en particular generó alarma y sospecha que pudiera haber otro tipo de actividad delictiva sucediendo en las escuelas. Las narraciones de los niños y niñas dibujan una situación difícil de imaginar. Describen a niños y niñas inmersos diariamente en un ambiente de violencia sexual generalizada, abierta y sistemática. A la luz de este caso, otros casos conocidos por la organización abonaban a las preocupaciones.

El esclarecimiento de qué sucede rebasa la capacidad de la ODI. La investigación de delincuencia compleja requiere de la actuación del Estado. Sin embargo, hemos logrado identificar patrones delictivos que indican la posibilidad de que numerosos preescolares y primarias han sido capturados y utilizados como espacios para la comisión de delitos de explotación sexual infantil en línea.

En 2011, la entonces Procuraduría General de la República contactó a la ODI para solicitar apoyo en la atención a un número grande de víctimas de entre 3 y 5 años de edad. Aparentemente, habían recibido una oleada de denuncias de abuso sexual en contra de niños y niñas en una escuela preescolar pública en Iztapalapa. Ante la primera denuncia expuesta por una familia, otras madres y padres indagaron directamente con sus hijos e hijas.

La primera denuncia destapó una situación difícil de creer: más de 30 niños y niñas decían haber sufrido abuso sexual en la misma escuela. Siendo el 2011, las condiciones de escucha en las declaraciones infantiles eran sumamente inadecuadas. En particular para niños y niñas tan pequeños, los modelos de interrogatorio utilizados por las autoridades generaban información fragmentada y difícil de entender. La narración de los niños y niñas sobre lo vivido era escasa. Sin embargo, a pesar de las deficientes condiciones para escuchar a los pequeños, lo que narraban aludía a una situación verdaderamente preocupante.

De las testimoniales de 19 niños y niñas de entre 3 y 5 años se detecta que nombran a 10 personas como agresores directos. Resulta sumamente difícil entender cómo las agresiones sexuales son perpetradas por tantas personas dentro de la escuela.

Aquellos nombrados como agresores incluyen desde la directora del plantel a personal de intendencia, e incluso al hijo adolescente de uno de los maestros. Aún más increíble, 12 de los niños y niñas describen ser agredidos por más de un adulto de manera simultánea. Es decir, lo vivido por los niños y niñas no se trata de varios agresores que coinciden en una misma escuela, sino de un grupo de personas que de manera coordinada y conjunta agreden a los alumnos.

Evidentemente, esta situación genera preguntas importantes sobre cómo llegó a laborar en una misma escuela este grupo numeroso de agresores. ¿Cómo son asignados a los puestos públicos en los que laboran? ¿Cómo se explica la coincidencia de tantos agresores en una misma escuela? Y ¿cómo se explica su actuación conjunta y coordinada?

Mayor preocupación surge al observar que los niños y niñas describen una situación en la que los delitos son cometidos de manera visible y masiva dentro del plantel escolar. Once de los niños y niñas mencionan a otros compañeros y compañeras presentes durante la agresión y describen abusos cometidos en contra de grupos de alumnos. Narran que las agresiones tienen lugar en por lo menos cinco espacios distintos de la escuela. La mayoría de los niños y niñas refieren que fueron agredidos en un baño. Sin embargo, otros mencionan la oficina de la dirección y un cuarto de drenaje. De manera difícil de comprender, algunos niños y niñas describen agresiones que toman lugar en espacios abiertos y visibles como el patio o un salón.

El caso de la escuela Andrés Oscoy también nos resultaba llamativo por el grado extremo de las afectaciones en los niños y niñas. La violencia sexual siempre genera afectaciones psicoemocionales en sus víctimas. Estas pueden ser variadas y no responden a listados preestablecidos. El trauma es vivido y manifestado por cada individuo de maneras diferentes. Sin embargo, si bien no se trata de cuadros rígidos, sí existen rasgos comunes en el tipo de afectaciones y manifestaciones del abuso sexual infantil. En el caso del Andrés Oscoy, resulta llamativo el grado extremo de las afectaciones manifestadas por algunos niños y niñas siendo indicativas de un trauma severo. Algunos niños y niñas empezaron a tener comportamientos extremadamente violentos incluso llegando en un caso a amenazar a su madre con un cuchillo. Muchos tuvieron comportamientos de agresión sexual en contra de hermanos o hermanas más pequeños y otros manifestaron episodios disociativos en los que él o ella permanecía incapaz de responder durante ciertos periodos.

A la luz del caso del Andrés Oscoy, casos que se litigaron desde la ODI anterior y posteriormente cobrarán mayor relevancia en detalles que al repetirse pueden ser indicativos de un patrón delictivo. Por ejemplo, algunos detalles extraños del tipo de violencia ejercida en el Andrés Oscoy nos lleva a reconsiderar detalles mencionados por una pequeña en un caso litigado tres años antes.

En el 2008, representamos un caso en el que una niña de 5 años refiere abuso sexual en su escuela. La escuela era un preescolar privado, que por seguridad de las víctimas y por no ser información pública, omitimos nombrar y llamaremos “Caso A”. La pequeña menciona hasta seis adultos involucrados en el abuso y refiere que el abuso se comete en contra de ella junto con otros compañeros y compañeras. Describe prácticas ritualistas, el uso de disfraces y puestas en escena. La niña narra eventos violentos. Como en el caso del Andrés Oscoy, se describen agresiones sexuales y psicológicas utilizando objetos sucios, excremento, violencia física, jeringas con agua entre otras.

La niña dice que fue sacada de la escuela en un coche y trasladada junto con otros compañeros a una casa en la que había adultos extraños. Describe eventos de sedación y en una ocasión por lo menos refiere la presencia de bebés como víctimas del abuso en el lugar al que es llevada. Un elemento particular de este caso es que los agresores generan confusión en la niña sobre sus padres. Reiteradamente le advierten que no es querida y que no puede confiar en ellos. A la vez, la pequeña refiere confusión sobre eventos en los que aparentemente le hacen creer que sus padres no han pasado por ella a la escuela y que ya es muy tarde.

Las afectaciones emocionales presentes en ella son graves, incluyendo periodos de ausencia o disociación y la necesidad compulsiva de escupir por una constante sensación de asco que le impide comer. El caso nunca llegó a juicio. Ante imprudentes filtraciones desde la entonces Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, por temor a represalias la familia desistió de toda denuncia formalmente expresando su temor y reiterando su negativa de toda colaboración en la investigación.

En el 2011, poco después de conocer del caso del Andrés Oscoy, nos buscan familiares de una escuela en Cuautitlán Estado de México. El preescolar público Laura Elena Arce Cavazos recibe numerosas denuncias por abuso sexual en contra de un maestro. Al momento de declarar ante autoridades de la entonces Procuraduría General de Justicia del Estado de México, hasta seis adultos son nombrados por los niños y niñas como agresores. Casi el total de víctimas describe agresiones que toman lugar en contra de grupos de niños y niñas. Refieren agresiones inusuales y violentas. Describen ser victimados en diversos espacios de la escuela. Refieren agresiones sexuales, sangrar durante las agresiones, recibir golpes y presenciar actos sexuales entre adultos. De las 10 declaraciones conocidas por la ODI, 2 niños refieren ser penetrados con jeringas con agua y 3 niños muestran cortadas en sus piernas que dicen fueron infligidas por algún maestro con un cuchillo durante la agresión. Tres de los 10 declarantes describen que les tomaban fotografías o video.

En el 2018, la ahora Fiscalía General de la República nos contacta nuevamente. Se trata de un preescolar público en la CDMX. Por tratarse de una investigación aún activa, omitimos el nombre de la escuela y nos referiremos a ella como “Escuela B”. Al igual que en el 2011, la primera denuncia destapa un enorme número de niños y niñas víctimas. En este caso, 49 niños y niñas denuncian haber sufrido violencia sexual en la escuela. El paso de los años ha mejorado enormemente las condiciones en las que participan niños y niñas víctimas dentro de los procesos de justicia y se logra escuchar a las víctimas hablar con mayor libertad. Los niños y niñas narran eventos de extrema gravedad. Sus descripciones resuenan con lo narrado por los alumnos de los otros casos litigados por ODI y develan indicios de un posible patrón delictivo.

Los niños y niñas refieren que les decían que si hablaban de lo que sucedía sus padres morirían. Incluso, algunos refieren que las amenazas eran gráficas, que su madre sería enterrada en el arenero o que sus padres serían convertidos en calavera y, por tanto, les causaba aún más temor hablar. Silenciados, la gravedad del trauma ocasionado se manifestó de otras maneras. En su totalidad, los niños y niñas presentaron alteraciones preocupantes. Un gran número de las víctimas manifestó comportamiento sexualizado compulsivo o anormal para la etapa de desarrollo que atraviesa. En algunos casos, la repetición de las violencias vividas se manifestó como agresiones a otros niños y niñas. Muchos comenzaron a orinar o defecarse cuando ya habían adquirido control de esfínteres. Otros a tener pesadillas agudas y frecuentes despertando con gritos difíciles de controlar o presentando terrores nocturnos en los que quedan atrapados en un estado de terror sin poder despertar durante varios minutos. Un gran número de ellos y ellas mostraban fuerte rechazo a la escuela y manifestaron fobias extremas. Algunos sufrieron ataques de pánico sin poder entrar a un lugar que les recordaba al abuso o tenían crisis de llanto durante más de una hora. En particular, muchos niños y niñas tenían terror de ir al baño, llegando al extremo de que algunas familias tuvieron que colocar bacinicas o cubetas en la sala o pasillo porque su hijo o hija se negaba a entrar a un baño.

Muchos presentaron trastornos de alimentación dejando de comer o comiendo de manera compulsiva. Las familias reportan cambios extremos en su comportamiento de aislamiento, tristeza o agresión. Dos de ellos a pesar de su escasa edad presentaron ideación suicida. Algunos presentaron ideación extraña como insistir en que estaban permanentemente sucios y necesitaban limpiarse, creer tener algo adentro de la espalda o expresar dudas como ¿Tu eres mi única mamá?

 

Al conocer casos documentados en Israel, quisimos ampliar la mirada y saber si había más casos registrados en México. Iniciamos una búsqueda hemerográfica, de solicitudes de información pública y consultando recomendaciones de comisiones de derechos humanos. Dada la alarmante cantidad de denuncias por abuso sexual cometido por maestros de manera individual en escuelas, tuvimos que filtrar la información obtenida. Sin desestimar la gravedad del abuso sexual ejercido por adultos de manera individual en contra de alumnos y alumnas, quisimos detectar la existencia de casos con patrones parecidos a los ya registrados. Para ello, establecimos algunos indicadores que nos pudieran alertar sobre un caso parecido. De estos casos detectados se buscó obtener la mayor información posible de lo narrado por los niños y niñas. 37 casos fueron identificados como posibles coincidencias en patrones. De estos solo fue posible conocer mayor detalle sobre lo referido por las víctimas en 18 escuelas. De estas escuelas, se corroboran patrones sumamente preocupantes.

Los casos se registran en siete estados de la República y en todos los casos se trata de agresiones en contra de niños y niñas de entre 3 y 7 años de edad. Trece de los casos refieren abuso que se comete en contra de grupos de víctimas. Algunos describen abuso frente al salón o la escuela entera. En un caso, por ejemplo, el maestro es denunciado por un vecino que desde la ventana de su edificio observa que se abusa de los niños y niñas en el patio de la escuela. Resulta por supuesto difícil de entender cómo un delito de esta naturaleza se comete de manera tan abierta dentro del contexto escolar. Se reitera el patrón de que el abuso se comete por múltiples adultos de manera conjunta. En 16 escuelas, los niños y niñas reportan agresiones por más de un adulto ejerciendo las agresiones de manera directa o estando presente observando o grabando mientras sucede el abuso.

Los niños y niñas no solo reportan múltiples agresores durante el abuso sexual. En 17 escuelas, las víctimas describen acciones de encubrimiento, sea porque las familias al denunciar ante la escuela no reciben respuesta alguna o bien que los niños y niñas narran haber pedido la ayuda de algún adulto en la escuela sin éxito. En 10 escuelas, se refieren adultos que facilitan las agresiones entregando a los niños y niñas con quien les lastima o permitiendo su ingreso a la escuela o al salón.

Los patrones delictivos se confirman en cuanto a la naturaleza de la violencia. En los 18 casos, se registra violencia atípica en casos de abuso sexual y se reiteran prácticas aberrantes características en el patrón.

En seis escuelas, los niños y niñas refieren presenciar actos sexuales entre los adultos que participan en la agresión. En 7 escuelas, las víctimas narran ser obligadas a realizarse tocamientos entre los propios niños y niñas.

Dieciséis de las escuelas registran casos en los que los niños y niñas describen actividades ritualistas como ser desnudados y amarrados, ser obligados a orinar sobre otras personas o a introducir las manos en orina mientras son agredidos. En 4 escuelas se reporta el uso de máscaras o disfraces y en 1 escuela los niños y niñas reportan ser disfrazados como animales y obligados a ladrar. En 14 escuelas, los niños y niñas refieren que les toman fotografías o grabaciones durante el abuso sexual. En seis escuelas, las víctimas refieren que las sacaban de la escuela. Algunos refieren ser llevados a casas en donde se encuentran adultos que no conocen y otros refieren que allí hay niños y niñas desconocidos. En cuatro escuelas, los niños y niñas describen indicios de sedación como comer o beber cosas que los duermen.

Además de los patrones documentados en estas 18 escuelas, se detectaron otras 19 escuelas denunciadas, pero con respecto a las cuales se obtuvo menos información. Sin embargo, de las pocas referencias detectadas también se logra desprender datos preocupantes de las 19 escuelas adicionales. En 3 escuelas se refiere que durante el abuso había cámaras o se tomaban fotografías. En cuatro escuelas, se reportan juegos o rituales. En ocho escuelas, se denuncian agresiones por múltiples adultos de manera conjunta y en dos escuelas se refiere que los niños y niñas eran obligados a realizarse tocamientos entre sí.

La ODI es una organización litigante. Nuestro contacto con los casos documentados ha sido desde la asesoría jurídica en representación de las niñas y niños víctimas.

Los graves casos que conocemos de posible explotación sexual en línea en las escuelas, y los muchos otros casos similares que seguramente existen, son un nítido ejemplo de las limitaciones de la justicia mexicana.

Desde la ODI estamos profundamente convencidos de que la efectiva persecución criminal es uno de los retos más relevantes que enfrenta nuestra sociedad. Los años invertidos en el litigio penal de estos casos dibuja con claridad por lo menos cuatro obstáculos indispensables a vencer para lograr una justicia efectiva.

A través de los años hemos constatado que las deficiencias en la investigación policial son uno de los problemas angulares en nuestro país. Más allá de la voluntad política, coyuntura o incluso especialidad, existen obstáculos en el diseño institucional y operativo de la investigación criminal que se convierten en verdaderas garantías de impunidad. Es decir, aun cuando hay ministerios públicos comprometidos y esforzados, el aparato de investigación criminal no les permite ser efectivos.

Es nuestro interés compartir en el presente informe el devenir penal que han tenido estos casos y utilizar esta narración para evidenciar cuatro puntos medulares que constituyen mecanismos de impunidad. El primero es la deficiente coordinación entre la actividad policial, la coordinación de la investigación y la representación del Estado como parte acusadora. El segundo punto es la fragmentación de una investigación haciendo literalmente imposible el esclarecimiento de criminalidad compleja. El tercer punto es la falta de especialidad y adecuación en los procedimientos de justicia para las niñas, niños y adolescentes. El cuarto, y último punto que buscamos ilustrar, es la exclusión de la víctima para intervenir activamente en la investigación criminal.

Denuncia por posibles delitos de pornografía infantil en las escuelas

Desde que la ODI tuvo conocimiento del primer caso, resultó evidente que había más que investigar que el abuso sexual infantil de la o las víctimas. Sin duda, este delito debía ser parte central de la investigación, pero los hechos narrados por las y los niños dibujaban una actividad delictiva más compleja. La investigación, solicitada por la ODI a las autoridades ampliaba la mirada en dos sentidos. Por un lado, la investigación requerida implicaba ir más allá de los actos concretos que sucedieron de manera aislada a cada uno de los múltiples niños y niñas que fueron víctimas en una escuela, y se investigara qué sucedió en la escuela en su conjunto. Esta investigación obligaría el análisis integral de lo que refiere cada niño y niña para en su conjunto tratar de entender qué sucedía en la escuela y no solo lo que le sucedió a “x” o “y” niño en un día particular. La investigación requeriría la indagación de trayectorias y designaciones de cada uno de los agresores en ese plantel escolar a fin de lograr entender cómo se explica su coincidencia dentro de la misma escuela y su actuación conjunta en las agresiones a los niños y niñas. Por otro lado, la investigación requerida implicaba ir más allá de lo sucedido en una escuela y ampliar la mirada para descubrir si hay un patrón delictivo entre lo sucedido en múltiples escuelas.

Ante la similitud de los hechos denunciados en escuelas aparentemente desvinculadas unas de otras, se requiere indagar si se trata de hechos coincidentes, pero aislados, o bien, si existe algún elemento común en su planeación o ejecución. A través de los últimos 13 años, la ODI ha desarrollado diversas estrategias para impulsar una investigación amplia y suficiente de los casos denunciados. Las estrategias han ido aprovechando los importantes espacios de participación procedimental que han adquirido las víctimas en la legislación penal mexicana.

Sin embargo, los esfuerzos no han sido exitosos.

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