“Las casas son como los cuerpos”, escribió la artista Leonora Carrington en su novela La trompetilla acústica. “Nos apegamos a sus muros, sus techos y sus objetos, del mismo modo que a nuestros hígados, esqueletos y torrente sanguíneo”. La que habla no es Carrington sino un personaje llamado Marion, una mujer de 99 años que teme que sus familiares la vayan a enviar a un ancianato, y se preocupa por sus gatos o su gallina si la sacan de su casa. “La separación de estos seres y objetos familiares era la muerte misma”, dice angustiada.
Leonora Carrington, conocida por sus pinturas y esculturas surrealistas, falleció hace 10 años a sus 94 años, y vivió más de 60 años en la misma casa: un hogar de tres pisos en la calle Chihuahua de la colonia Roma, en la Ciudad de México. “Quiero que me dejes la casa, porque yo quiero hacer un museo tuyo, de tu obra”, le pidió antes de que falleciera su hijo, Pablo Weisz. En ese lugar ella hizo casi todos sus escritos, esculturas y pinturas, además de criar a sus dos hijos y compartir con su esposo, el fotógrafo húngaro Émerico Weisz. “Para mí este es un lugar sagrado”, dice Pablo, comprometido desde entonces a buscar la institución que pudiera convertir este refugio íntimo en museo.
La cocina era uno de los espacios favoritos para Leonora Carrington. HECTOR GUERRERO
Diez años después de la muerte de Carrington, el museo está casi listo. En 2017, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) adquirió la casa y al año siguiente comenzó a hacer las reparaciones necesarias para que el lugar pudiera recibir turistas y albergar más de 8.000 objetos de la artista –la UAM invirtió cinco millones de pesos en el proyecto–. Ahora solo esperan el visto bueno de la universidad para poder abrir al público en los próximos meses (algunas partes de la casa ya pueden ser contempladas virtualmente).
Al igual que la famosa Casa Azul de Frida Kahlo en Coyoacán, la casa de Carrington podrá ser recorrida cuarto a cuarto por curiosos que quieren encontrar a la artista en la memoria de sus objetos, o en sus criaturas. Su hijo Pablo donó al museo 45 esculturas, míticas figuras antropomorfas que ahora se reparten en cada uno de los cuartos. “La idea es que las personas sientan que las criaturas están dentro del hogar”, dice Alejandra Osorio, profesora de la UAM y directora del proyecto.
En el comedor de la planta baja, la primera escultura en saludar es una madre cocodrilo hecha en bronce, con pequeños lagartos en su espalda, llamada Mother is Always Right (La madre siempre tiene la razón). A su sabiduría materna la acompañan un Gato sin botas, un cerdo blanco con alas de ángel listo para volar, y la foto de la mascota de Carrington antes de morir: un canino de pelo largo y blanco llamado Yeti.
"Mujer con paloma" en el jardín principal. HECTOR GUERRERO
“Intentamos respetar los espacios como los recibimos”, dice Alejandra Osorio. “Como ella vivió más de 60 años acá, pues tuvo tres estudios distintos, cambió la cocina, la tuvo arriba y abajo de la casa, y también hubo muchos cambios en los cuartos”.
La actual cocina en la planta baja la vigila Nigrum, la escultura de un gato con piernas alargadas que mira precavido junto al lavaplatos. Observa las ollas viejas de la artista, las especies que ella usaba para cocinar, o algunas postales pegadas a los armarios con fotos de la realeza del Reino Unido –Carrington nació en Inglaterra en 1917 pero abandonó el país en los años 30 cuando se mudó a Francia con el artista surrealista Max Ernst–. Durante la segunda guerra mundial, escapó a México en 1942, y nunca más regresó a vivir en el viejo continente.
“Prefiero no comer carne”, dice Carrington, mientras fuma en la mesa del centro su cocina, en un viejo video del director de cine Arturo Ripstein. “No me gusta la idea de comerme a otros animales”. Amante de perros, pájaros o gatos, las criaturas no solo eran inspiración en sus pinturas o esculturas, sino que cuidó siempre a varias mascotas en la casa. A los gatos, una de sus mascotas favoritas, les abrió huecos en la esquina inferior de las puertas de la casa para que pudieran transitar sin problema por el hogar. “La gente mayor de siete años o menor de setenta no es de confiar, a menos que sean gatos”, escribe Carrington en La trompetilla acústica.
Como otras casas de la colonia Roma, la de Carrington tiene patios internos. En el de la planta baja, plantó una jacaranda que ahora es más alta que la casa, y a la que acompañan las esculturas de La gallina ciega, la Mujer con paloma y una banca en forma de cocodrilo que Alejandra Osorio instaló ahí casi como una trampa. “Vamos a ver si los turistas se atreven a sentarse, porque sí pueden tocarla”, dice.
La escultura "Barca de Cuervos" en la parte alta de la residencia. HECTOR GUERRERO
Más tesoros se encuentran en el siguiente piso, donde estaba la sala, el estudio, su habitación, el cuarto oscuro de su esposo, o un pequeño cuarto con cientos de libros y la máquina de escribir donde escribió La trompetilla acústica. “Lo que queremos es que este también sea un lugar de investigación”, dice Osorio. “Acá hay un archivo enorme con sus libros, con sus fotos, con sus bocetos, con sus diarios, incluso con su historial médico”, añade en la sala de la casa, donde además de los libros está la figura de una mujer con cabeza de ave (The Palmist). En una esquina cuelga la réplica de su famoso cuadro, And Then We Saw the Daughter and the Minotaur, cuyo original cuelga en alguna esquina del Museo de Arte Moderno de Nueva York.
“El trabajo real se hace cuando estás sola, en tu estudio”, dice Carrington en un viejo documental de la BBC, sentada en el estudio de la casa, un cuarto iluminado con la luz del segundo patio interior. “Primero es algo que sientes, luego eso se convierte en algo que puedes ver, y luego eso se convierte en algo que puedes realizar. Es como cocinar, pero cocinar no es muy fácil tampoco”.
El polo magnético de atracción es esa casa es el estudio de Carrington, un taller iluminado por la luz del patio interior y en el que se pueden ver los pinceles que usaba, decenas de tarros con distintos colores de pintura, su caballete, su delantal para enfrentar un canvas sin color. “No creo que uno pinte para alguien”, dijo la pintora en el 96 al diario La Jornada. Pintar, decía, es más “una necesidad de conectar con las partes invisibles, los lugares invisibles de la psique humana”.
Lo que es invisible en el estudio es todo lo que pasó antes de que ella llegara allí: la academia de pintura en Londres a la que la enviaron sus padres cuando tenía 19 años; su fuga a Europa con Max Ernst y su trabajo con los surrealistas dos años después; su rechazo a ese movimiento por no considerarla artista y querer encuadrarla como otra femme-enfant de André Breton; su terrible depresión después de que Ernst es capturado por los nazis; su fuga a Nueva York y luego México durante la segunda guerra mundial. En México, escribió Elena Poniatowska cuando falleció su amiga, Carrington escogió una vida “lejos de los amplificadores de sonido y de imágenes ajenas a su aislamiento. Su casa era finalmente un retiro y su soledad era voluntaria”.
Vista del estudio de Leonora Carrington. HECTOR GUERRERO
En La trompetilla acústica, Marion, la mujer de 99 años, tiene un cuarto en la casa que da a un hermoso patio donde puede “disfrutar de las estrellas durante la noche o el sol de la mañana”. Lleva 50 años fuera de Inglaterra y se pregunta si debe regresar. “Debe haber algún pegajoso embrujo que me retiene aquí”, dice sobre su refugio en este lado del Atlántico. Se sentía “como una mosca pegada de un papel cazamoscas”. Ahora, en el museo, es imposible leer esas frases y no imaginar a Leonora Carrington saliendo a su propio patio interior, entre mascotas, plantas y criaturas fantásticas, para mirar las estrellas de la noche en la casa que fue su refugio durante más de 60 años en la colonia Roma.