El Distrito Federal tiene los días contados. La fórmula administrativa que regía la megalópolis mexicana, un híbrido de competencias entremezcladas, va a ser sustituida por un diseño legislativo y ejecutivo mucho más parecido al de los estados que componen la república.
La nueva entidad se llamará Ciudad de México, tendrá Constitución propia y será encabezada por un gobernador. Así lo aprobó ayer el Senado de la Unión por 74 votos a favor, 20 en contra y una abstención culminando un proceso de 15 años de intentos frustrados.
La reforma establece para junio de 2016 elecciones extraordinarias para crear una Asamblea Constituyente (100 legisladores, 60 de ellos refrendados en las urnas, el resto designados). Su objetivo primordial será redactar la nueva constitución antes del 31 de enero de 2017.
El cambio supone una mejora en la autonomía de la Ciudad de México. Durante décadas, la metrópolis estuvo bajo el mando del presidente. En los años noventa, en un lento proceso de deslinde, la demarcación fue ganando terreno hasta lograr en 1997 elegir su propio jefe de Gobierno. Pese a ello, el corte competencial no fue limpio y siempre ha vivido un delicado equilibrio con el palacio presidencial. Parte de estas limitaciones permanecen.
La Ciudad de México no alcanza la autonomía del resto de estados y no podrá, por ejemplo, decidir su techo de endeudamiento; el jefe de la policía estará supeditado al presidente, aunque lo podrá designar y destituir el gobernador, y las 16 delegaciones metropolitanas serán sustituidas por alcaldías, pero sin autonomía financiera. Cada una estará gobernada por un cabildo de unos diez concejales. | El País