El último día de actividades de Francisco en México dejó estadísticas para la memoria. Más de 250.000 presenciaron su última eucaristía en la frontera con Estados Unidos. Allí, a escasos metros del límite natural entre los dos países, el Río Bravo, fueron repartidas 50.000 hostias en la comunión. No se consiguieron más porque, según el vocero de la diócesis, darlas “hubiera llevado toda la tarde”. Más de 300.000 niños no fueron a la escuela y casi 5.000 soldados, marinos, policías federales y agentes estatales celaron la ciudad. Todos fueron testigos de lo que el Papa logró en sus nueve horas de paso por esta ciudad, alguna vez conocida como la más violenta del mundo: un día sin asesinatos.
Los diarios de la ciudad prepararon este miércoles una edición sin informaciones de homicidios. Juárez lleva varios años tratando de dar la espalda a su violento pasado. En lo que va de 2016, los asesinatos se han ido acumulando por goteo al ritmo de uno diario. En enero fueron 32 y en lo que va de febrero suman 19. La víctima más reciente fue un tendero que murió durante un asalto el martes por la noche. Aún así, la situación de Juárez palidece si se le compara a sus días más oscuros. A finales de 2010 se promediaban más de diez diarios. Un día de septiembre de ese año el conteo llegó a 25.
“Ahora estamos mucho mejor, ya no hay tanto problema”, dijo Antonio Reyes como si se disculpara con las visitas por tener la casa sucia. Es originario de Ciudad Juárez y tiene 73 años, tres menos que Jorge Mario Bergoglio.
Llegó a las seis de la mañana y esperó diez horas parado bajo el sol para escuchar cómo Francisco habló de Nínive, la ciudad asiria que “tenía los días contados” por la “violencia generada en sí misma”. Hacia el final del evento, también oyó al Papa decir que “siempre hay tiempo de cambiar, siempre hay una salida y una oportunidad”. La misa conmovió a Antonio hasta las lágrimas. Su esposa, Estela Lucero, de 63 años, lo consolaba con pequeños golpes sobre el hombro. “Francisco vino a decirnos que nos amemos los unos a los otros. Estoy seguro de que con su visita Juárez todavía se va a componer más”, dijo.
Muy cerca de la escalinata que llevaba al altar, estaba José. Parece mexicano. Tiene un bigote negro muy bien cuidado y el pelo muy corto que se asoma por debajo de una gorra roja decorada con un águila calva. Viste una playera azul marino con un dibujo que dice Pope Francis. Cuando habla atropella el castellano. Es uno de los miles que cruzaron el puente desde El Paso, Texas para asistir a la misa. José fue, hasta 2014, parte de la policía de la ciudad texana. “Era la más segura de Estados Unidos cuando Juárez era la más peligrosa del mundo”. El reportero pide una explicación de la paradoja, dos ciudades hermanadas donde una observó a la otra desangrarse durante años. “Aquí hay demasiada corrupción, debe pagarse mejor a los policías y a las autoridades para que no sean tan corruptas”, concluye.
La violencia en esta ciudad de 1,3 millones de habitantes no es un asunto reciente. Generaciones han lidiado con ella durante varias décadas por falta de oportunidades. Ciudad Juárez creció en la década de los 20 cuando fue promulgada en Estados Unidos la ley Volstead, que prohibió el alcohol. De este lado de la frontera florecieron las cantinas y los salones de juego. Los estadounidenses veían a Juárez como una ciudad perversa. Una década más tarde, con el fin de la ley seca, empezó una época de crisis económica que tocó la vida local. Esta descomposición llevó al asesinato de dos personajes públicos en marzo y abril de 1938. El primero fue el senador Ángel Posada, y el segundo el alcalde José Borunda, que murió por una bomba que le fue enviada desde Chihuahua, la capital.
Pero lo que queda fresco en la memoria son los años de plomo y sangre que grabaron en las retinas de los juarenses las disputas entre los cárteles del narcotráfico. Fue esta guerra la que provocó más de 9.000 muertes entre 2008 y 2012. Esta tarde el Papa ha dado nuevos anhelos a los pobladores de Ciudad Juárez. Fuera de guion, como hizo muchas veces durante esta primera visita al país, reconoció que México siempre lo sorprende. "He sentido ganas de llorar al ver tanta esperanza en un pueblo tan sufrido". | ElPaís