El último de los conciertos del jilguero de Huentitan en los escenarios comenzó a las nueve en punto de la noche, en medio de una gritería ensordecedora, como de palenque a las dos de la mañana, como de fiesta grupera a las tres de la mañana.
Con Alejandro Fernández interpretó No volveré. Vestidos de traje negro, padre e hijo se abrazaron y besaron. "Papá, te prometo, te juro, que nunca dejaré de cantar la canción ranchera mexicana. !Y Vicente sigue siendo el rey! ", gritó. Decenas de miles levantaron su vaso de cerveza.
En las gradas, pero sobre todo en la zona platino y preferente, las damas lucen atuendos adecuados para la noche: largos y elegantes. Otras, de sombrero texano, como para baile sabatino grupero.
En cuatro pantallas grandes se proyectan imágenes de videos de las canciones que se van interpretando. Cuando Chente interpreta Mujeres Divinas el estadio casi se cae de emoción. Es un respeto por la dama que hace feliz al hombre. "!Ay de aquél que las ofenda!".
Chente recordó que hace veinti dos años presentó artísticamente a su hijo Alex. En las pantallas se ven imágenes familiares de el Potrillo cuando era niño. Una imagen fue cuando padre e hijo se besaron en la boca.
Vicente salió un momento y bregresó vestido de color crema, para cantar con él Perdón. En ambos se notan canas en las sienes.
Para lucirse, baja el micrófono para somtar su voz y simbrar al azteca. "Con esta canción se van a levantar como si hubiera un cuete debajo de su asiento", y comenzó con Acá entre nos.
En las rolas de Chente la mujer tiene poder. Por ellas Chente aparece en imágenes de cantina haciendo gestos a los tragos de tequila.
Todo va para arriba, trago tras trago y canción tras canción. Entona Urge y Martín Urieta es, en ese momento, un héroe ausente. Se tapa los oidos para denotar que le lastiman los gritos de la gente. Los aplausos no cesan. "!Eres un héroe, Chente!", grita un caballero. | Redacción: La Jornada