En ese contexto, lo que no es un evento cualquiera pero tampoco los presuntos –sobre todo los que por necesidad accedieron ir a Veracruz para participar en una contienda electoral que nunca vivieron--, parecía un asunto de párvulos. Incluimos el tema mediático que ocupó y preocupó a la sociedad mexicana, más allá de Hank o Mendiguchía: los cinco dopados o contaminados con clembuterol de la selección nacional de futbol. Ése era el tema que debían bajar del escenario para que los otros se apropiaran de él. Estamos hablando de perversidades político—mediáticas desde el poder.
Claro que para el mexicano común es más importante que el arquero Memo Ochoa salga negativo de la prueba antidopaje en Los Ángeles a que liberen a don Jorge Hank. Obviamente preocupa más el aparentemente desvalido Cristhian “Hobbit” Bermúdez (que no parece un prietito del Atlante; es el símbolo del popular cuadro azulgrana, de barrio puro), que Pablo Salazar, el priista converso para ser gobernador panista—perredista y hoy en combate con su hechura y actual gobernador chiapaneco Juan Sabines, salga del penal. ¿O cree usted, querido lector, que al ciudadano estándar mexicano le llamó más la atención los gritos con olor y sabor agrios, añejos pues, del licenciado Felipe Calderón, mal usando las instalaciones de la prestigiada Universidad de Stanford en California para mostrar en su dimensión pura y real la fobia al PRI y la inminencia que entregue a éstos –sus odiados enemigos— la banda tricolor, a que Antonio Naelson “Shina” o “El Maza” Rodríguez no vuelvan a jugar en el cuadro tricolor del Chepo de la Torre?
Peligroso que un síndrome como el que le damos título a esta entrega penetre a la gente del poder, pero si es al presidente de la república, peligrosísimo. Si la gobernabilidad pende de un delgado hilo, con acciones que parten de las vísceras antes de razonamientos, con estrategias emanadas de la frustración por un siempre débil posicionamiento de la administración, con una dolorosa guerra perdida contra la delincuencia organizada por más Alejandro’s Poiret´s que digan lo contrario en la plena representación del neo tecnocratismo sometido, no aquellos que peleaban sus ideas con los políticos desde los fundamentos, sino éstos que levantan el ceño, se quieren ver malos y son pésimos. Eso sí, peligrosísimos si traen la infección del “Síndrome de las Derrota”.
Hay que tocar estos temas. Tan mala fama tiene Jorge Hank Rhon, que hacerle una defensa sería atentar contra la inteligencia del mexicano; o no darle relevancia al fraude que pretendieron consumar decenas de morelenses para votar en Veracruz, llevados por operadores priistas cuyo calificativo no puede ser otro que (con la disculpa al lector anticipada) de auténticos pendejos, con iniciativa por cierto, para terminar temprano. Está bien que se haga justicia, que los presuntos se defiendan, lo mismo Hank y Mendiguchía que Doña Chona y El Pecas –ya en libertad condicional desde Veracruz-- junto con Memo Ochoa, “El Hobbit”, Shina, Dueñas y El Maza, cada cual en su ámbito.
Lo que sí está para revisarse y hacerlo con minuciosidad es la actuación de los que detentan el poder, en el nivel que gusten. Los gritos estentóreos del presidente Calderón en Stanford preocuparon a muchos; no parecía el jefe del Ejecutivo de esta nación (debe decirse claramente que tampoco es el jefe de los mexicanos que al grito de su guerra se esposen solos o se tiren al barranco, desafíen a la alta delincuencia o compartan su proclama que semejó a aquellas de los discípulos hitlerianos); más bien estábamos viendo y escuchando al más pequeño de la pandilla del barrio retar a los de enfrente, al mismo que a la hora de los mulazos, normalmente ya estaba en La Loma, “por si había que solicitar refuerzos”. No es un juego de pasiones, tampoco el cumplimiento caprichoso al presidente que nos gobierna a todos. Que respete para ganarse el respeto de los demás. El respeto no se emite en ningún decreto, ni el sonido del clarín para despertar al cuartel. Los morelenses –y los mexicanos, por supuesto— no somos llamados “a rancho” desde el cuartel ni estamos presos.
Dicen que la voluntad suprema la tiene el ciudadano. Que no nos alarmen con discursos perturbados ni con recientes historias que todos conocemos. No merecemos ser señalados por los errores que cometen desde la parte más alta del poder.
Por ello, extraña y preocupa que los responsables de darle equilibrio al poder, de enviar señales de confianza a la sociedad, los partidos y sus timoratos dirigentes, las cámaras y sus integrantes, se queden pasmados o estén asustados y avisados por el gobierno de descubrirles sus asuntos. Se comienza a sentir no sólo el miedo a la violencia generalizada o de manera individual el dolor por la ausencia de los que hemos tenido desgracias familiares; el ambiente se tensa, brota el enojo, la molestia, a punto la rabia de asomarse. ¿No lo perciben los inteligentísimos Poiret’s del gobierno federal? O ¿“El Síndrome de la Derrota los invade?
Debemos tener algo claro: los mandatarios están ahí por la sociedad. Si las cosas no les funcionan, por ello los cargos son temporales. Empiezan y terminan. Se supone que manda el pueblo, así que a obedecer.
Si el presidente y su partido viven con “El Síndrome de la Derrota”, que se hagan para allá, que no contaminen el ambiente. Las ocurrencias, los gritos de valor, las advertencias en la burbuja del poder, allá déjenlas. Acá, en el dramático mundo real que vivimos los mexicanos, no funcionan ni interesan. Sí, en verdad, preocupa mucho que se asuman estas conductas, porque si las padece un delincuente, o es atrapado o se fuga y va por la siguiente. No puede darse desde la parte más alta del gobierno, porque no nos confundamos, el poder—poder cuando se tiene, su ejercicio es pleno. Y eso no lo vemos ni lo sentimos con acciones sensatas, benéficas, cuando menos de esperanza.
Esperamos que entre el gran mundo de la burocracia nacional, en los altos mandos policiacos y castrenses, gane la formación del compromiso por la nación y la defensa de sus habitantes, que el “Síndrome de la Derrota”, que es evidente se ha apoderado de quienes menos quisiéramos. Y lo comentamos: estas acciones generan reacciones, una de éstas es la manifestación de las libres ideas, que en corto tiempo se plasmará en encuentros públicos con personalidades del mundo informativo, del más alto nivel, aquí en Cuernavaca. Es la reactivación. Lo hicimos en 1994 y hoy es más que obligado. Los mantendremos informados.
Qué pena que La Casa Hidalgo se haya apoderado del Jardín Betanzos. Ése era nuestro sitio de encuentro. Habrá otros.
Un favor a los demás mortales: váyale al partido que quiera, si gusta a ninguno, pero hagamos un muro para que no nos contagien de un síndrome que es de ellos, que los invade y nubla las mentes de una parte de los políticos.