¿Hasta dónde tiene impacto la obra de gobierno en las últimas horas permitidas? Normalmente, las acciones de gobierno son interpretadas por una importante mayoría de ciudadanos, como parte de las obligaciones de los que gobiernan. No sacan un centavo de sus bolsillos, no regalan un metro de su tierra ni se quitan un dedo de la mano. Al contrario. Eso indica la lógica y así es, nada más. Para eso se alquilaron, dirían en los viejos tiempos.
Cuales Niños Héroes que la historia oficial nos enseñó se arrojaban envueltos en el lábaro patrio ante la invasión de los gabachos, los gobernantes como Felipe Calderón claman, anuncian, gritan, lo que el pueblo les queda a deber. Ofrendados en programas a modo con periodistas de antes, respeto también “a modo”, los adalides de la Patria aceptan que son humanos, tienen fallas, pero exigen se realcen sus valores y sus luchas como la que emana ríos de sangre en contra de una delincuencia cada vez más violenta y desorganizada y las instituciones de gobierno , más vulnerables. La sangre es aportada, en buena medida, por inocentes. ¿Cómo no va a incomodarlos el evento del aniversario luctuoso de una masacre contra inocentes encabezada por el periodista y poeta Javier Sicilia? No todos saben lo que Sicilia trae adentro, en lo más profundo, son dolores que se quedan en su dueño, difíciles de explicación. Son propios, muy propios y, en serio, que a nadie se le desea. Sabemos lo que escribimos, y cada uno de los miles y miles de familiares con víctimas –como el tocayo Sicilia—tienen diversas formas y acciones de exponerlo. ¿Cómo les va a gustar que se haga un evento de luto, triste, doloroso, cuando la atención debe estar enfocada en el egocentrismo oficial, en los mandamases?
Años, meses, semanas y días para transmitir lo que se guste y se pierden en el vacío porque la gente ya no cree, ni en ellos ni en muchos, casi en nada. De la mano el modelo de osados ante las instituciones, de darle expectativa de prohibido y sabor estruendoso en tres, dos, un día, en 15, 12, 1 hora, en 60, 4, 3, 2, 1 segundos. La cosa es esperar a que toquen la campana para irse a su esquina, subirse hasta la segunda cuerda y proclamarse campeones aunque hayan recibido una paliza. Y llaman la atención. Nunca en sus casi seis años al frente de esta administración, don Felipe se escuchó, se vio, se sintió, tan intenso a la vez de fuertemente amable, hasta complaciente y aguantador. Vaya. Justo “al cuarto para las doce”, cuando se le acaban las rayitas al minutero de su poder. Y no digamos los medios, algunos de ellos en el extremo de la adulación, del guión revisado por la oficialidad. ¿Se imaginan a cualquier presidente antes de Calderón, rodeado de líderes de opinión que convergen en un gran interés empresarial, sacando bromas, aplaudiéndolo y acomodando las piezas para que salga su invitado con orejas, rabo, patas y hasta el sombrero del juez?
Bueno, lo vimos, ampliamente anunciado. Había que lavar cara, manos y demás, quitarles el color rojo de la violencia abrumadora por uno chapeadito de risa pícara. Lo hicieron. Y así hasta contar sin fin.
Hay quienes en los círculos de poder lo celebran como grandes triunfos, aunque miren el reloj sexenal y vean que está prácticamente agotado: han llegado los nuevos soles, diría Lauro Ortega en un discurso que había que repasarlo para entenderlo. El brillo se acabó, se ha instalado en el nuevo --eso era hace años--, esta vez son las posibilidades de varios. Quitan reflectores, provocan grandes sombras, vacíos. El nuevo sol, ahora lo entendemos. Bueno, como diría la Jarocha, aquella formidable dama que engalanó la zona de tolerancia en Acapantzingo, en el área modesta de los “cuartitos” sobre lo que es hoy la calle Querétaro: “El que sigue”.