Mi formación profesional no se relaciona sino tangencialmente con la economía, pues seguramente saben que mi especialidad es la Psicoterapia. Por esto, permítaseme establecer algunas premisas elementales, antes de entrar propiamente en la materia que nos reúne a todos en este encomiable espacio de investigación y de servicio para nuestro estado y nuestra nación.
En mi campo profesional la productividad de las personas es un aspecto central de la realización humana, así como es una condición indispensable para las buenas relaciones en el espacio social de inserción de todos los individuos. En cierta manera, el ser productivo es base para alcanzar una vida fructífera y feliz, tanto en el aspecto físico como en las condiciones emocionales.
En el plano afectivo, las personas productivas están en condiciones de establecer relaciones estables, duraderas y maduras. La conducta de los individuos se relaciona directamente con la condición productiva. De este modo, la salud mental está directamente relacionada con la productividad.
Hay muchos psicólogos que estudian las condiciones en que los trabajadores, en particular, pueden alcanzar altos niveles de productividad, ya considerando este término como una medida propiamente económica. En nuestra Universidad Autónoma del Estado de Morelos, en su Unidad de Servicios Psicológicos, dependiente de la Facultad de Psicología, trabajan algunos colegas que han intervenido en programas de atención a la fatiga laboral, condición que limita precisamente el tema de la productividad.
Ellos han encontrado diversos factores asociados con la baja en la productividad de los trabajadores industriales, relacionados con lo que en general conocemos como estrés. Factores como los bajos salarios, la ausencia de estímulos materiales y morales, como el reconocimiento al esfuerzo por parte de los jefes y directivos, las presiones extralaborales como los riesgos e inseguridad en la calle o en la casa, concomitantes a los riesgos y esfuerzos laborales propiamente dichos, la repetición mecánica de las operaciones manuales o de la disciplina laboral, la duración y costo del transporte del domicilio al centro de trabajo, y otros muchos detalles, inciden en el desempeño de los trabajadores, en su rendimiento propiamente dicho.
Aunque el concepto de estrés se refiere esencialmente a la modificación orgánica que resulta de las circunstancias ambientales sobre nuestro cuerpo, podemos considerarlo un factor psicológico también. La escasez de estímulos o la regularidad inalterable de los mismos, cuando son insuficientes para proyectar proporcionalmente en la vida cotidiana el esfuerzo que se realiza en el trabajo, redundan en la productividad y, naturalmente, en el bienestar individual.
Aquí ya estoy refiriéndome al concepto económico propiamente de productividad. De conformidad con las definiciones que los economistas nos ofrecen, al recoger el concepto publicado por la revista británica The Economist (Economics from A to Z, http://www.economist.com/research/economics/searchActionTerms.cfm?query=productivity), entiendo por productividad la relación que existe entre la cantidad de insumos consumidos y la suma de productos obtenidos, en términos generales. La productividad laboral es la medida más ampliamente usada para calcular la relación entre el total de productos realizados y el número de trabajadores o de horas trabajadas en una empresa o en un país dados.
De esta manera, es una medida de carácter internacional que nos muestra el rendimiento directo del esfuerzo laboral en valor de riqueza producida.
También la productividad puede ser definida como el indicador de eficiencia que relaciona la cantidad de producto utilizado con la cantidad de producción obtenida.
La productividad evalúa la capacidad de un sistema para elaborar los productos que son requeridos y a la vez el grado en que se aprovechan los recursos utilizados, es decir, el valor agregado.
En estos términos, debemos destacar que en la OCDE se considera a nuestro país como el de más bajo rendimiento, el de más baja eficiencia o el de más baja capacidad de generación de valor agregado, pese a que es uno de los países con la mano de obra más barata del mundo.
Según datos de la OCDE de 2007 (OECD StatExtracts), de 30 países considerados, México ocupaba el último lugar en productividad, por debajo de Corea, Turquía y Polonia, con apenas 18 dólares por hora trabajada en proporción del PIB nacional, mientras el promedio de productividad de la OCDE era de 40.3 dólares por hora, y el promedio de la zona del Euro sumaba 45.6 dólares.
Ni qué decir de los niveles de productividad de las economías de Luxemburgo (75 dólares), Noruega (70), Irlanda (58), Bélgica (57), Holanda, Estados Unidos y Alemania, con más de 50 dólares, por arriba del promedio del resto de las economías europeas.
Desde luego, este indicador, esta medida de la riqueza producida por trabajador por hora, nos señala elementos de una gran preocupación que rebasan el ámbito meramente dinerario, para ubicarse entre los indicadores de bajo bienestar social.
Por esto, no debemos sentirnos tan sorprendidos de la pobreza material y, sobre todo, espiritual, por decirlo así, de los mexicanos. Situación indicativa del bajísimo bienestar social de nuestro país.
Pobreza que linda en la miseria y que mucho tiene que ver con el marco de desigualdad y violencia que vemos crecer día tras día en nuestro querido México.
No me preocupa tanto el aspecto propiamente material, sino sobre todo el de mi campo de trabajo, el aspecto propiamente humano. Con niveles tan bajos de bienestar, es lógico que nuestra población difícilmente pueda acceder a la educación y, menos todavía, a la educación superior.
Pero, más grave aún, con una situación así, es también muy difícil que elevemos nuestros niveles de participación democrática y de interacción social civilizada y, sobre todo, respetuosa del marco de derecho.
Porque para ejercer la democracia es necesaria una población educada; y para que la población esté educada, además de crear las condiciones materiales para esa formación, es necesario que la población sienta el bienestar; para que haya bienestar, finalmente, es necesario que haya una productividad plena de los trabajadores empleados.
Porque tampoco olvidamos que en nuestro país el empleo también escasea. Y no sólo escasea el empleo productivo, bien remunerado y permanente, sino escasean los empleos en general.
En este marco de necesidades, resulta inexplicable que, sabiendo todos nosotros la importancia de la educación como palanca del desarrollo, se escatimen esfuerzos para la misma.
Es increíble que el presupuesto para educación, investigación y cultura que se propone en la actualidad esté considerado a la baja. La Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), a la que pertenecen las universidades públicas, entre ellas las de Morelos, ha señalado recientemente que en el presupuesto presentado por el gobierno federal se considera una reducción de más de dos mil millones de pesos, mientras las universidades en general consideramos que requerimos un incremento de más de seis mil millones.
Para elevar la productividad de nuestras empresas, de nuestros trabajadores, de nuestro país, requerimos más inversión, pero inversión productiva y no especulativa. Requerimos que se fortalezcan nuestros recursos humanos antes que nada. Porque sabemos que la mayor riqueza de los países es su recurso humano.
Educación, capacitación, elevación de los niveles culturales, recreación artística y, en general, formación de ciudadanía son concomitantes para la elevación de la productividad. Nuestro país no será competitivo, ni productivo, si no aprovechamos nuestro bono demográfico ofreciendo educación y empleo a nuestra juventud.
Urge la elevación de la productividad por trabajador, por empresa, por el país, pero para ello urge destinar recursos fundamentalmente a la formación de mano de obra de calidad, en todos los niveles de educación, si no seguiremos siendo, siempre según cifras de la OCDE, el último lugar en educación y en productividad.
Y la productividad merece ser elevada sólo para lograr un mayor bienestar humano de todos los mexicanos.