El Pacharaco debió salir a las 12 del día, que es la “hora del loco”, pero Jesús Ochoa Acosta de 45 años, de oficio empleado, no tuvo permiso de salir antes y llegó un poco tarde.
A la una y media todo estaba listo. El personaje principal vestía con un pantalón de mezclilla roto, camisa de manga larga de mezclilla, sombrero negro con una pluma y tenía tapada la cara con una tela con agujeros, a modo de máscara.
A las 13:40 horas el grupo formado por el Pacharaco, el verdugo, las viudas (cuatro hombres, unos con pelucas) y el cargador del perifoneo (en moto), salieron de la ayudantía municipal y comenzaron su recorrido por las principales calles del pueblo para regresar al lugar de partida.
En ese momento el sol era un cautín encendido y el brutal calor culebreaba por las calles del pueblo indígena.
Las viudas tocaban cacerolas (de acuerdo con la tradición, a la par debían llorar, pero por esta ocasión sólo hacían ruido con un palo y los trastes), adelante iba el verdugo vestido con una túnica negra y con la cara tapada, conteniendo con una cuerda que se enredaba por la cintura del Pacharaco, que se lanzaba sobre lo que encontrara “mal puesto” en la calle o incluso dentro de las casas y corrales.
Y encabezando esta procesión estaba un hombre en una motocicleta con una bocina, en donde previamente se había grabado un breve discurso que ese repetía una y otra vez: "Una limosnita para el pícaro sinvergüenzo (sic), que lo van a ahorcar en la placita por andar robando gallinas y ganado".
Niños, adultos y ancianos lo tomaban a juego, aunque hubo quien no le cayó nada en gracia que se “robara” una naranja o alguna golosina que estaba en la puerta en una mesita, para venta; hubo, incluso quien regaló al Pacharaco alguna torta o una cerveza.
Los perros que en ese pueblo están acostumbrados a los cohetes y a las fiestas, ladraban a la “hombrada” ruidosa.
A eso de las 14:30 horas el contingente regresó a la Ayudantía municipal. Todos estaban cansados, pero habían logrado revivir esa caminata que tenía más de 40 años que no se realizaba. Con la satisfacción que da el deber cumplido, los “actores” se fueron por las calles calurosas de Tetelpa, buscando un sitio para apagar la sed que les quemaba el cogote.
Más de 80 años de tradición
Azael Ríos Cárdenas, presidente del comité de los pueblos indios, dijo que se decidió volver sacar al Pacharaco porque es importante para los pobladores que se reconozcan en sus costumbres y para las nuevas generaciones que vayan conociéndolas para darles continuidad.
El Pacharaco (o Pachatlaco, del náhuatl pacha o aplastado y atl o agua y co, lugar, según, según Israel Fitz), o "atascado" es un individuo que va atado por la cintura con una reata, lo lleva un verdugo y van acompañados por las "viudas" que le lloran y van haciendo ruido con cacerolas.
Ríos Cárdenas explicó que esta tradición debe tener más de 80 años, ya que un familiar suyo, que es una persona de la tercera edad, le contó que la representación se hacía desde que ella era niña y que al Pacharaco se le llevaba a los mercados y a las comunidades vecinas.
También dijo que desde hace más de 40 años el personaje no salía a las calles.
El ahorcado
Sergio Mañón de la Rosa, director del Museo Comunitario de Tetelpa, dijo que es muy importante lo que el comité está realizando porque rescata parte de la memoria de Tetelpa y lo vuelve más rico en tradiciones.
Explicó que al Pacharaco se le ahorca el segundo día del Carnaval, y esto simboliza el mal humor que es ahorcado o quemado o conjurado por el pueblo.
“La mayoría del pueblo sólo habla de El Ahorcado y la tradición es justamente esa, ahorcarlo, acabar con el mal humor. Pocos sabían que el ahorcado es el Pacharaco que es exhibido por todo el pueblo porque se ha robado cosas y el día de la ejecución devuelve lo que se llevó en señal de arrepentimiento, porque quiere que lo perdonen, pero no es perdonado y se le ahorca. Ahora, con el paseo la gente sabrá quién es este personaje”.
Zenón Ortiz Anonales, ayudante municipal, dijo que es muy positivo el rescate de estas tradiciones que está haciendo el comité para los pueblos indios, porque además de atraer al turismo se están rescatando costumbres que confirman a Tetelpa como un pueblo importante de Morelos con una identidad propia.
El refinado arte del linchamiento
Según Sergio Mañón de la Rosa, en pláticas que ha tenido Arturo Noguerón Ochoa y Ruperto Sánchez, dos personas de edad y oriundos de este pueblo, le han confirmado que desde niños se tenía la costumbre de pasear al Tiznado o Atascado o al Pacharaco por las calles de Tetelpa y otras comunidades y que el personaje sí existió:
“Exhibirlos y pasearlos por todas las calles para que la gente lo reconociera y les reclamara y después lo ahorcaran era una forma de linchamiento. El pueblo se hacía justicia por su propia mano y lo ahorcaba en el mezquite de la Placita, en donde da inicio el carnaval”.
Es probable que la exhibición del ratero por las calles y el inicio del carnaval hayan sido hechos aislados, pero el pueblo los unió y le dio un significado simbólico al ahorcamiento del Pacharaco, identificado en este contexto con el mal humor o lo malo, en oposición con el carnaval, de 'carnelevare' o carne y levare, quitar (o carnestolendas (de 'caro, carnis' = carne, y 'tollendus, tollere = quitarm retirar): fiesta popular que se celebra en tales días y consiste en mascaradas, comparsas, bailes y otros regocijos bulliciosos.