Yo pasaba las tardes escribiendo poesía, leyendo y tratando de enamorar a una chica linda. Un día, tuve una idea. Ya tenía muchos poemas acumulados en libretas. Quería hacer algo con ellos, compartirlos, expresarme y ver qué pasaba con eso. De niño fui tímido y ahora que había encontrado una manera de dialogar con mi entorno, quería aprovecharla. Era verano de 1998.
No recuerdo con base en qué modelo lo hice, pero me di el valor y comencé. Tomé una hoja tamaño oficio y la doblé como un tríptico. Dibujé algo para la portada, puse el título de Escritos y dentro incluí tres poemas míos. Luego fui a un local en el centro y saqué 100 copias, las doblé y las metí a mi morral hippie. Al otro día en la escuela, le di uno a cada una de mis amigas, no muchas en ese entonces.
En el pasillo encontré a Villa, el profe de matemáticas. Me preguntó qué hacía y le comenté. Le di uno y me dijo que lo aceptaba, pero no gratis, me lo iba a pagar. Pero no solo eso. Me dijo: “Esto está bueno, mira… vente”. Me jaló a un salón lleno de alumnas de enfermería. Se paró al frente y dijo en voz alta: “Buen día, él es su compañero y viene a venderles algo que él hizo”. Hubo un silencio. Les expliqué torpemente de lo que se trataba y para mi sorpresa hubo varias interesadas. Villa les dijo que se formaran y cuando alguien preguntó cuánto costaba, él mismo dijo “Un peso”.
La firma creció, era un precio bajo, lo que sería un peso actualmente. Vendí como 30. Villa me sacó del brazo… y me llevó a otros salones. Cuando salí del tercero ya no tenía nada. Me pagó mi peso por su ejemplar y me dijo: “Mañana le seguimos”.
Esa semana vendí como 200 trípticos. Además, recibí muchos comentarios de personas que yo ni conocía. Algunos incluso me pedían más para regalarlos. La maquinaria se movía, el diálogo había comenzado. Yo invertía unos 30 centavos, así que ganaba 70 por cada uno. No estaba mal para un adolescente haciendo lo que le gustaba.
Luego ya nadie compraba en la escuela, así que salí a la calle e hice lo propio. Me acercaba en las paradas de camiones y los vendía o en parques o plazas. Para mi sorpresa, mucha gente los compraba. Y tengo que decirlo, a pesar de mi aspecto, jajaja, de chavo de cabello hasta el hombro, medio andrajoso y con huaraches. Recuerdo que los primeros dos meses vendí unos mil Escritos.
Estaba soñado. Pero no los vendía todos, regalaba muchos. Si veía a un o a una joven por ahí, triste o pensativo, se lo daba y me iba. En mis traslados en el camión obsequiaba alguno a un pasajero antes de bajarme. Pasaron muchas cosas con aquella iniciativa, que mantuve por lo menos durante un año, fotocopiando el mismo original gastado… que aún conservo en mis archivos.
Fue una gran lección. El contacto con el público, los comentarios (incluso los adversos), el enfrentarme a la realidad de ser un escritor. Con la ganancia solía pagar una comida corrida o comprar cigarros. Marcó mi vida y quizás por eso aún creo mucho en que un autor puede hacer sus propias publicaciones y venderlas al público directamente. Es una forma honesta y franca de recibir críticas, de experimentar, de compartir, de mejorar.
Ahora que cumplo 20 años desde que comencé a publicar en medios, estoy por publicar 10 de mis mejores libros, revisados, corregidos y aumentados. Varios los publicaron otros, pero ahora los tomaré en mis manos y los promoveré y venderé directamente, como aquellos precarios trípticos. Son de poesía, cuento, novela, ensayo, minificción y una antología. Pronto les daré noticias al respecto, síganme en mis redes sociales. Gracias.
@DanieloZetina