¿Quiénes son estos hombres? Son quizás obreros campesinos, albañiles, cargadores, pasan días enteros danzando en los atrios y en las plazas; su altiva imagen es familiar. Tienen algo de lo que se fue sin remedio, de lo que ya no es.
Del guion de “Él es dios”, documental de 1965, realizado por el Laboratorio de Restauración Digital de la Cineteca Nacional.
Nuestra visita al calpulli de Chilapa de Álvarez, Guerrero, el 15 de agosto del presente años, pudo ser ordinaria para los danzantes, no para mí: iba por primera vez a “cubrir” a ese grupo, era la primera vez que presenciaría La Tigrada y también la vez primera que entraría a ese pueblo de la montaña en donde, durante la cobertura, por algún momento tuve miedo.
Salimos como ocho de la mañana de Alpuyeca, municipio de Xochitepec, en un autobús rentado que llevaba un número de ruta 3. Iban 18 danzantes del calpulli Quetzalcóatl, incluyendo a Inocencia Pérez Caballero, la Jefa Ino, de 65 años de edad, sahumadora, y su nieta Valentina o Cacaloxóchitl (flor sagrada del cuervo).
Los cuches perros
Por el camino, la maestra Maritza Álvarez Martínez me contó que hace algunos años fueron a danzar a un pueblo llamado San Francisco, municipio de Copalillo, Guerrero. Entraron a ese lugar y le pareció raro no hallar perros en la calle, había cerdos pequeños, negros, ásperos de mugre y trompudos. Andaban buscando qué comer como lo hacen los perros en los pueblo pobres. Ella preguntó cómo le hacían para reconocer de quién eran los “cuches”, y le contestaron que no los podían identificar, pero los cerdos sí podían distinguir a los dueños que les daban de comer.
“Allí no podíamos danzar, a alguien le dolía el estómago, a otro la rodilla, el tambor o huéhuetl tambores no sonaba bien. La jefa Ino, prendió el sahumerio y comenzó a sahumar en círculo al grupo y después a uno por uno, y con eso pudimos comenzar la danza. Después nos enteramos que en ese lugar donde tendríamos la ceremonia habían matado a varias personas”, relató.
El calpulli Quetzalcóatl
Maritza me dio varios datos importantes: El grupo al que pertenece es de danzantes mexicas fundado en 1993, pero que se conformó en 1996 con el levantamiento de su estandarte y la palabra del general Felipe Aranda. La jefa del calpulli es Carolina Marure y el jefe del huehuetl es Bruno Sánchez Hernández. Entre los 18 integrantes iban dos huehues, tres fuegos y dos atecocolis o caracoles.
También me relató que en los años sesenta hubo un movimiento llamado “Mexicanidad”, por el que los Concheros (la otra vertiendo de danzantes) recuperaron los ritos, formas y danzas prehispánicas prohibidas durante la colonia española, pero que quedaron en poder de familias, en la tradición oral y en algunos códices, objetos e instrumentos.
Debe haber alguien que porte el fuego, alguien que porte el huehuetl, el atecocolli o caracol, entre otros. Hay una ofrenda con elementos de la Tierra, frutas, semillas.
“La danza da inicio con tres llamadas del atecocolli, se empiezan a repartir los cargos, un sargento, encargados de la disciplina, hay protocolos, los que van a incluir el rezo, los que van a regir… éstos dicen quiénes son los que van a danzar; las danzas se reparten por orden, primera, segunda o tercer palabra. Hacemos el saludo del rumbo, se pide permiso a los rumbos, aquí es este, oeste, norte, sur y se agregan dos más: el de la Jícara celeste que es el Cielo, y la Tierra; hay otras corrientes que agregan al Corazón como séptimo punto. Cada rumbo tiene un guardián, una energía, una deidad, una intención. Se les pide permiso porque si vas a una casa pides permiso porque si no lo haces no te reciben bien. Todo es en castellano pero puede ser en náhuatl si alguien sabe”, relató.
También dijo que después del saludo viene la firma, cuyos pasos corresponden a los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego, todo se representa con movimientos y con un número de movimientos basados en una matemática sagrada. Los movimientos son llaves que abren dimensiones o energías.
Según Maritza, la danza no es una religión sino una disciplina, es para equilibrar las energías, para proveer energía y también para recibirla.
“La danza te cambia hasta la fisonomía”, concluyó.
La llegada
Llegamos como a las 12:30 al zócalo de Chilapa. El pueblo estaba de fiesta. Inmediatamente vimos por la calle algunos lugareños, varios niños, vestidos de tigre, preparándose para la caminata felina anunciada para las cuatro de la tarde.
Varios grupos de danzantes habían llegado antes que nosotros y estaban haciendo la ofrenda en el centro de la plancha de cemento. Había una tienda donde algunos resguardaban sus alimentos e indumentaria, otros se cambiaban bajo los arcos de un edificio público.
Víctor Manuel Tenorio Salazar (Tetlantecuani o Jaguar que resplandece o jaguar que sale de la oscuridad), oriundo del lugar, perteneciente al calpulli Cohuixca Chilapan, un grupo cultural, que recibió al calpulli Quetzalcóatl, de Alpuyeca, relató que festejaban la ceremonia de petición de agua, La Tigrada y un aniversario más de los iniciadores de la danza mexica en Chilapa, gente de Chilpancingo, como Gelasio Gatica, de Tixtla Agustín Barrios, y el maestro Hiro, de Apango, todo desde 1996, y que participarían alrededor de seis calpullis.
“Es la ceremonia de permiso con danza, petición de la última lluvia, comida y el inicio de La Tigrada, encabezamos el contingente. Son aproximadamente ochenta años de tradición de La Tigrada. Esto surge a partir de que los campesinos de aquí salían en ciertas fechas en sus campos, con su máscara de tigre para ahuyentar todo lo malo que pudiera afectar a sus tierras, para que tuviera buena cosecha, buen temporal, para que la Mala Muerte se alejara, y ellos en sus campos hacían sus recorridos.
Igual ocupaban los disfraces para espantar a los animalitos que se comían sus milpas, su mazorca, hasta que a alguien se le olvidó quitarse el traje y entró al pueblo y ya en el pueblo se comenzaron a espantar porque un tigre se había escapado, y desde ahí se comenzó a retomar esto de La Tigrada, en el que la misma gente se viste de tigre, pero los tigres son de la India, pero la gente lo entendía así, aquí son jaguares u ocelotes. Yo no me vestía de tigre, yo los correteaba. El llamado a torear, y me burlaba, les decía tigre amarillo colita de armadillo, y el tigre con sus cadenas asusta, te corretean. Los tigres con sus cadenas asustan todo lo malo para que llegue la lluvia y fecunde a la tierra”.
Víctor Manuel relató que hay tigres que usan chirrión, pero este lo manejan los tlacololeros, que son los Señores del Rayo, el látigo imita como cae y truena el rayo, y los tlacololeros también participan.
Antes de iniciar la danza nos invitaron a comer un guisado rojo con carne y nos dieron tortillas de máquina. Lo devoramos sentados en el suelo. Después llamaron al centro del zócalo.
La danza y el poder del huéhuetl
Frente a la Catedral de la María de la Asunción, los grupos de danzantes realizaron su ceremonia, algunos descalzos, todos con sus atavíos, algunos portan tocados de plumas de aves preciosas, cráneos de animales y hasta una piel de jaguar genuina. El Sol era un enorme escorpión soltando su veneno sobre la humanidad de los danzantes y mirones que se comenzaron a concentrar en el zócalo.
Los cinco tambores comenzaron a sonar, primero fue de una manera lenta hasta que poco a poco el tono y la velocidad fueron aumentando. Al ritmo del calor, del aroma de las hierba de olor quemadas, del movimiento, del sonido de los caracoles, de las sonajas, del cuerpo sobre el cemento, y la extrañeza del lugar, hubo un momento en que las ondas sonoras alcanzaron un tono que entraba en el cráneo, en la piel, en los huesos y se volvieron un solo sonido largo, poderoso, un lienzo para los pies mexicas de los danzantes que se movían en cámara lenta.
Los españoles prohibieron estas danzas porque creían que era un llamado para la guerra, pero este efecto extraño que provocan los tambores, los aromas, el movimiento y el ambiente, totalmente extraño, causaba miedo a los extranjeros.
Por miedo, los españoles le cortaban las manos a los que tocaban los tambores, pero como veían que seguían tocando los prohibieron y lo sustituyeron por mandolinas, según Maritza.
La danza acabó y nos llamaron a una de las calles en conde estaba concentrado el tigrerío, ocho cuadras hacia abajo; de ahí se partiría, los danzantes irían encabezando la caminata.
El segundo
Por la avenida Constitución del barrio San José, al lugar de donde partiría el contingente, las familias sacaban sillas cómodas, algunos sentaban a sus niños disfrazados como mínimos tigres; otras más arribaban por las calles que conducen a esta avenida.
El recorrido dio inicio después de las 5:30 de la tarde. Jesús Parra García, presidente municipal, de Chilapa disfrazado de tigre, su familia, regidores, secretarios y directores del gobierno municipal y estatal y diputados locales y alcaldes de varios municipios lo acompañaron durante el recorrido que duraría poco más de dos horas.
Cuarenta minutos después de que había comenzado la caminata se observaron tres o cuatro camionetas con militares y brazaletes de Guardia Nacional, también cerca de diez policías municipales, de baja estatura, morenos, con un rostro duro de militares, cuidando de cerca al alcalde. Iban con uniformes azules nuevos, llevaban armas largas, pistola y como ocho cargadores por cada lado; también había varios agentes vestidos de civil que marchaban muy cerca del contingente donde iba el alcalde vestido de tigre, sus familiares, algunos funcionarios y ediles municipales del algunos municipios invitados.
Han ocurrido sangrientos ataques en celebraciones populares, a pesar de que hay niños, mujeres, y en general civiles que nada tienen que ver con ajustes de cuentas o peleas por las plazas.
El año pasado, en una nota de un periódico nacional se publicó que Chilapa de Álvarez es el segundo municipio más violento del país, con una tasa de 139 asesinatos por cada 100 mil habitantes.
A partir de ese momento me entró una especie de miedo que no me dejó trabajar bien. Me fui pegando a las paredes de las casas, viendo si había puertas abiertas para poder saltar dentro o escapar en caso de que hubiera alguna balacera.
Llegamos al zócalo, de donde habíamos salido con el grupo de danzantes. Muy acalorados, varios a punto del desmayo, sobre todo los tuvimos que comprar agua en las tiendas, porque no aceptamos el mezcal ambarino que se multiplicaba en los envases sintéticos de Coca Cola y que encendió la sangre de muchos participantes.
Poco después de las siete los grupos participantes fueron arribando al zócalo, donde se les entregaría un reconocimiento y una playera.
De acuerdo con el presidente municipal, participaron más de tres mil tigres con danzas de su municipio y de Ahuacuotzingo, Atlixtac, Apango, Mochitlán, Leonardo Bravo, Chilpancingo, Tixtla, Zitlala, Teloloapan, Pungarabato, Cutzamala de Pinzón, Apaxtla de Castrejón, Zapotitlán Tablas, Tecpan de Galeana, San Jerónimo, San Luis Acatlán, Coyuca de Benítez, Igualapa y la comunidad de Acatlán.
La salida y el miedo
Una vez que los danzantes se cambiaron partimos cinco cuadras abajo, donde el camión nos esperaba. Yo llegue en primer lugar y me apodere del primer asiento del lado del conductor, atrás venían la jefa Ino y su nieta: pequeñitas, menudas, caminaban despacio, pero no se les miraba cansadas como a la mayoría de integrantes que fueron llegando poco a poco, cargando el peso de su cuerpo como si llevaran tambores o bultos de cemento.
El camión viejo y ruidoso nos llevó nocturno por las carreteras de Guerrero. Si había un asalto de un grupo armado yo podría correr hacia adentro o salir por la puerta delantera o brincar por la ventana. Recordé la balacera de Cuernavaca del 8 de mayo donde un muchacho mató a dos personas e hirió a otras dos, entre ellas a mi amigo René. Yo salí corriendo en vez de tirarme al piso y evitar el peligro. Quise dormir aún con el grillo del peligro jodiéndome el instinto de seguridad. Apenas le estaba yo metiendo en una cama grande y sedosa en mis sueños, cuando escuché unos gritos como de un borracho discutiendo. Uno de los compañeros de viaje había bebido más de la cuenta y tenía del pescuezo una botella de mezcal que terminó compartiendo con otros tres. El autobús viejo y ahora más ruidoso llegó después de las doce de la noche a nuestro destino.