Desde muy pequeño siempre me ha interesado la naturaleza de los hechos urbanos, lo que acontece día a día en el contexto en el cual habitaba. Cada aspecto, acontecimiento o hecho urbano era capaz de analizarlo, pero difícilmente de definirlo.
Crecí en una unidad habitacional al sur de la Ciudad de México llamada Los Girasoles II. Podría decir que el mayor tiempo de mi estadía lo viví disfrutando la calle, el espacio público, lo común, y digo la calle en un sentido literal.
Como en la mayoría de las unidades habitacionales con altas densidades, se evidenciaba la falta de espacios recreativos; por tal motivo, tanto niños como jóvenes nos apropiábamos de la calle principal para ejercer nuestras actividades de ocio.
A pesar de que existía un parque a corta distancia, este era complicado de visitar debido a que la inseguridad en aquel lugar era muy evidente.
Recordar es vivir, mi memoria de lo común me hizo reflexionar en como la falta de espacios públicos marcó mi infancia y también mi vida. Detengámonos un poco y pensemos cómo nuestra memoria urbana afecta nuestra vida.
Hay quienes condenan un lugar porque está ligado a una mala experiencia y otros aprueban un lugar por sus buenos recuerdos; esas experiencias y su suma también constituyen la forma en cómo vemos nuestra ciudad.
Si bien mi memoria de lo común se centra en el lugar en el que crecí, hoy en día habito una ciudad tan compleja como la ciudad de México. Dicha ciudad es Cuernavaca, Morelos.
Llevo 15 años viviendo ahí y sin duda después de tanto tiempo uno puede descifrar la urbe. Cuernavaca, como en la mayoría de todas las ciudades mexicanas, creció descontroladamente sin ningún tipo de planeación urbana.
Contamos con una complicada traza urbana de plato roto aunado a una topografía accidentada. Este tipo de urbanizaciones generan un sinfín de problemáticas, entre ellas la proliferación de espacios residuales que a un futuro se vuelven espacios inseguros dentro del contexto.
En efecto, las consecuencias llevaron a Cuernavaca a ser una metrópoli sin vida en las calles, intransitable, insegura, con escasos espacios públicos y los pocos espacios el gobierno los concesiona a las actividades que solo les convenga o, peor aún, limita el horario de acceso con la supuesta premisa de mantener el orden y la seguridad, sin pensar que realmente eso es lo que hace inseguro un espacio público, y es aquí donde le doy mi profunda aprobación al libro de Mauricio Merino “¿Qué tan público es el espacio público en México?”.
Realmente eso es lo que el cuernavaquense ha tenido que vivir y me atrevo a decir que su memoria de lo común se limita a eso.
Debemos dar prioridad como gobierno y sociedad civil a la creación de nuevos espacios públicos, de activar la vida en las calles, de pasar a ser una ciudad intransitable a una transitable, de recordar que el espacio público es el “lugar que nos es común”.
Lo público quiere decir a la vez abierto a todos, conocido por todos y reconocido por todos o, citando una vez más a Marcel Hénaff… “un lugar donde la diversidad humana encuentra más que en cualquier otro lugar la oportunidad de ser reconocida y valorada.”
Un sinfín de conceptos podría describir, pero en conclusión, es nuestra tarea priorizar en dichos temas. No por algo en esos lugares nos forjamos como individuos, creamos nuestros tejidos sociales y le damos identidad a nuestra ciudad.