Antes de las 10 de la mañana, hora anunciada para la conferencia de prensa en “el muro de los lamentos”, de Plaza de Armas, cuatro hombres extendieron la lona de vinilo y orgullosos la abrieron para que los pocos fotógrafos que en ese momento estábamos pudiéramos capturar la imagen sin la molestia mosquil de las manos extendidas con el celular hasta casi meterlo en la boca de la fuente.
Mientras nos dirigíamos hacia la lona, alguien dijo: “Gazapo” Voltee y era un hombre, perdido en el paisaje, sentado en una de las bancas de metal de Plaza de Armas, tenía un periódico en la mano.
Una vez que hicimos la fotografía me le acerqué y le disparé cuatro palabras:
-Gazapo, viuda, huérfana, callejones…
-¡Gazapo! -Insistió.
El gazapo, es un “yerro que por inadvertencia deja escapar quien escribe o habla”, según la Real Academia Española, o “un pequeño detalle, como invertir letras o colocarla mal o un error casi imperceptible en el texto, para Eduardo Delgado Cepeda, de 64 años de edad, identificado como el hombre agazapado en la banca que había lanzado al aire el término.
(Para la Real Academia Española agazapar viene de gazapo, y en una definición en línea -https://www.definiciones-de.com/Definicion/de/agazapar.php © Definiciones-de.com- se puede leer “Agacharse, encogiendo el cuerpo contra la tierra. Como lo hace el gazapo -conejo- cuando se esconde”.)
Como ejemplo de gazapos famosos está el que el portal Verne señala. El viernes 28 de junio de 2013 la prensa se hizo eco del fallecimiento, por segundo día consecutivo, de una mujer de 103 años (el error lo descubrió un tal César Jiménez en su cuenta de twitter). La cabeza de la nota decía: “Fallece por segundo día consecutivo una mujer de 103 años”
En la industria editorial, sobre todo en aquella época en la que se hacían pruebas impresas de los libros, se empleaban correctores de estilo o de pruebas en las editoriales; éstos se encargaban de hacer la revisión ortotipográfica.
Las correcciones se hacían en físico, con lápiz o pluma, y se empleaban una serie de signos convencionales para señalar el modo correcto de escritura.
Había asimismo, como en todo oficio, una jerga muy particular, entre las palabras más usuales estaban las “viudas”, o primera línea de un párrafo al final de una página o columna de texto; las “huérfanas” o última línea de un párrafo al comienzo de una página o columna; los “callejones”, que son la repetición de sílabas al comienzo o al final en más de dos líneas de texto (o palabras separadas por guiones al final de la línea), los “ríos” o espaciados muy abiertos de texto justificado a la columna y que dificultan la lectura.
En los setenta, cuando vivía en la Ciudad de México, Eduardo trabajó para la editorial Diana unos ocho años:
“Yo era estudiante de prepa y después universitario en la Facultad de Veterinaria en la UNAM. Tenía facilidad para la ortografía y me gustaba mucho, así que había trabajo como corrector y yo me empleaba en eso, la editorial estaba cerca de mi casa. Nos llevábamos el trabajo a la casa y regresábamos con las hojas impresas corregidas”.
Explicó que no sólo se trataba de revisar la ortografía, también la sintaxis, el buen uso del castellano, y las pruebas físicas y finas: Muchas veces había que reconstruir oraciones o párrafos enteros.
Recordó que en sus ratos libres, en una semana podía leer varias obras, a excepción de un libro grueso de aproximadamente mil páginas, el cual terminó en un mes.
También opinó que todos los libros tienen sus pros y sus contras, incluso el peor libro. Él disfrutaba las lecturas, sobre todo las que iban más de acuerdo a sus gustos.
Si bien este oficio le permitía resolver algunos gastos que tenía como estudiante, Eduardo trabajaba en Diana porque tenía la posibilidad de leer un libro antes que se vendiera al público.
Para Eduardo Delgado Cepeda, el oficio de corrector de pruebas o de estilo era más disfrutable cuando se hacía a mano, en la actualidad las plataformas electrónicas le han quitado algo humano a este trabajo de ayudar a que un lector disfrute un libro bien escrito, en un buen castellano.